-¿Dónde estoy?
-En Puertas del Sol
Fátima había tomado tanto licor la noche anterior que
su memoria fallaba. Estaba acostumbrada a emborracharse con frecuencia, lo que
no era común es que despertara en la cama de un desconocido.
-¿Me violaste?
-¿Para qué?
-Tuvimos sexo anoche.
-No, estabas demasiado ebria, tenía miedo que me
vomitaras.
-Yo nunca vomito… ¿Quién me trajo aquí?
-Te traje con
un amigo y te dejé tirada en el mueble. Pesabas más que un muerto mal cargado.
Entonces la mente de Fátima comenzó a recordar, estaba
parada en una esquina de la barra, con su amiga y dos chicos, uno de ellos era
el que tenía enfrente, el otro era un completo desconocido.
-¿A dónde se fue Julieta?
-La chama con la que andabas, después que le llamaras
puta en tres ocasiones creo que se molestó y te dejó varada en el bar.
-¡Yo no le dije puta!
-Si yo estaba al lado tuyo.
-Bueno, si le dije puta, era porque se lo merecía.
¡Algo hizo la cabrona!
-Pues bailó con un muchacho nomás…
-Mira, agradezco lo que haces, son pocos los hombres
como tú y menos que anden metidos en un bar.
-Es mi deber protegerte. Mi padre me enseñó que una
dama nunca se debe dejar sola.
Luis Enrique Tercero era el tipo de hombre quijotesco,
que no vivía a la altura del siglo veintiuno, veía a las mujeres como seres
indefensos, frágiles que había que cuidar de bandidos andariegos con malas
intenciones. Por eso la sacó de aquel bar.
Fátima no tenía ninguna señal de forcejeo en su cuerpo,
la historia que él le contó era creíble. Aquel apartamento era muy confortable;
una enorme terraza con vista al mar era el espacio más tentador de aquel paraíso.
Era demasiado bueno como para ser soltero, algo no estaba bien, bueno, quizás
era un homosexual oculto, aunque no parecía tener manierismo, en estos tiempos,
todo es posible. Al final de cuentas, sus preferencias sexuales no debían
preocuparle mucho, ambos estaban allí, solos y eso era lo que importaba por el
momento. Aquel instante de tranquilidad al que no estaba acostumbrada.
Recostada en un cojín, sin preocupaciones, con un hombre servicial, de buenos
modales. ¡Era todo sueño!
-¿Me puedo duchar?
-Claro doncella,
mientras te preparo el desayuno, qué te parece.
-Gracias, de veras
gracias, eres muy lindo.
-El baño está en el
segundo piso. Al lado de mi cuarto.
Fátima subió las
escaleras agarrada de un fino borde de manera. Entró al baño despreocupada, se le había olvidado
que Pedro no había depositado la pensión alimenticia el día anterior, se le
había olvidado su hijo Roberto, su casa, lo había olvidado todo por un momento
y no le interesaba recordar.
Mientras se desnudaba en el baño, tarareaba una canción de cuando era
niña: “arroz con leche, se quiere casar, con una viudita de la capital, que
sepa tejeí que sepa bordar, que ponga a la niña en un pedestal” Sentía como si
conociera aquel hombre de toda la vida y apenas llevaba unas cuantas horas con
él. Eso sucede en raras ocasiones; aparecen personas con las que puedes compartir
unos instantes y sentir que los conoces de toda la vida y otros con los que
pasas buena parte de tu tiempo existencial y son como desconocidos…
Miraba el baño, como una niña exploradora, todos los detalles; el
cristal de la bañera, los perfumes y jabones que el usaba, la losa. Era obvio
que no allí no vivía una mujer. Todos los aditamentos eran para hombre. Escogió
un jabón suavizante de piel. El chico definitivamente tenía que ser soltero y
estaba bien equipado. ¿A qué se dedicará este príncipe? Porque pobre no era,
todo parecía estar intacto, perfecto. Después rebuscar cada recoveco del baño, se
ducha con toda la calma del mundo.
Al salir Luis Enrique
la espera en la Terraza, le había preparado unos huevos revueltos con jamón,
pimiento verde, cebolla y tomate. Una taza de café caliente y tostadas,
acompañadas de un jugo de china natural. Sentía que estaba en el restaurante
del Hotel Primavera, mirando el ir y venir de las horas. Comenzó por el café,
poca leche, algo de azúcar en lo que las tostadas se enfriaban un poco. Él la
miraba callado, degustado su desayuno, era coqueto pero comedido. Sonreía de
manera intermitente. Cuando vio que ella se echó el primer bocado comentó:
-Muy bueno, una
delicia.
-Me alegra que estés
aquí, pasó mucho tiempo solo.
-¿De veras? ¿A qué te
dedicas?
-No tiene importancia…
Aquella
respuesta resultó sospechosa para la chica, pero decidió ignorarlo para no
dañar el instante. Y continuó la conversación de forma natural. Pasaron un buen
rato dando chistes de juventud, boberías de muchachos de escuela. Ninguno de
los dos sabía como terminar el momento o simplemente no les interesaba…
Horas después, casi
llegando el anochecer…
-Bueno, ha sido un
placer compartir contigo.
-El placer habéis sido
mío.
Frente a la casa de
Fátima ambos intercambiaban halagos.
-Que bueno fuiste,
hombre…
Pero faltaba algo, ella
no podía dejar ir este galán así como así y ya que él parecía del tipo tímido,
bueno, pero medio mamalón tuvo que hacer la pregunta obligada: “¿tienes
teléfono? “ Y él sonrió como si estuviera esperando la iniciativa de ella. Era
para unas cosas un caballero y para otras, todo un pendejo. Entonces
intercambiaron celulares. Esa noche ninguno de los dos durmió de tantas cosas
que se contaban él uno al otro por medio de la magia de la tecnología…
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