El primer
síntoma ocurre cuando “jangueas” un sábado y no quieres hacer
nada durante todo el domingo porque estás “esbaratado”. El segundo, es más
sutil, de pronto estás en el pub y el tema de conversación entre “panas” ya no
es la chica, bien apretadita que nos pasó por el lado hace unos segundos, y
aunque sueltas uno que otro comentario macharrán, el
enfoque es pasajero y terminas hablando de tus hijos, la pensión alimenticia
injusta y lo hijueputa que fue tu ex pareja. El tercer rasgo es cuando piensas
que no vale la pena pagar cien dólares por un motel y te metes en la cabaña de
cincuenta pa’ ahorrar. ¡Qué “fault”!. El cuarto síntoma ocurre cuando sacas cuentas al otro
día y te arrepientes de los gastos innecesarios y cambias el trago de ocho
dólares para beber cerveza local y te refugias en la excusa de que apoyas lo de
aquí. El quinto dan ganas de llorar, y es que comienzas a hablar de pagar la
luz, el agua, hacer compra y todas esas cosas de las cuales uno nunca te
preocupaba de muchacho, porque mami y papi siempre estaban ahí. El sexto es
traumático, de pronto estás en la fila de un supermercado y de casualidad
algún niño te dice “permiso señor” y tú lo miras con cara de “are you
talking to me?” y te preguntas desde cuando eres un señor… El séptimo son
los cambios fisiológicos, y si de pronto comes un poco de más y echas la
pancita rápido. El octavo va directamente a los económico, es que ves aquellos
tenis que te comprabas en la adolescencia que costaron unos ciento cuarenta
dólares y lo consideras un costo excesivo. De pronto te ves comprando mahones
en $20 dólares y la ropa de Armanie solo fue una mariconería de la
adolescencia. Tienes treinta cuando los muchachos te hablan del paso
doble, de experimental sexualmente y tu los tomas desde una perspectiva
santurrona. En fin… cuando dejamos atrás nuestros intereses para poner
primero los de aquellos que nos circundan…en ese momento, sabes que tienes 30
años.
Autor: José Israel Negrón Cruz
Escrito en el 2013
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Revisado el 12 de diciembre del 2016
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