Tengo cien
conocidos,
pero ni un
solo amigo.
Lloro,
amargamente,
con tanta fuerza,
para que
nadie comparta mi tristeza.
Vago por el
mundo,
en busca de
vida,
entre
cuerpos de suerte,
¡Quizás
haya vida!
En todos. Menos
en ti;
abstracta metáfora
de muerte.
Ser
aceptado,
ya que
importa,
que importa perder
un poco de
sexo, vicios y comida,
una bocanada
de cerveza,
un plato de
comida
y una mala imitación,
de lo que
el Diccionario define como amor.
¿Acaso esto
es la vida?
¿Acaso esto
es vivir?
Mejor
resignarse a morir,
solo, sin compañía,
que al
menos así,
me libro de
la hipocresía,
esa mascara
dolorosa en mi rostro.
Déjenme
solo,
con mi
soledad,
que me
tortura menos
en libertad.
No rompan
mi silencio,
quiero
perecer de cara al mar.
No intenten
comprenderme,
primero
entiendan las fuerza del viento,
la grandeza
del océano,
la
naturaleza, este sentimiento,
lo que es
belleza.
Es inútil reprimir
la soledad,
es parte de
mi existir, de mi realidad.
Van junto a mí en cada paso,
ella está
aquí,
muriendo y
naciendo,
en cada uno de los intentos infructuosos,
por
alejarme de ti.
A pesar que
es celosa,
me espera,
a todas horas,
sin
cansarse jamás,
de esperar en su paz.
Hora a
hora,
día a día
sigue aquí,
brindándome su compañía,
abogando
por mi libertad,
haciéndome prisionero,
para saciar
su necesidad,
de este
mundo frívolo y traicionero.
Autor: José Israel Negrón Cruz
Escrito el 22 de mayo del 2001
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