La maldición del pene, capítulo 7


(6:00am)

 -¡Levántate pelota de grasa!

         Roberto saca la mitad de su cabeza por la parte superior de la corcha. Abre un ojo, medio desorientado por el sueño. Algunas madres caribeñas tienen la costumbre de levantar a sus hijos de mala gana, Fátima era una de ellas. Siempre estaba de mal humor por las mañanas, nunca se había acostumbrado a madrugar y esa era su verdadera molestia; el tener que levantarse para preparar a su hijo para el Colegio.

 -¿Qué pasa mami?
- ¿Cómo que qué pasa, es el primer día de clases y tenéis que llegar temprano. Ese padre Alberto siempre está pendiente a todo. Desde que lo nombraron director no hace otra cosa que estar pendiente de las vidas ajenas. ¡Es un jilipollas!
          -Nadie va el primer día y el Director está de vacaciones.
         -Si tu padre se entera... le va con el cuento a tu abuelo.
         -No le diré nada, ándale vieja, déjeme dormir.
          -¿Vieja? ¡Vieja Altagracia! Que tiene al manganzón de tu papá todavía en la casa. Parece que no se ha dado cuenta que a su hijo le salieron pelos en las bolas hace mucho tiempo. Por eso la relación de nosotros nunca floreció.

            A Roberto no le interesaba escuchar las razones particulares por las cuales ella y su padre se habían separado. Solo deseaba meterse debajo de la sábana y dormir. Su madre de pronto parecía un radio encendido que no se callaba, entonces el hijo era el sicólogo y la madre un paciente fuera de clínica y palabreaba a borbotones.

Fátima terminó el Colegio a empujones, gracias al Programa de Educación Especial donde le "regalaban" las notas, bajo el chantaje del consentidor de Rigoberto Pérez; su padre, que siempre andaba amenazando a maestros y todo personal escolar que mostrara resistencia con su astuta hija, Siempre la malcriaba y hoy su nieto tenía que sufrir los percances de una madre engreída y con necesidades emocionales que nunca fueron atendidas en el momento apropiado.

Fátima tenía un diagnóstico de conducta oposicional desafiante y eso era una licencia para saltarse todas las reglas habidas y por haber en la escuela. Para ella fueron tiempos grandiosos aquellos, donde  el uniforme del Colegio era negro y blanco. Tenía la costumbre de usar siempre la falda más corta de la cuenta, dejando ver unos jugosos muslos que rellenaban el espacio vacío entre la pantorrilla y la tela. Aquella hembrita era capaz de distraer al más serio de los maestros, con su remeneo de piernas en los salones y su andar coqueto; caminaba con tal ritmo que parecía que estaba modelando, remeneando el trasero de aquí para allá, se tongoneaba toda de forma intencional, con un ritmo sabroso, que despitaba la mirada de todos. Orgullosa de su voluptuosidad y encanto juvenil, no tenía reparos en hacer lo que le entraba en gana. Había devorando tantos jovenzuelos como le era posible y se pasaba aquel discurso de castidad que promulgaban las monjas del Colegio por donde no le daba el sol. Aquello le parecía un sermón de consuelo para chicas feas. Las niñas agraciadas como ella, por la naturaleza y por Dios, no tenían porque responder a tales inventos religiosos. Simplemente se tomaban los hombres que le dieran en gana y como le diera el antojo. 

En el último año le había echado el ojo a Pedrito, el hijo uno de los más prósperos comerciantes de la zona. "¡Un hijo con este cristiano y estoy resuelta!" Pedrito era lento de mente, pero trabajador, buena gente, con modales excepcionales, pero poco galante, tímido con las mujeres. Fátima se le sentaba al lado en las clases y lo molestaba, le buscaba la vuelta de una y mil maneras, hasta que logró atraparlo entre copas la noche del “class night”. Nueve meses después llegó Robertito junto con la demanda de alimento y sustento. Debía proveerle vivienda y asistencia económica al hijo y a su madre que era la custodia natural de la cría. Los padres de Pedrito le dejaron la casa de verano que tenían en Buena Vista a Fátima, donde hasta el sol de hoy vive y también salió con una jugosa pensión para alimentos. Desde entonces dormía a pata echada puyando de vez en cuando al pobre de Pedro cuando le faltaban unos pesos para ropa o viajes. Había sido todo un negociazo aquello de parirle un muchacho al hijo de Don José; un hombre adinerado que había venido amontonando su fortuna de poco en poco, para que un buen día, viniera su hijo Pedro a enredarse con la hembrita de muslos jugosos; Fátima,  y esta echara un diente en su fortuna…Y es que la ley de aquel País obligaba a que si los padres no se hacían responsables de los hijos, los abuelos tenían que serlo y allí fue donde esta caló hondo, en las finanzas de Don Pepe Mendoza; El abuelo de Robertito.

Sin insistir mucho, después de terminar su monólogo regresó a su cuarto y se acostó bocarriba, en unos minutos quedó dormida mientras a Robertito se le escapaba una sonrisa debajo de la corcha. No iría al Colegio el primer día de clases.

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El cuento no funcionó al día siguiente y Robertito no pudo evadir su deber académico. Se pasó todo el día durmiendo de salón en salón, de vez en cuando colocaba la libreta encima de su celular y jugaba un rato distintas aplicaciones que tenía. Los maestros se percataban, pero lo ignoraban, era un muchacho callado y aunque no atendía, tampoco representaba un problema para el resto del grupo. Así que se pasaba el día escolar entre el juego con el celular y el sueño. Se rumoraba que pronto lo meterían en el programa de Educación Especial. 

A la salida de la clase de matemáticas, frente a la puerta del salón, Eduardo esperaba a Carlita, era el último periodo y quería ofrecerle llevarla a su casa en el carro japonés. Se escondió detrás de unos armarios de estudiantes que ponían en el pasillo para que los estudiantes guardarán los libros y sus tareas. Con un aire detectivesco miraba sigiloso los movimientos de Carlita. La observaba como salía  del salón, le seguía los pasos con la mirada. Caminab hacia el salón del al lado. Entro echó unos chistes con algunas amigas, con las que tenía confianza. Disimuladamente se acercó a  Robertito.

-¡Ejé! ¿Cómo estas?
-Medio dormido
-Son las tres de la tarde, chico, que andabas haciendo anoche.
-Jugando Guerra de Pandillas, ya voy por el nivel 5…

Eduardo no le gustó la juntilla, pero decide seguirlos de forma silenciosa  por los pasillos, lo suficientemente cerca para escuchar la conversación de los jóvenes. Mientras ellos iban hablando de Guerra de Padillas y del encuentro que tendrían en la noche en las redes sociales, Carla había aprendido a jugar Guerra de Padillas y aunque era pésima jugadora, aquello era una excusa más para estar cerca de Robertito. Aunque fuera por medio de un avatar en internet. 

 Mientras caminaban hacia las afueras del Colegio, a Eduardo le iba subiendo el temperamento. Las cercanía entre Roberto y Carlita le llenaba de cólera. Era un vaso que gota a gota se estaba llenando.

 Carla le echó el brazo por encima a Robertito y eso desbordó los cráneos de Eduardo. Y sin previo aviso y delante de todos los estudiantes lo empujó;

          -¡Qué pasa marica!
          -¿Por qué me empujas?
          -¿Te crees muy galán eh?
          -¿De qué hablas?
          -De qué hablo, esto lo resolvemos hoy mismo.

Carlita se pega a Eduardo intenta controlarlo, no esperaba aquella situación y sabía que le traería problemas  con su madre en su vida académica.

          -Déjalo quieto ¿sí?
          -Le voy a romper la cara a ese hijo de puta.

Los estudiantes al ver la discusión comienzan a aglutinarse y corear el ancestral grito de guerra: ¡pelea! ¡pelea! ¡pelea!  Qué desde hace un siglo se esboza en las Escuelas de Hispanoamérica. Poco a poco los muchachos van sacando los celulares, son morbosos, desean grabar la paliza que un estudiante de cuarto año le daría a uno de primero, por una chica, por Carlita, la hija de Chepa.

          -Bueno, no seas pajero, golpéalo ya (grita uno entre la multitud)

-Sí pártele el melón, yo lo vi cogiéndose a tu chica en la cancha de baloncesto.
En  los disturbios estudiantiles, nunca faltan los improperios y las agitaciones de grupo.  Ya el círculo estaba formado, cuando una mano caliente aparece de la nada ¡Splash! En plena cara de Eduardo.

          -Andas muy guapo canto de pendejo.

          Airada y con los puños cerrados como si se tratara de un boxeador profesional Fátima estaba dispuesta a defender a su hijo. El instinto maternal se había activado al ver a su hijo en peligro. Eduardo parecía un gatito pequeño frentea aquella leona que estaba lista para devorarlo.

          -No, no señora, esto es un mal entendido.
          -Un mal entendido mal parido, un mal entendido va a ser como va a quedar tu cara después de la paliza que te voy a dar. 

         Lo agarra por la camiseta y le está dando golpes hasta que la policía estatal llega a quitársela de encima. La nariz rota, el ojo hinchado, y cientos de vergonzosos videos subiendo a las redes sociales tomando el puño Fátima en la cara de Eduardo desde la más variada cantidad de ángulos y posiciones posibles. Los videos recorrieron las redes sociales durante meses y no hubo cargos en contra de Fátima. Llevaban por título: "Una madre defiende a su hijo de un abusador".

En la sala de casa de Fátima, en Buena Vista, una segunda pelea verbal se desarrolló:

-¡Ves lo que te digo! Por andar detrás del culito de  la putita esa.
-Mami ella es mi amiga.
-Tu amiga pa’ que, pa’ traerte problemas.
-No, no.
-La Carlita esa siempre ha sido una zorra, no ves como se pone esos pantalones apretados y ya me han dicho que se las trae. ¿Sabes?

El volumen era tal que Chefa no pudo evitar llegar hasta la casa de Fátima:
-Vecina; ¿usted está hablando de mi hija?
-No seas entrometida, cuero malo, chupa nenes, que estoy hablando con mi hijo y no contigo.
-Mire señora….
-Señora usted, que tras de vieja, es una vampira devora niños, ¿O acaso se cree que no he visto como mira al noviecito de su hija?  Vieja fresca…mejor callese la boca, puerca....

Entonces la tensión subió a tal nivel que se entraron a las galletas, una con la otra y todo Buena Vista se enteró del problema…


Los mayores temores de Carlita se habían vuelto realidad, había caído en las maliciosas lenguas caribeñas; ahora formaba parte del bochinche del Barrio. 

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