Quince
adultos, tres niños y cuatro jóvenes disfrutan bajo el sol caribeño de la
piscina comunal. Roberto entraba y salía del agua con ansiedad, de vez en vez
se paraba en la verja con la mirada fija en el final de la calle Dolores donde
ubicaba su casa, pendiente a la llegada de su padre. Tenía un traje de baño con
una escena representativa de Guerra de
Pandillas que lucía con orgullo. Sin recelo miraba como Eduardo y Carla
conversaban al otro extremo de la piscina:
-¡Te queda muy bien el rojo
chiquita!
-¡Gracias Eduardo!
-Aunque
te verías mejor con un traje de baño amarillo, que acentuara tu bella piel canela, resaltaría esa belleza natural, aunque todavía eres una bebé y no sabes de esas cosas.
-¡Cómo te atreves! Tengo trece pa’
quince.
-¿Trece pa’ quince?
-Grrrrr, para catorce.
Y
simulando estar molesta se zambulló bajo el agua y se fue a la orilla donde estaba Roberto chapaleteando solo,
desarrollando estrategias para llegar a la guarida del oponente del segundo
nivel de Guerra de Pandillas. Aquel
era un criminal menor, que dominaba una cuadra con un grupo pequeños de
bandidos, su misión era eliminar a sus cuates y matarlo a él, pero siempre
agarraba un disparo que lo devolvía al inicio del nivel 2.
-Vamos a jugar.
-¿A qué?
-El más tiempo que permanezca bajo
del agua.
-Vale…
Mientras Robertito y Carlita iniciaban
su juego habitual de piscina, Eduardo pensaba en la manera de perder su virginidad.
No quería terminar el verano y seguir siendo virgen. Era una preocupación extrema,
que le perturbaba la existencia; le aterraba pensar que terminaría el Colegio y
comenzaría la universidad sin haber probado lo que era un polvo. Se acercaba el
fin de verano fantaseaba constantemente con alardear de sus experiencias sexuales
en las vacaciones con su amigos de último año, solo que había un problema, la única
experiencia que tenía era con su mano. Había visto mil y una películas
pornográficas en el computador de su padre. Su pene estaba irritado de tanto
halarlo para arriba y para abajo. Parecía un pajarito rojo despellejando el
plumaje. Creía saberlo todo sobre el
sexo, solo le faltaba una cosa: la experiencia.
-Gané (dijo Carlita)
-Hiciste trampa, te metiste después
de mí, bajo el agua.
-Nunca quieres perder tontito.
-Es que no perdí.
Roberto enchismado, paro la trompa
de niño engreído y se alejó al otro extremo de la piscina. Eduardo, con
intenciones de tiburón hambriento cayó al
lado de Carla, continuaba asechando su presa.
-¿Tienes chat?
-¿Pa’ qué?
-Pa’ hablar horita.
-Pues
no sé, por las noches a mi mamá no le gusta que ande metida en la computadora.
-¡Ah!
Se me olvidó que eres una bebita de mami.
Carlita de
vez en cuando mostraba una sonrisa coqueta, sabía lo que Eduardo quería, pero
insistía en darle vueltas al asunto. Pensaba que cuando un chico se volvía
demasiado insistente, estaba soso, falto de sal, no tenía gusto, ni valía la
pena hacerle mucho caso, de cualquier manera volvería a insistir en otro
momento.
Adriana, se
había graduado hace un año del Colegio, gozaba de apenas dieciocho primaveras.
Era bella, profundamente agraciada y lo sabía. Se levanta con la altivez de ego
de quien esta acostumbrada al alago constante y se posiciona en la ducha. Mostraba
su bronceado perfecto, era todo un monumento a la juventud. La mirada de
Eduardo se pierde entre las curvas bien desarrolladas de la joven. Carlita se
percata, pero ignora la situación, sabía que no podía ganar una batalla contra
aquella muchacha que había competido ya en dos certámenes de modelaje y ganado
uno.
-Ya
nene, disimula.
-¿Qué?
-Que
se te salen babas…
-Oye,
oye, respeta niña que yo soy un hombre.
-¡Eres
un bellaco!
Incomodo por
la expresión, salió del agua y empezó a ducharse al lado de Adriana. Mientras
Carla pensaba en lo ilógico que podría
ser el amor. Ya había tenido cuatro novios mayores y siempre terminaban
poniéndole los cachos con la primera chica que apareciera, por eso no valía la
pena enredarse con Eduardo, su destino era previsible. Esta vez quería probar
con alguien más joven. Pero este no le hacía caso…
-¡Robertito!
-¿Qué quieres?
-Mira, llegó tu papá: ¿no vas a
saludarlo?
Roberto miró
la guagua negra de su padre, era el último modelo de la carrocería alemana. En
el lado del pasajero andaba la abuela. El muchacho ignoró la situación, prefería
que su padre no lo viera para no alargar las cosas, con aquello del: ¿Cómo
estas? , Anda saluda a tu abuela y todas esas cosas en las que pierden tiempo
los adultos. Simplemente quería que llegara y dejara el control sobre la mesa sin
muchas complicaciones. Pero al llegar a la puerta algo lo retuvo.
-Pedrito, tanto tiempo cómo estás.
-Pues
bien… trabajando duro en el colmado con papi, soy el gerente y los empleado
cada día son más vagos.
-Eso
es bueno, que trabajes duro, para que le des la calidad de vida que se merece
tu hijo.
-Mija,
ya pago la renta de esta casa y le envió sustento alimenticio; ¿qué más queréis?
-¿Cuándo
depositas?
Aquella era
la pregunta más recurrente en la boca de Fátima: ¿Cuándo depositas? Y es que el
gobierno había creado unos cupones de alimento para los hombres. En donde
simplemente tenían que ir al banco con el cupón y el dinero y este llegaba por
correo a la madre custodia del menor. Si estos no cumplían con los depósitos eran
encarcelados por el estado. Así que aquella pregunta era más que una simple
pregunta, era una amenaza contra su libertad.
-El viernes.
-Ummnnnn,
el viernes es tarde, pero seré condescendiente contigo, por el amor que tengo
por Robertito, no quiero que te vea preso otra vez.
A Pedro no le
importaba lo que Fátima decía, su mirada se perdía sin disimulo entre sus
enormes muslos, mientras hablaba con naturalidad. ¡Quería tocarlos! Fátima
coqueta como siempre, con aquella sonrisa de quien tira la piedra y esconde la
mano, arrebató el control de las manos de Pedro y con el remeneo de nalgas que
le había enseñado su madre lo llevo hasta la mesa. Pedro la siguió con la
mirada lasciva, embelesado, con aquellos pantalones cortos que marcaban
perfectamente el perineo femenino con todas sus consecuencias visulaes.
“¡Nene
avanza!” Gritó la abuela al notar la escena. Pedro salió del ensimismamiento y
se montó en la guagua.
-¡Tú no aprendes!
-¡Ay mami, por Dios!
-Te vi, mirándole el culo a la puta
esa, otra vez.
-Mami, estás viendo mal.
-Que
estoy viendo mal… o tu estás viendo demasiado, mira no te hagas el bobo conmigo,
que yo sé de la pata que cojeas y me vienes con otro muchacho, te boto de casa
con todo y guagua; ¿sabes?
La
discusión se extendió por todo el camino de regreso.
Roberto, al
percatarse que la guagua se había ido, en un, dos por tres y sin despedirse de Carla
salió de la piscina, conectó el control nuevo a la consola y comenzó jugar Guerra de Pandillas en el nivel 2.
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