Todos hemos tenido en nuestras vidas que enfrentar algún maestro maquiavélico. El profesor con cara de bulldog inglés que no permite que le hagan preguntas, nunca se equivoca y todo lo penaliza con fastidiarte la nota en la clase. Llega y se va serio, como si sus parejas le hubieran puesto tantos cachos (cuernos) que no pudiera con ellos en la cabeza y todos los días despertara con la jaqueca del recuerdo.
En los pasillos del colegio y en la sala de facultad, alardea del "control" que posee sobre los estudiantes y del "respeto" que estos le tienen. Tal parece que nadie le explicó la diferencia entre un maestro temido y un maestro respetado; el primero suele carecer de un refinamientos en la materia que enseña o intenta enseñar y recurre al principio maquiavélico: "los hombres ofenden antes al que aman, que al que temen" y procuran ser temidos, para no ser ofendidos por los discipulados. El maquiavélico alardea de cuantos estudiantes ha fracasado para seguir creando el aura de intimidación. El segundo es respetado por sus dotes y su pericia como educador y no necesita recurrir a la fuerza brusca para mantener la situación bajo control y en vez de alardear de los fracasos, alardea de los éxitos logrados y alcanzados con sus estudiantes.
El maestro maquiavélico es débil por naturaleza. Detrás de esa coraza de rudeza, se esconde un ser carente del dominio empático de las emociones. Por lo regular la mayoría de los estudiantes prefieren callar, aunque el maquiavélico no sepa enseñar, callan ante un brote de dotes de mediocridad; para aprobar la clase. Porque la calificación del maestro maquiavélico se vuelve más un asunto de simpatía que de méritos. Así que el más inteligente si no sucumbe a sus principios de orden, puede obtener la peor calificación, en cambio, el sumiso, por simpático, no obtendrá quizás el sobresaliente pero sí el aprobado...
José Israel Negrón Cruz
16 de julio del 2016
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