La maldición del pene, capítulo 6


           Eduardo; entra en el baño pirncipal de su casa, es medio día, sus padres trabajan, tiene todo el tiempo necesario para acicalarse. Se para frente al espejo que su madre recien había mandado a instalar. Se quita la camiseta, mira una y otra vez el área abominal que tanto esfuerzo le había tomado tonificar con diversos ejercicios aprendidos en la clase de educación física con Roberto Sánchez en el Colegio Los Milagros. Realiza distintas poses, imitando a los modelos que veía en vídeos por internet, fanteaba con algún día tener el cuerpo de ellos. Se lanza al suelo y realiza veinte lagartijas, desea que los pectorales se le marquen, para verse más atractivo. Se pone de pie y miralos resultados con admiración edonista, a pesar de ser un costado de huesos con musculos bien definidos. Desnudo de medio cuerpo, busca su celular, contrae el abdomen y se tira una foto para su página de internet. La sube a la web, junto a la expresión:"irresistible". 

          Se quita la correa del mahón, poco a poco se desviste hasta quedar completamente desnudo. Por primera vez en meses no "jugaría a los dados en el baño". Aunque un amigo le había recomendado que estar descargado, era bueno para que las cosas no ocurrieran demasiado a prisa con las chicas. Decide aquella advertencia, confía en que todo saldrá bien. Quizás si Pedro, el padre de Eduardo, hubiera hecho una descarga la noche en estuvo con Fátima, no hubiera tenido aquella pobre ejecutoria amorosa.


         Completamente desnudo, se dirige al botiquín, agarra tres navajas y crema depiladora.  Deseaba remover cada vello de su cuerpo. Comienza por sus piernas, los tiempos de hombres peludos como símbolos de sensualidad habían quedado en el pasado. Era un chico metrosexual, menticuloso, que no iba a permitir que su primera vez, fuera arruinada por cualquier descuido ordinario. Después de asegurarse de que cada vello de su cuerpo había sido eliminado, entra a la ducha. Durante hora y media deja caer el agua sobre su piel. Canta, baila y realiza ejercicios. Estaba seguro que hoy sería su día de suerte, que todas las practicas a solas en su cuarto, frente al computador se transformaría en verdad.

            Su carro estaba inmaculado, el día anterior, lo había lavado y brillado, era gris claro, y de tanto pulirlo, se podía ver el reflejo de las personas sobre el bonete. Las gomas brillaban con "luz del ángel, una sustancia pegajosa, que todos usaban para lustrarlas. Los aros del vehículo había sido cautelosamente brillados y los interiores habían pasado por la boca de una aspiradora casera en tres ocasiones. Al final colocó tres pinos de olor que aromatizaban el vehículo. Todo era perfecto.

         Vestido con camiseta de manga larga, mahones nuevos y las tenis de moda se montó en su máquina japonesa. Carlita vivía a una calle de su casa, pero el llegar en auto le daba confianza. Montado, subió el volumen del carro y un sonsonete de discoteca revuelta alborotaba el vencidario. Bajó los cuatro cristales y cruzó de una calle a otra. Se detuvo unos minutos frente a la casa de Carla, tenía la esperanza de que si escuchaba la música saldría sin él tener que bajarse del auto. Así lo miraría a él en su lustroso vehículo. Una escena inigualable para cualquier adolescente.

           La estrategia no funcionaba y apagó el motor, de seguro estaba sola en la casa, su madre trabajaba en las tardes. El le llevaba una consola de vídeo juegos con Guerra de Padillas. Su estrategia era sencilla; con la excusa de instalarle la consola en el televisor del cuarto de Carlita y enseñarle los pormeros del videojuegos, de un momento a otro ocurría lo que tanto había esperado.

           Impregnó con el olor de su perfume toda la carretera. Se paró frente a la casa de Carla y llamó.
            -¡Buenas tardes!
            Unos minutos después salió la madre de Carlita.

            ¿Qué hacía aquella señora allí, aquello cambiaba todo el panorama. Maldijo una y otra vez para sus adentros. Aquello no le podía estar pasando a él. 


            -¿Qué quieres Eduardo?
            -Vengo a traerle un regalo a Carlita.
            -¿De veras? No sabía que era navidad.

             Chepa miró el cuerpo bien formado y depilado de Eduardo con malicia mujer. A sus treinta y dos años echarse un jovencito de diecisiete no le vendría mal. Pero era puro fantaseo mental, sabía a lo que venía el mozo y no era detrás de ella,  venía por su hija. La mujer lo miró fijamente a la cara hasta ponerlo nervioso, sudoroso.

            -Mire, le traje una consola.
            -Ajá, y para qué si, mi hija no juega con eso. A ella le gusta el deporte y otras cosas. Mejor le hubieras traído una pelota.
            -Bueno, señora…
            -No me digas señora que no soy una vieja. Apenas te llevo unos pocos años.
            -Pues Chepa, ella me la pidió.
            -Mira manganzón, no creas que soy tonta, ¿sí?, Sé para lo que vienes y creo que Carlita es                   muy joven para ti.

            Eduardo no sabía donde meter la cara. Todo su plan se venía al piso en pocos segundo, sentía que el mundo se le desmoronaba delante de aquella hembra que no paraba de mirarlo de arriba hacia abajo. Lo escudriñaba con la pericia que le habían dejado tiempo, las noches en este y aquel lugar, conociendo tanta variedad de hombres, que podría hacer una enciclopedia por categorías. Era difícil tomarle el pelo a una mujer así. No sabía cómo escapar de la situación. Se puso rojo del susto. Entonces pasó un milagro…
            -Entra
            -Qué
            -Que entres, tampoco te voy a dejar afuera esperando.
            -¿Y Carla?
            -No está, anda jugando con Roberto.
Eduardo intentó disimular la cólera, no aceptaba que Carla se relacionara con otro muchacho. Para él, Carlita era suya, una propiedad que había adquirido aquella noche en la playa.
            -¿Qué te pasa?
            -¿De qué?
            -¿Eres su novio?
            -No
            -No me mientas Eduardito, mira que te he visto crecer desde que eras un mocoso.
            -No Chepa, no somos novios, solo buenos amigos, como siempre. 
            -Conozco muy bien la cara de un hombre encuernado.
            -¿Qué dice?
            -Mira, Roberto y ella son como hermanos, nada más, así que tranquilo.
            -No, no, ella es solo mi amiga, no me molesta para nada que ande con ese niño.
            -Un hombre celoso nunca llega muy lejos, además te advierto que el papá de Carlita es una                 bestia y si entera de algo, no quisiera saber que será de ti.
           -Pero él no vive aquí.
           -Eso no quita que sea su padre y si entera de algo te pica en dos.

           Entonces los nervios traicionaron a Eduardo y se le zafó un pedo…

          -Bueno, me tengo que ir, le deja la consola pues a Carlita, ha sido un placer conversar con                   usted.

          Mientras el joven atravesaba el portal de la puerta de entrada Chefa miraba el ancho de su espalda y las nalgas bien paraditas del muchacho. Divagó y fantaseó nuevamente su mente durante un rato, pero luego desistió. Era muy joven para entrar en las faenas del amor. Además, andaba pendiente de su hija. No era fácil ser una madre soltera con una hija adolescente. 

         El joven y su auto japonés ya se habían marchado, por más vueltas que dio Eduardo por la urbanización Buena Vista, nunca logró dar con el paradero de Carla. Aquella noche se tuvo que resignar a "jugar a los dados" nuevamente bajo las sábanas blancas que tu madre con esmero había lavado y tendido. Jugó dados durante toda la noche. Esta vez sin la ayuda del computador.

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