El milagro del amanecer (enseñanza a nuestros hijos)


Esta mañana todos despertamos antes que se asomaran los primero rayos crepusculares. Ajoré a la pequeña Cocó y le prometí que presenciaría un milagro. Ella abrió los ojos y me miró. Muy creyente la nena en todo lo que le dice su padre, se levantó de la cama. La tomé de la mano y nos sentamos en un banco excelentemente posicionado, que parecía estar esperando allí, a creyentes como nosotros. Nos sentamos, el frío de la noche, arrojaba sus últimos vestigios, esperamos un poco, le digo no te preocupes y mira hacia allá, no te preocupes que el creyente siempre espera, la prisa es cosa del diablo y nos hace daño, nos ciega. Odio el ajoro, soy muy pausado, parsimonioso, meditabundo, me gusta disfrutar los momentos, porque eso es la vida, la sumatoria de momentos.

                -Mira, mira ya está pasando (le digo).
                -¿Qué pasa papi?
                -Mira, está ocurriendo.
                -¿Qué está ocurriendo papi?
                -El milagro mi niña; ¡el milagro!
                - ¿Qué milagro?
                -El milagro de cada amanecer…

                Entonces me miró con cierta desilusión, como quien despierta de un engaño. Se puso un poco sería y me dice –papá, amanece todos los días. Maestro al fin, acostumbrado a dar argumentos sólidos a mis estudiantes, le digo -porque aquí ocurran milagros todos los días, eso no quiere decir que dejen de ser milagros. Entonces paró la oreja. Vives en una tierra milagrosa y no te lo sabes todo porque tengas ocho años. Recuérdame llevarte a Alaska y repetirte el ejercicio, Haya esperaras un poco más a que salga el sol. –¿Qué haya no sale el sol todos los días? No, el milagro no es tan constante ni tan obvio, lo increíble es que se nos da todos los días y nunca no detenemos a dar gracias, ni nos sentimos felices por habitar una tierra bendita, hospitalaria. ¿Viste los plátanos ayer? –Sí. ¿También son un milagro papi? –Sí, no hay sembradíos de plátanos en todas partes del mundo, recuérdame llevarte a la zona más arida de Egipto, para que me creas que el que los plátanos se den así, con tanta normalidad es milagroso. El ganado también es un milagro, la comida que comes, el aire que respiras, el mar que azota la orilla, esa palma de coco que ves ahí, vivimos en el paraíso, lo que pasa es que nadie no los dice.

                Sonrió un poco, ya el sol estaba posicionado en la recta perfecta del horizonte, la recta que divide el mar del cielo, entonces no le dije nada más… Hay lecciones que se entienden en un día, otras toman una semana y algunas toda la vida. Cómo no continuó preguntando, comprendí que estaba en un proceso de introspección…

                Gracias Dios, por el milagro de la salud, de estar vivo y permitirme contárselo a otros.

    ¡Buenos días a todos, desde la Tierra Bendita; Puerto Rico!  



Autor: José Israel Negrón Cruz      
Escrito el 27 de noviembre de 2014
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