Bajo la
lujosa araña de plata
y sobre los
edredones del sofá
te lames a
ti misma como una gata
que
runrunea su pavor de Mustafá.
Ondulas y
te desgoznas con ritmo aristocrático.
Y tu pie a
veces marca un más allá,
donde en su
más hondo mirar errático
se retuerce
la mirada de Mustafá.
Te abres y
te cierras como un abanico frondoso
de plumas y
encajes en un pecho oloroso,
o como una
mariposa en el sofá;
mientras al
suave y tibio rescoldo de tu sombra,
y anclado
en el vellón de la alfombra,
te lame
humildemente tu perro Mustafá.
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