Si
bien es cierto que el tiempo tiene la cualidad de provocar desgaste y desuso en
las posturas de los teóricos reconocidos por la comunidad académica, no menos
cierto es que también posee la facultad de lograr una nueva vigencia por medio
de revisiones literarias que realizan los investigadores y brindan nuevos matices
a la teoría. ¡Sigmund Freud no es la excepción! Teóricos como Jean-Paul Sartre han
cuestionado aquellos espacios que Freud no ocupó o que no pudo evidenciar de
forma estrictamente científica. Podríamos estipular que algunos de sus
planteamientos han sido debatidos por la crítica otros se han profundizado como
lo es el caso de los planteamientos Silvia Tubert en su texto Psicoanálisis,
feminismo y posmodernismo donde nos advierte que:
El
malestar que Freud consideraba inherente a la cultura se ha puesto cada vez más
en evidencia a lo largo de nuestro siglo en razón de una serie de fenómenos: el
fin del colonialismo, las reivindicaciones de los movimientos de mujeres, la
revuelta de diversas culturas contra la hegemonía occidental, el desplazamiento
en el equilibrio del poder político y económico en el plano mundial, la
conciencia cada vez mayor de los costos, y no solo beneficios que conlleva el
progreso científico y tecnológico, el derrumbe de sistemas ideológicos y los
estragos producidos por una economía de mercado librada a sí misma, carente de
todo referente ético y político que, como un gólem, nos convierte cada vez más
en mero instrumento de su ciega voracidad. (1)
Hoy,
son más palpables, asequibles, que en su momento de concepción, muchos de los
planteamientos de Freud. Estos le brindan al crítico, en particular al
literario, herramientas de múltiple utilidad al momento de realizar un
análisis.
El
relato La muerte del cabro “Maneco” de
la autoría Miguel Meléndez Muñoz, que yace en su libro: Cuentos de la Carretera
Central se convierte hoy en nuestro “paciente” literario que espera recibir un
diagnóstico a luz de los planteamientos freudianos. El cuento comienza haciendo
una caracterización del personaje principal, Don Maneco de quien nos dice que:
“fue en su tiempo un dictador en miniatura. No por la suavidad de sus actos ni
la mesura de sus actos sino por los límites geográficos y la capacidad
poblacional de su feudo” A la finca de Maneco inmigraban obreros con sus
familias en busca de trabajo. Entre esas familias de inmigrantes se encontraba
la familia seleccionadas, estaba la de don Tito Redueles, que contaba con una
esposa, dos jóvenes varones y la adolecente: Carmita. Después de ubicarse la
familia en el feudo de Don Maneco, mientras el padre y los hermanos se iban a
trabajar en la finca, este visitaba la casa para cortejar a Carmirta y hacerle
regalos costosos que la madre de Carmita veía con cierto beneplácito. En más de
una ocasión hubo discusión entre el padre, los hermanos y la madre por las
bondades de Don Maneco. Los varones de la familia se mostraban siempre
suspicaces ante las benevolencias del patrono. Carmita decide pasar una
temporada en el pueblo y contó con la aprobación de la familia. Esta se ubica
en la casa de Jasinta; la comadre de Nicasia. Todas las noches Carmita salía
con la excusa de que iba a rezar a la iglesia, hasta que un día esta no regresó
más. Cuando los hermanos fueron a casa Jasinta a procurar por Carmita esta le
indica que desapareció. Los hermanos le cuentan el suceso a su padre y este
decide vengar el agravio a su honor. Una noche se adentra con los hermanos en
la casa de Don Maneco, lo enfrenta y asesina.
La
voz narrativa, que a pesar de ser una voz extradiegética con visos[1]
omniscientes, siempre se le escapa un juicio valorativo y una presunción de
corrección[2]
que la humaniza y la vuelve susceptible al análisis freudiano. La psiquis de
los personajes le añade una riqueza
mayor al discurso literario y sirven para complementar la óptica freudiana
en el análisis.
Tomando
como base teórica; Más allá del principio
del placer encontramos que Freud reafirma que:
En
la teoría psicoanalítica suponemos que el curso de los procesos anímicos es
regulado automáticamente por el principio del placer; esto es, creemos que
dicho curso tiene su origen en una tensión displaciente y emprende luego una
dirección tal, que su último resultado coincide con una minoración de dicha
tensión y, por tanto, con un ahorro de displacer a una producción de placer. (2)
Freud deja establecido que el ser
humano está en la búsqueda constante de placer para disminuir el displacer y
encontrar un punto de balance psíquico. La búsqueda de este placer se convierte
en lo deseado, aquello a lo que se aspira de manera consiente, formando parte
del ego de los individuos y personajes literarios o pudiera pasar al
inconsciente, como parte de un deseo reprimido en lo que él nombra como el
súper ego. Lo deseado puede ser un objeto tangible, humano o amorfo. En el caso
de la lectura en revisión. Podemos establecemos el objeto del deseo por medio
de las descripciones que realiza la voz narrativa, los diálogos de los
personajes y el análisis de la trama en sí misma. Por tanto aquello que es
objeto de placer se vuelve al mismo tiempo en elemento de displacer. Todo va a
depender que tan cerca o lejos estén los personajes y la voz narrativa de este
objeto. A mayor cercanía y posesión; mayor placer y a mayor distanciamiento o perdida;
mayor será el displacer. Con esta hipótesis freudiana como paradigma
construiremos el análisis.
La
pregunta que cimienta el análisis es inequívocamente qué o quién se torna en el
objeto de placer dentro del texto. Aunque el acercamiento será de carácter
cronológico, el relato debe verse y entenderse como un todo y no por la parte
en la que se esté haciendo énfasis. Hecha esta salvedad podemos acercarnos al comienzo
de la lectura nuevamente donde la voz narrativa muestra rechazo a los abusos
que se comenten contra las jovencitas núbiles que terminan siendo representadas
en Carmita que es la razón de placer y displacer siguiendo el paradigma
freudiano establecido. La descripción prima que se realiza de don Maneco deja
ver el descontento que se tiene por este personaje quien ya habíamos dicho que:
“fue en su tiempo un dictador en miniatura. No por la suavidad ni mesura de sus
actos, sino por los límites geográficos y la capacidad poblacional de su feudo”.
En la figura de Maneco vemos que es tosco y desmesurado como individuo, lo que
da inicio a una relación árida entre la voz narrativa y él que se comienzan a
pelear por el objeto del deseo. Esta personificación de una voz extradiegética
resulta no solo interesante, sino que es posible a la luz de una mirada
freudiana donde la voz no proyecta matices hacia todo lo que Maneco ejecuta en
sus quehaceres a lo largo del relato. Este juicio binario, maniqueista, solo se
presenta en la caracterización de Maneco. Aspecto que podemos constatar cuando se
acerca a otros personajes como las familias que pueblan la finca, donde notamos
como la adjetivación se torna misericorde[3]: “Estos
obreros inmigraban con sus familias: chiquillos astrosos, de cabellera
enmarañada trajes terrosos, mujeres escuálidas agotadas por sus penosas
funciones domésticas y exagües por la frecuencia de sus partos.” En esta
descripción los obreros no son ni buenos ni malos, son víctimas de su condición
de pobreza y exclusión social. Entre estos obreros se encuentra el objeto
deseado que provoca placer y son las jovencitas
que están entre las filas de los que desean poblar la finca de don Maneco, que
eventualmente se convierten en una sola; Carmita. En el caso de ellas, a pesar
de andar con y en las mismas condiciones de pobreza que los otros transeúntes
que las acompañaban en el peregrinar hacia la finca de Maneco, descubrimos
cierto deleite y regocijo en la voz narrativa cuando las aborda por vez primera.
Esta realiza una descripción minuciosa y halagadora que las distancia del resto
de la sociedad campesina:
Entre
aquellos grupos trashumantes, que arribarán un día a la finca de don Maneco,
hallábase confundidas con la miseria de sus familias⁴, con gallinas,
perros y gatos, con sus petates sórdidos y con trapos y menudencias de su
mudanza, algunas adolecentes núbiles. Iban descalzas, como todos los demás.
Pero estaban mejor vestidas. Con sus cabellos cortados en grandes bucles que
rebasan la línea de los hombros, o peinadas con arte sencillo y encantador,
ponían una nota de color, de alegría, de juventud y de esperanza, sobre el tono
sombrío de aquella caravana heterogénea... Y eran esas jóvenes, como flores de
rara belleza e incitante perfume, vegetación esporádica en un páramo, los
únicos seres que con su parloteo cantarino, sus movimientos gráciles y su risa
jocunda, rompían el hosco silencio… (64)
La
placentera descripción de las jovencitas, contrasta con la demonización de Don
Maneco y los matices del resto de la población. La voz narrativa se humaniza
cada vez más en la medida que avanza el relato, sin dejar de ser una estradiegética,
que no solo ve lo que está pasando, sino que cuando se acerca a las jovencitas
emite juicios valorativos muy particulares acerca de su vestimenta, olor y belleza
singular. Son gráciles, de perfumes incitantes… lo que se puede entender como
un juicio personal y subjetivo que la torna más carnal.
Establecido el objeto del deseo, placer
y fijación de la voz narrativa, podemos deducir el de los personajes como si
Carmita tuviera un efecto magnético donde todo lo atrae a ella. Los personajes
de una u otra manera refuerzan la hipótesis de que Carmita es el objeto deseado
del relato. La figura de Teodoro, a modo de ejemplo, que es el mayordomo de
Maneco, cuando tiene el primer acercamiento con las familias que llegan a la
finca, su mirada e interés no está en seleccionar aquellos individuos más aptos
para trabajar la tierra, sino que al igual que la voz narrativa y el patrón
Maneco, prioriza el objeto del deseo: “Don Teodoro se detenía en medio del
grupo, examinaba en rápidas ojeadas a los hombres, contemplaba con más
detenimiento a las jovencitas de prestancia sugestiva y comenzaba su
interrogatorio con frases secas y cortadas.” Las jovencitas núbiles, eran
deseadas por la voz narrativa y todos los personajes del relato aunque se ve
acentuado en la figura de don Maneco.
La fricción entre la voz narrativa y don Maneco por el objeto del deseo se van
acentuando según las caracterizaciones del segundo por parte de primero se van
volviendo más grotescas. Cuando Maneco va a seleccionar a las familias que van
a quedarse en su finca para trabajar, se desarrolla una efectiva demonización
de este:
Examina
los grupos, como si revistara sus vacas, o sus manadas de novillos para la
venta. Sus ojos demoniacos se detenían en las familias en que espigaba la
silueta graciosa de alguna adolecente. Cada
vez que su mirada de sátiro contemplaba a alguna de ellas, se la veía
estremecerse en espasmos involuntarios, como si se sintiera desnudada.
Materialmente despojada de sus humildes y escasas vestiduras por la impudicia
osada de aquel hombre que la oteaba, como presa fácil para su grosera apetencia
carnal, develando su tierna belleza.
Por
algo sus enemigos, públicamente, y en confidencias sus amigos, le llamaban el
cabro Maneco.(67)
La selección de cuales familias se quedan
en la finca no es racional, es decir que no se escogen las familias por la
fortaleza de los varones que las componen y los aptos que estos estén para el
trabajo sino que se da por medio de la cercanía que Maneco busca tener con el
objeto del deseo: “-Diles que se queden y dales alojo a las familias de esas
cuatro parvulitas… Los demás que se vayan.” Seguido de esto, si prestamos
atención a las palabras de Doña Providencia al momento de ser descartada del
albergue de la finca de Maneco, esboza
el deseo de que su nieta hubiera sido como Carmita: “Si Estrellita hubiera
tenío los quise nos dan agrego en la finca”. Ciertamente estás palabras parecen
surgidas del Súper ego del personaje que no muestra filtros sociales al momento
de expresarse y que desea una carmita entre las filas de sus parientes. En ella
se ve representada esa zona del inconsciente freudiano que pone como prioridad
aquellos deseos naturales; por encima de los convencionalismos sociales
presentes en el Id. A ninguna abuela en una expresión dominada por id, se le
ocurriría decir semejante barbaridad y con la connotación perniciosa que tiene
para su pariente. Doña Providencia estaba dispuesta a exponer a su nieta en las manos de un sátiro
para conseguir albergue, aunque si lo analizamos instintivamente, siempre
tendrá prioridad el albergue y la comida que los convencionalismos sociales. La
familia Rendueles, una de las cuatro seleccionadas por Don Maneco, es descrita
de la siguiente manera: “Componía su familia dos hijos, fuerte mocetones que le
ayudaban en sus labores, su esposa, hembra juiciosa y trabajadora y Carmita la querendona de todos como la llamaba
su padre que había condensado en ella, todos los amores y las ilusiones de su
vida.” La expresión querendona de todos pudiera fácilmente convertirse en
deseada por todos, si aplicamos el paradigma freudiano. La lectura nos confirma
el apego de su padre y como esta es para él su fuente de amor y placer. Aunque
Carmita está bajo la tutela de Don Tito, Maneco comienza a amarañar la forma de
coseguir el objeto del deseo. Para esto le ordena a Don Teodoro:
…trasladar a la familia de Don Tito
a la mejor casa de la finca, de señalarle una buena parcela para que la cultivase
con los suyos en su exclusivo usufructo, de entregarle una vaca para la leche,
de facilitarle bueyes para la labranza y concederle cuantos privilegios
contribuyeran a conquistarle el afecto y la gratitud de aquella gente, y, como
secuela la simpatía de Carmita. (68)
El
objeto del deseo se va volviendo también en el objeto en disputa. Por un lado
la voz narrativa condena las malas intenciones de Don Maneco hacia Carmita, por
otro, el padre que la desea y quiere protegerla y mantenerla con él. Los
hermanos también se pelean por Carmita junto con la madre:
-
Bueno, mamá no se
encandile, que todo lo que yo estoy disiendo es por el bien y la tranquilidad
de la familia. Yo no le tengo malquerensia a don Maneco, pero es un pájaro de
cuenta para los negocios… y para las mujeres…
Eran
frecuentes estos diálogos. Unas veces los provocaba el mismo Don Tito. Otras
cualesquier de sus hijos, siempre con la misma intención y enunciando posibles
peligros para la felicidad de la niña amada por todos. (70)
Carmita atrae a todos los personajes
hacia sí. Tiene una cualidad magnética que se corrobora en los diálogos de los
personajes: “-Tú la quieres tanto, a tu manera, que eres capaz de sacarle los
ojos para que no mire a nadie- le replicaba doña Nicasia. -Pues , por Dios
Santo, que la embarcaba pa Nueva Yol a ver si don Maneco revendía toa el agua
que hay de aquí a allá pa seguirla embaucando…” Cuando Carmita se transporta al
pueblo a casa de la comadre de doña Nicasia, Jasinta: “dos gruesas lágrimas
rodaron por los surcos de las mejillas de don Tito”. Establecida en el pueblo
don Maneco aprovecha la oportunidad para apropiarse del objeto de placer y
llevarse a Carmita para su casa. Lo que provoca displacer en la voz narrativa,
don Tito y los hermanos Redueles. Todos entran en unas pulsaciones para preservar
el objeto del deseo para sí. En la lucha por el Carmita, muere don Maneco, se
sugiere que don Tito y sus hijos son apresados y quien preserva de manera transfigurada
para sí a Carmita, es la voz narrativa, que por medio del silencio se apropia
de ella. Carmita no es mencionada en el relato durante las últimas tres páginas.
Lo que implica la voz narrativa decide no compartirla más con el lector que
desea, quiere saber que sucede con ella. Carmita sufre un rapto narrativo donde
es preservada por el que más poder tiene; la voz que controla el relato.
La hipótesis freudiana de que el
placer y el displacer provocan tensiones que buscan armonizar al ser humano. Se
cumple cuando miramos el relato como un todo. El objeto de placer y deseo;
Carmita, provoca inestabilidad entre los personajes y la voz narrativa. Solamente
cuando este desaparece se pierden las pulsaciones en el relato. La cercanía a
la figura magnética de la chica pudo crear pulsaciones en espacios más
distantes. Hay que preguntarse si estás pulsaciones pudieron haber estado
presente no tan solo en los personajes y la voz narrativa, sino que vienen arrastradas
desde un poco más allá; vienen de la psiquis del autor y fueron a parar un
pocos más lejos que simplemente en el relato; sino que a su vez provocaron
pulsaciones en la psiquis del lector.
Referencias
Bousseyroux, Michel. Lacan el borromeo : ahondar en
el nudo. BarcelonaSan Sebastián: Ediciones S&P
Pliegues, 2016
Butler, Judith P. El género en disputa
: el feminismo y la subversión de la identidad. Madrid: Paidós, 2007.
Horney, Karen. La personalidad
neurótica de nuestro tiempo. Barcelona: Paidós, 1984.
Freud, Sigmund. Más allá del principio de
placer ; Psicología de las masas y análisis del yo y otras obras. Buenos Aires: Amorrortu, 1989.
Freud,
Sigmund, and James Strachey. Obras completas. Buenos Aires: Amorrortu editores, 1976.
Freud, Sigmund, Ramón
Ardid, and Luis Torres. El malestar en la cultura y otros ensayos.
Madrid: Alianza Editorial, 2006.
Meléndez, Miguel. Cuentos de la Carretera Central. Barcelona:
Ediciones RVMBOS, 1963.
[1] El texto cuestiona
subjetividad de la voz narrativa, el papel que esta juega dentro del relato y
si es o no omniciente.
[2] La correction para
efectos de esta lectura debe entenderse como lo convencionalmente aceptado como
bueno dentro de la sociedad puertorriqueña de finales del siglo XIX y
principios del XX. No debe comprenderse como un juicio valorativo universal del
autor.
[3] La voz se muestra empática con las penurias y la condición
desfavorable en la que se encuentran los trabajadores de la tierra en el
relato.
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