MAL DE AMORES

El viento sopla sobre la ventana de Patricia, con él la voz que siempre lo acompaña; repitiendo de forma incansable: “amor mío te estoy esperando”.
            Patricia da media vuelta, pone la almohada sobre su oreja, a sabiendas que disminuirá el sonido del viento, pero no el de la voz “incante”¹ que la tortura. Rato después, logra conciliar el sueño...
            Todo comenzó un verano, en sus años de adolescencia, mientras paseaba la playa cercana a su hogar. Patricia, lucía un traje de baño rojo, de doble pieza, más pequeño de lo apropiado, para enfatizar su carácter coqueto, su instinto juvenil provocativo. Recostada en la arena, bronceaba su hermosa piel blanca y lucía una silueta tan perfecta, que parecía una sirena en la arena. Le gustaba ser envidiada por sus amigas. Cada mañana planchaba con suma delicadeza su pelo largo, no importaba si fuera de playa o de fiesta, siempre tenía que estar intacto.  Unas gafas de último modelo, cubrían sus grandes y hermosos ojos negros.
            Llegada la tarde, agotada del sol caribeño, decide caminar por la orilla de la playa. Dejó su toalla y víveres al cuidado de su hermana Evelin, quien la acompañó durante todo el día. Tenía un andar sensual, que combinaba el remeneo de nalgas y caderas con un torso perfectamente derecho. A su paso los jovencitos improvisaban piropos y hacían “pajeos”² mentales con sus prematuros deseos carnales. Ella los miraba de soslayo y les sonreía de forma sensual, con la mezcla de picardía e inocencia que solo se tiene en esta etapa de la vida…
            En su andar compasado, miró un joven que observaba el atardecer y presumida pasó frente a él, en espera de un piropo, o sonrisa masculina semental. Se sorprendió al ver que este no despegó la mirada del horizonte. Patricia continuó caminando, la indiferencia de aquel joven, hería su ego, laceraba su autoestima de reina de belleza tropical. La ninfa quería una revancha, algo estaba mal en aquel muchacho: ¿será gay? Se preguntaba para sus adentros. No podía concebir el no ser deseada. Atormentada por la tentación, se detiene y decide regresar al joven. Tenía unas dudas que aclarar. Se detuvo frente a él y de manera indiscreta preguntó: ¿qué miras? El joven permaneció inmóvil, su rostro no emitió ademanes, se quedó sereno, aunque por un momento posó su mirada en el rostro de Patricia y movió los labios: "el mar, miro el horizonte". Patricia se tornó impulsiva, acostumbrada a ser el centro de atención, se alteró: "¿y eso te divierte?" El joven no cambió el semblante: “además de ser una diversión es vital para mi supervivencia”. Ella echó una carcajada forzada y burlona: "¿acaso comes agua y sol?" El joven decidió ignorarla, no valía perder el tiempo con aquella chica-sorbeto: “plástica por fuera, vacía por dentro”.
            Patricia continuó con su andar, ahora un poco más forzado, para alebrestar al resto de los mirones que estaban alineado en la orilla. Le hacia falta el halago masculino, su autoestima estaba lacerada.
            Al llegar a donde se encontraba su hermana, le contó de manera tergiversada lo sucedido: “Evelyn, conocí un loco que me dijo que comía agua y sol”. Ambas rieron, Patricia se sentía apoyada. Ambas caminaron hasta su casa, se ducharon y almorzaron en familia. Al llegar la noche ocurrió lo impensable; Patricia no pudo dormir. Su madre la encontró a las 5:30am con los ojos abiertos, no estaba segura de si se trataba de algún trastorno juvenil, o simplemente una mala noche, ese primer día decidió no darle mucho color a asunto y lo descartó con una pregunta sencilla: ¿Patricia te sientes bien? A  lo que Patricia respondió con un ademán de indiferencia, se dio media vuelta en la cama y se arropó hasta la cabeza. Su madre sabía que le pasaba algo raro, pero era verano y no habían ocurrido sucesos irregulares en la familia, así que continúo con sus quehaceres matutinos.   
            Tres noches sin dormir, lo que en primera instancia parecía algo insignificante, comenzaba a causar problemas. Aquella mañana, en el desayuno, en una conversación familiar, decidieron llevarla a médico. La Doctora la examino y concluyó que no tenía dolencias corporales, que desvelo provenía de una enfermedad sicológica; mal de amores. Solamente un médico es capaz de ver el amor como una enfermedad, pero los padres aceptaron el diagnostico con cierta resignación, tenían esperanza que por medio de medicamentos su hija recuperara el sueño.
            Como suele suceder en la adolescencia, las chicas en vez de recurrir a sus padres en busca del consejo correcto, recurren a sus amigas, a sus pares, para que le digan como resolver los problemas que ellas mismas no han resuelto. En el caso de Patricia, esta se lo contó a Carla: “chica llevo tres días sin dormir y ya papi y mami piensan que estoy loca, no hago más que pensar en un chico que conocí en la playa. Carla, acostumbrada a ver novelas de amor mexicanas, le dijo: “es común enamorarse, quizás sea tu media naranja”. Patricia no le hizo caso a su amiga, le parecía una opinión cursi, sacada de las novelas que tanto le gustaban a Carla. No le hacia sentido el enamorarse de un desconocido.
            Al llegar el quinto día  en desvelo,  Patricia decidió volver a la playa de Ocean Park. Una corazonada le decía que el joven se encontraba allí. Esta vez no sacó el tiempo para alisarse el cabello, tampoco buscó ropa provocativa, simplemente se puso lo primero que encontró en el perchero; una camiseta y unos “jeans” y salió a caminar. Esta vez iba cabizbaja, con andar compasado, la mirada perdida entre los marullos que arropaban la orilla. Entonces lo vio, nuevamente, mirando el atardecer como estatua de sal inmóvil, atento a su amado horizonte. Con un temple desquiciado, se para a su lado y cual si lo conociera de toda la vida, le reclama: “tú, brujo endemoniado, quítame el hechizo que haz hecho”. El joven no entendía de qué hablaba Patricia, aunque la recordaba. Por cortesía le respondió: “no soy brujo, ni me interesa serlo”. Otra vez en su voz baja, que tanto la desesperaba. En un arrebato de cólera le grita; “ quién eres, dime de una vez y por todas quién eres”. A lo que este respondió sin reparos: “Miguel Ángel Molina Berrios”.
-¿qué? A ti no te enseñaron modales, cuando usted le habla a una dama, la mira a la cara.
            Miguel se levantó, sabía que no podía evadir a la chica en esta ocasión. Era un mozo alto, de piel morena, el cabezo recortado, semblante liso, pasivo. La miró directamente a los ojos y le pregunto: “¿por qué sufres? ¿Qué te sucede? Ella enmudeció, no esperaba aquella pregunta, menos de un desconocido. No tuvo más ingenio  que responder de forma evasiva: “eso no es de tu incumbencia”. Miguel la invitó a sentarse y conversar, allí en la arena, frente al ocaso. Ella un tanto resignada, aceptó. En el fondo deseaba conocer aquel joven extraño, para eso había llegado hasta allí, ya no era momento de presunciones.
            La conversación tomó un rumbo ameno, la joven soltó la lengua, le dijo donde vivía, lo que había sufrido en los últimos días y sus hipótesis de hechicería que le atribuía a Miguel. Aunque al final se dio cuenta que todo era una locura y le dejó su número telefónico.  Quizás no estaba enamorada de él como le había comentado su amiga Carla, pero buen mozo, labioso, excelente conversador y eso le gustaba. En fondo no se sentía como un pedazo de carne en vitrina, cuando este la miraba y valía la pena ver, hasta donde llegaba la cosa. De cualquier manera, no tenía mucho que perder, estaba soltera y desquiciada, así que concluyó que relacionarse con é no era tan mala idea.
            Mientras pasaba el tiempo, la comunicación siguió fluyendo, los encuentros eran bastante seguidos, primero en la playa, luego en el cine, paseos por el viejo San Juan y una que otra salidita nocturna a discotecas. Sin darse cuenta, estaba enamorada. Miguel era todo un caballero, sacado de aquellos cuentos de princesas, que le leía su madre cuando pequeña.  En cambio Miguel no sentía nada por ella, quizás algo de empatía. Ella sabia lo que quería, un noviazgo, pero él se negaba, pese al gran atractivo de Patricia.
            Eventualmente Miguel cedió, cayó en las mieles del amor. Las promesas de Patricia comenzaron a calar en su corazón. El insomnio que una vez atormentó a Patricia ahora hacia sus estragos en Miguel, quien había perdido a sus padres cuando niño y vivía con un hermano mayor, Enrique. Ambos hablaban muy poco, prácticamente lo necesario y Patricia no sería un tema que este deseaba compartir con él. Pese a las salidas con ella, su carácter solitario y mesurado continuó, excepto en los momentos en que pasaba con Patricia.
            Un día, en uno de los bancos del Parque Luis Muñoz Rivera, Patricia lo besó por sorpresa, este no se resistió, de manera informal se hicieron novios. Patricia era una chica calenturienta, quería llevar la relación a otro nivel, tenía las hormonas revueltas y un “buen macho” a su lado. Sus padres salieron un fin de semana de viaje y ella aprovecho la ocasión. Su hermana se había ido de pasadías con unas amigas y la chica lo planeó todo. Lo invitó a una falsa cena familiar, en donde supuestamente estarían los padres de Patricia y otras amistades. Al llegar Miguel a la casa, esta se encontraba sola. Este sintió pudor, al darse cuenta de la situación en la que se encontraba, ella lo masajeo para que liberara el estrés y le aseguró que no corría peligro: “todos están de viaje”. Entonces lo manoseó y este se dejo, lo besó de forma apasionada y sucedió lo que tenía que suceder; Patricia desvirgó a Miguel.
            Cuando sus padres regresaron, los deseos carnales de Patricia se volvieron indecorosos, y ya no hacia falta estar a solo en una casa para hacer el amor, bastaba una esquina solitaria de la playa, algún rincón en el parque, o simplemente el asiento trasero del carro de Enrique que en algunas ocasiones se lo prestaba a Miguel. Cada vez que se empiernaban³,  ella le prometía amor eterno, que nunca lo dejaría, que nada los separaría en la vida, y después de esta.
            La luna de miel terminó cuando un vecino, amigo de la familia y pastor de la Iglesia Pentecostal, se topó con los chicos fornicando en la playa. Patricia le suplicó que no se lo contara a su padre, que esta se arrepentía y no lo volvería a hacer. Pero las convicciones morales del Pastor, de que no podía ser cómplice de semejante pecado y menos de dos adolecentes calenturientos, lo llevo a contárselo todo al padre de Patricia…
            Todos sabían que Patricia era una moza de piernas calientes, pero una cosa es que todo el mundo lo sepa y otra es que tu padre se entere. Avergonzado, indignado de que su “tesorito” hubiera caído en la trampas de aquel canalla, este decidió que mientras ella viviera bajo su techo, no volviera a ver a Miguel. Patricia enfureció, formó una pataleta, cual si fuera una niña malcriada  a la que no se le complace con un juguete. Pero la decisión de su padre era irrevocable.
            Ambos jóvenes enloquecieron, Miguel desesperado, motivado por una obra que había visto de Shakespeare, le propuso amarse después de la muerte.  Su descabellado plan consistía en que ambos se suicidarían, para poder amarse después de la muerte. Como muestra de amor, Miguel ofrecería su vida primero, y cuando este regresara en espíritu, Patricia le acompañaría, en la empresa pos-mortem. Ambos se comprometieron juraron realizar el acuerdo.
            Una año después del acuerdo, Miguel se suicidó, se amarró dos bloques de construcción a las piernas y saltó del puente Dos Hermanos, murió ahogado. El vecino de Patricia, Aníbal,  la consoló durante ese proceso de perdida. Ella lloraba y el la abrazaba, ella hablaba y Aníbal la escuchaba. Estaba ahí vigilante en todo momento. Su padre le permitió a Patricia ir al velorio acompañada de Aníbal. Confiaba en él y tenia reputación de ser un buen muchacho, era el hijo de un prestigioso abogado de la zona Isla Verde. En el velorio Patricia lloró amargamente, pero en el fondo se convenció de que había sido una locura, realizar aquella promesa.
            Durante el proceso investigativo de la policía, se encontraron un sinnúmero de cartas que Miguel había escrito para Patricia. Todo indicaba que su muerte había sido un suicidio premeditado. El insomnio volvió a apoderarse de Patricia. No podía dormir con el cargo de conciencia y aunque Aníbal,  siempre estaba para consolarla, para Patricia no era suficiente. Todo en el hogar de Patricia entendían el proceso de duelo por el que estaba pasando y pensaban que eventualmente se les pasaría y en el fondo creían que el que ella conociera a Miguel solamente había traído problemas a ese hogar.  
            Una semana después del suicidio, una fría ventolera entró por la ventana de Patricia, ella se arropó y entonces ocurrió… apareció la voz de Miguel: “amor mío te estoy esperando, he vuelto para pedirte que cumplas tu parte del trato” Patricia saltó de la cama, su grito estremecedor retumbo por toda la casa. Evelin fue la primera en llegar al auxilio de Patricia, pero el cuarto estaba vacío, bajo las escaleras de forma desesperada y la encontró en la cocina, hablando sola, con un cuchillo en sus manos, dispuesta a suicidarse: “diles a todos que me fui al otro mundo con Miguel” El padre de Patricia la sorprendió por la espalda y en un forcejeo le quitó el cuchillo. Luego la madre y la hermana sostuvieron, mientras que el padre desesperado llamaba a emergencias médicas. La casa se lleno de ambulancias y policías. El alboroto en la casa y el reguero de luces rojas y azules, sacó a los vecinos del hogar, quienes temían lo peor.  El Pastor formó un círculo de oración y todos sintieron cierto alivio al ver a Patricia amarrada a camilla y trasportada a un hospital psiquiátrico en estado de emergencia. Sus heridas eran leves, y más bien eran producto del forcejeo con su familia.
            Patricia estuvo un mes hospitalizada en aquel centro siquiátrico en donde la tenia en constante vigilancia. En tres ocasiones, estuvo amarrada en una camilla dentro de cuarto que se conocía como la “pecera”. Bajo estricta supervisión médica y con la ayuda de ansiolíticos y antidepresivos, en una semana ya mostraba síntomas de mejoría. Aníbal estuvo durante todo el proceso de recuperación. Le habían diagnosticado depresión crónica, con ciertos grados de esquizofrenia. Poco a poco fue mejorando, hasta lograr cierta estabilidad, entonces la dieron de alta, bajo medicación. Comenzó a decir que no escuchaba la voz de Miguel, y todos comenzaron a sentir cierta tranquilidad.
            Tres años después, Patricia comenzó la Universidad, sostuvo amoríos con Anibal, luego con otro grupo de jóvenes que paulatinamente pasaban por su vida.
            -Ahora tengo una nueva pareja, estudia arquitectura en Rio Piedras, mi papá dice que es un buen candidato para mí. Aunque yo sé, que como los demás, se alejará pronto. Cada noche escucho la voz de Miguel, hasta el día de hoy no he  logrado descifrar si es obra de mi mente o es él en realidad. En ocasiones tenemos largas conversaciones que se extienden durante toda la noche. Pero según ha ido pasado el tiempo he obstado por ignorarlo. Ahora solo me repite lo mismo: “amor mio te estoy esperando”, con su voz de ultratumba. Vivo sola, en este maldito apartamento de Santa Rita en Rio Piedras, analizo mi vida casi a diario… Esta es mi historia y he llegado a la conclusión de que el amor tiene la virtud de liberarte, pero es mucho más fuerte al momento de hacerte prisionero…
                                                                                                            Fin
Febrero del 2000
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Incante, es una adjetivación no convencional. Ya que proviene del constructo de un verbo no convencional; incar. El convencionalismo es hincar. El constructo incante, no está aceptado, pero pese a tener conocimiento de esto, decidí mantenerlo en esta última revisión del cuento. 
Pajear: en el contexto del cuento se refiere a un tipo de masturbación masculina, de carácter mental.

Empiernados: realizar el acto coitar.

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