Niña...
Mujer callada,
misteriosa, obscura y profunda,
como la noche moribunda,
ante el crepúsculo del amanecer.
Hermosa…
más hermosa que la palabra belleza,
intensa como el
sol, carente de amor.
Fragil y débil,
ensimismada en su tristeza.
Sola y vacia,
las desilusiones
han agotado sus fuerzas.
Solo le queda la mirada melancólica,
la voz quebrantada por la desolación.
Arrastra dolor
en sus sentimientos
y el odio la
llega a la perdición.
Sus labios,
dulce veneno,
desbordan
cualquier copa de placer,
cuando los
besas, despiertan pasiones,
tiernas
emociones,
que calan en el alma de quien la espera.
Amarla es un placer,
la abstinencia
es su precio y tu condena.
Hipócrita,
fingidora de alegría,
por sonrisa emite una mueca.
Dulce amargura,
dulce es quererla,
amargura es verla como perece.
Más que entenderla la comprendes,
más que quererla, la amas.
Pero aun así la pierdes,
ella te da la
espalda.
Pierde sentido su voz,
la que en un
pasado te hizo estremecer
e indagó a lo más profundo de tu ser.
Busca refugio
en ti y lo paga con traición.
No te abandona,
porque nunca te
acompaño,
su alma siempre se mantuvo sola,
porque su soledad ni siquiera compartió.
Huye,
huye para
refugiarse,
como lo hizo en
ti una vez,
buscando calor que cure su frialdad,
buscando cariño que le devuelva la libertad,
que nunca tuvo y quizás jamás tendrá,
nació acompañada, para morir de soledad…
Autor: José Israel Negrón Cruz
Escrito el 9 de marzo del 2001
Editado el 3 de enero del 2015
Comentarios: Este poema lo escribí hace catorce años, es el poema más
triste que he escrito.
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