(Trece años después)
Roberto
lanza el control de su consola nueva contra el piso. Lleva dos horas intentando
pasar el segundo nivel de Guerra de
Pandillas. Al llegar a la guarida del enemigo: ¡plash! Un balazo inesperado lo devuelve al principio
del nivel 2. La madre encolerizada por la resaca de la rumba de anoche, se
levanta por el alboroto.
-¡Maldita sea, Roberto! No puedes
ser menos ruidoso. No veis que duermo. Ya tenéis doce años, es hora que tomes
un poco de madures y te controles; ¿me entiendes?
-¿Mami, qué hay de comer?
-Bueno carajo, pelotudo, y acaso yo
parí un hijo manco. ¿Qué te cuesta pararte y abrir el refrigerador? ¿Ah? ¡Te me
pareces a tu padre! Que por cierto, ve agarrando el celular y cuéntele que
necesita un control nuevo, dígale que Carlita se lo ha roto y no te atreves a cobrárselo
porque tienes interés en la chamaquita.
-No me interesa Carla.
-Bueno,
pues jódete, pelota de mierda, a ver cómo juegas la consola sin control….
Roberto se levanta y se dirige al
refrigerador, encuentra unos bolsillos calientes que su madre había comprado en
el supermercado. Le quita el empaque y
lo mete en el microondas. Diez minutos después, la barriga de Roberto estaba
satisfecha. Era verano y no había mucho que hacer, nunca aprendió a correr
bicicleta, patines o cual otro juego tradicional, lo de él eran los videojuegos.
Desde que su madre a los dos años y medio comenzó a prestarle el celular para
que no la molestara, desarrolló el hábito de sustituir las relaciones humanas
por las ficciones de la tecnología. Los aparatos electrónicos habían sustituidos
los cariños familiares, para convertirse en su nana habitual.
-¿Cómo le hago?
-Agarra
el celular que está en la mesa y llama a tu padre:
-Aló
-Pedro, pedro.
-Dime Robertito.
-Pedro,
resulta que estaba con la vecinita Carla, la que vive enfrente; ¿la conoces?
-Sí,
sí, como no. Ajá dime; ¿Qué pasó?
-Y
no más comenzamos a discutir, no sé por qué y me lanzó el control de la consola de video juegos por la ventana.
-¡Ah!
No te preocupes, que ahorita te llevo uno nuevo, estoy con tu abuela acá en el
centro comercial de la esquina y resulta que tengo la tienda Game Adictions enfrente.
No más entro y te agarro uno.
-Bien,
cómprame la versión más reciente, es aquella que viene con audífonos y sensor
de movimiento, que quiero jugar con unos amigos por internet.
-Vale
hijo, quieres hablar con tu abuela.
-No,
no, es que estoy ocupado ayudando a mamá en las tareas del hogar.
-Bueno;
¡te amo cachorro!
-Ok,
ok pues avanza que te espero.
No
hace más que colgar el teléfono y la silueta de la madre se ve en el marco de
la puerta:
-¡Ves
que fácil! Una mentirita y ya se resuelve. Los hombres son como perros, siempre
y cuando uno los tenga bien controlados: ¡obedecerán!
-Pero
mamá yo soy…
-¡Tu
eres un niño! Entiendes, un niño. No quieras hacérteme el grande ahora porque
te haz visto dos o tres pelos en los granos.
“Toc-toc”. La
madre mira a Roberto y se encierra en su cuarto. Sin mucho interés abre la
puerta y mira a Carla, que anda montada en unos patines con medias altas,
pantalones cortísimos y una camisita que muestra su abdomen atlético de
jovenzuela en desarrollo, que se la pasa para arriba y para abajo buscando que
hacer.
-Hola, Carlita, Cómo estás.
-Bien, ¿Qué haces?
-Pues aquí terminando el desayuno.
-Mira Robertito, vengo a invitarte
un rato a la piscina, que estoy aburrida.
-No sé, tengo que pedirle permiso a
mami.
-Pues vaya, yo lo espero.
Roberto
camina entre un reguero de ropa y colillas de cigarrillo, es el cuarto de su
madre. La mira acostada, bocarriba con la almohada sobre su cara. El
acondicionador de aire parece mantenerla frisada.
-¡Mami!
-¡Ostia! ¿Qué carajo querés ahora?
-¿Puedo ir a la piscina con Carla?
Aquel nombre
activó su instinto maternal, los dos ojos se le abrieron como grandes bolas
negras de billar. Su respiración se aceleró y el semblante se encolerizó.
-Cierra la puerta mocoso.
-Pero mami…
-Que cierres la puerta digo.
Con una
patada de caballo certera, resolvió el problema.
-¿La lolita esa está ahí?
El joven no
entendía porque su madre odiaba a Carla, si nunca hablaban y solo era la vecina
de enfrente. Además era muy amiga de su madre, Chepa, y de vez en cuando salían
juntas de fiesta por la noche y se daban sendas jumas que en la mañana despertaban
a todo el vecindario con sus canciones desafinadas.
-Sí, habla bajito…
-Hablo como me salga de la concha.
El semblante
de Roberto cambió sentía un poco de vergüenza, temía que Carla estuviera
escuchando la boca de corneta de su madre, que siempre tenía expresiones abruptas.
No había una conversación en la que no se le escapara una grosería. Parecía un
diccionario ambulante que iba dictando todo el repertorio de malas palabras
habidas y por haber.
-Bueno, dime; ¿Sí o no?
-¿Sí o no qué?
-¿Qué si puedo ir a la piscina con
Carlita?
-Escúchame bien, yo soy tu madre y
te tuve nueve meses en mi vientre, no quiero que nada malo te pase. Las niñas
siempre tienen cosas sucias en la cabeza.
-¿De qué hablas?
-De sexo pendejo, de sexo.
Roberto
se sonrojó, no estaba preparado para escuchar aquella palabra y menos de la
boca de su madre. Era una conversación vergonzosa de la cual no encontraba como
zafarse. Entonces, mientras la madre hablaba, su mente comenzó a divagar,
desarrollaba estrategias para pasar el segundo nivel de Guerra de Pandillas.
-¡Hey!
-¿Qué?
-¿Me estás prestando atención?
-Claro mami…
-Ya
sabes, no quiero que hagas nada con el pajarito ese que tienes entre las
piernas: ¿me entiendes?
-Sí
-Pues
váyase a jugar y recuerde que lo estoy mirando.
-ok,
una cosa más.
-¿Qué?
-Papi
me va a traer el control en una hora, que me lo deje sobre la mesa…
La
madre levantó sus buenas carnes de la cama, buscó unos pantalones que le
quedaban más cortos de la cuenta y una camiseta blanca que se pondría sin
el sostén. Sus pechos todavía estaban donde debían estar, como nunca lactó a
Robertito, aquel equipaje de la naturaleza estaba intacto. Tenía
un semblante más juvenil de lo acostumbrado. Era coqueta por naturaleza, y debía
estar lista para la visita. Después que Roberto salió de ducharse, ella entró,
cantó algunas canciones viejas y se bañó
detalladamente con agua fría para endurecer la piel y acentuar los pezones por el frío.
Frente al espejo, seca y en ropa interior, se maquilló durante una hora. Recordaba
los tiempos de gloria en el Colegio, se tiraba besos ella misma frente al
espejo. Miraba su firme trasero, se apretaba los pechos y se echaba piropos ella
misma: “Qué bella estás mujer”. Cuando terminó el ritual de embellecimiento, agarró
su celular y se tiró una foto parando los labios, con el “comment” acabadita de
levantar. Quince minutos después aquella imagen navegaba por el misterioso
mundo de las redes sociales y pajero desconocido se masturbaba en nombre de Fátima.
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