La maldición del pene, capítulo 9


EL Coco Beach Club estaba lleno de los mejores ejemplares de la Ciudad, hombres y mujeres guapas, buscando diversión, chocaban unos otros en la pista de baile sin preocupación. El volumen de la música electrónica, excedía los niveles de la voz humana, impidiendo que las personas pudieran comunicarse verbalmente. Se hablaban por medio de señas o gritándose al oído. Todo era fiesta y algarabía en aquel lugar. Un pub para gente pudiente, las cervezas y los tragos eran carisimos, pero eso no significaba ningún impedimento para dos chicas que nunca se pagaban algo. Los tragos le llegaban a sus manos de forma automática uno tras otro y a veces se encerraban en el baño a tirarlos por el inodoro, para que sus auspiciadores no las vieran. 

Fátima siempre usaba faldas cortísimas, tenía la manía de halarlas hacia abajo de cuando en cuando para que no se le notara lo que todo el mundo ya había visto. Aquella noche se la había puesto una de color blanco, quería que se le notara la ropa interior, que todo lo que cargaba era original y no había faja mágica que sostuviera aquellas carnes. Era una pieza de ropa que  parecía tener la miel, donde todos los hombres del lugar querían quedar pegados, como moscas hambrientas, sin sopesar consecuencias. !Al final de cuentas a los hombres no le importas de dónde eres, sino cómo te ves!

Fátima miraba a los alrededores del lugar, buscando algún galán que le endulzara la noche, se le apetecia un moreno grande, con sabor a chocolate y perfume liviano. Caminaba por la pista de baile sin cohibición, dejando tras sus pasos las miradas lujuriosas de quienes anhelaban una oportunidad entre pechos, un momento dentro de su boca.

 Algunos tropezaban con ella de forma intencional, querían sentir sus carnes, rosarle su voluptuoso trasero, confirmar que todo aquella masa de grasa era real.  Las manos se perdían entre gente y gente sin importarle mucho a ella. Mientras seguía recibíendo de forma automática un trago detrás de otro.

Cada chico era una historia diferente con un fin en común; hombres que habían salido en busca de una noche de aventura, se ilusionaban con el mero hecho de que ella aceptara sus bebidas y echaban apuestas a ver quien se ganaba la noche de lujo. A Fátima le era indiferente, estaba acostumbrada, cada vez que recibía un trago realizaba el mismo ademán de forma automática. En un momento dado, cuando sentía que el alcohol comenzaba a inhibir sus sentidos haló por un brazo a Julieta y se la llevó para el rinconcito donde siempre se metía cuando le comenzaba a subir los licores a la cabeza.

-¿Nunca haz pensado en casarte?
-¿De qué habláis Julieta?
-Pues, ya sabes, boda, hijos, vida familiar.
-Te haz vuelto loca, la vida de una chica guapa y soltera siempre es como un buffet, donde se escoge qué, cómo, y cuándo comerse lo que quiere. Además, todos saben que las mujeres casadas pasan hambre…
Los chicos las miraban de reojo, cada uno se hacia la ilusión de que hablaban de ellos y como Fátima tenía la costumbre de sonreírle a todo lo que se moviera, aumentaba esa sensación de conquista varonil con la que inflaba los pechos de los galanes. Hasta que como siempre ocurre, uno pasado de tragos entró en valor y se acercó
-¿Qué hacéis dos princesas tan guapas por estos lugares?
-Pasando el rato con mi amiga Julieta y tú.
-Buscando diversión, una noche entretenida, ver que pasa.
-Bueno y cómo te llamáis.
-Luis Enrique Tercero.

Se escuchaba bien, esto de tener un nombre y estar acompañado de un "tercero" o cuarto implicaba que posiblemente venía de una familia con dinero. Pero uno no puede forzar las cosas a la carrera, todo es cuestión de conseguir la información necesaria a ver si era el indicado. Por lo menos no se veía mal y olía bien, parece que recién llevaba al lugar y el alcohol y el tabaco no  habían hecho estragos en su persona. Porque no había nada peor que pararse a conversar con un borracho…

-Bueno y de dónde sois
-Yo de Buena Vista, Julieta es de La Vereda.
-Ah… Chicas bien acomodadas.
-Chicas con caché y estilo, que no es lo mismo. Y tú, a ver de dónde vienes.
-Vivo frente a la Bahía en Puertas del Sol. Tengo un apartamento de dos cuartos que espera buena compañía. 
Aquello era una urbanización de lujo, pero Fátima sabía que los bares y  los chats eran nidos de mentirosos. El comentario no la entusiasmó mucho pero valía pena indagar acerca de este prospecto. Quizás decía la verdad, posiblemente había heredado la fortuna de un padre que murió joven de un ataque al corazón, esas cosas se daban de vez en cuando y uno tiene que tener siempre el ojo abierto.

-¿Tienes hijos?
-No
¡Buena señal! Un hombre sin hijos era un hombre al que le sobraba el dinero. Y mientras pensaba en eso recordó que era viernes, día del depósito de alimentos. Miró su reloj y apenas eran las diez y media.
-Bueno chicos, Luis Enrique Tercero, te presento a Julieta.
-Mucho gusto
-El placer es mío
-Tengo que salir afuera a realizar una llamada importante, así que Luis cuídame a  Julieta un rato en lo que cumplo con unos compromisos. Y caminando entre la multitud se abrió paso y salió a las afueras del Coco Beach Club.

            Julieta era una muchacha flaca, blanquita, bonita, de algunos encantos naturales, nunca con la simpatía y el cuerpazo de Fátima pero se dejaba mirar. Y es que Fátima había aprendido que las amigas siempre tenían que ser igual o más feas que ella, porque sino la noche sería un desastre. Por lo regular la norma es que fueran  más feas, le gustaba ser el centro de atención siempre.

            En las afueras levanta el celular y llama a multiservicios bancarios:
            -Hola con quien tengo el gusto de hablar.
            -Juan Ureña del Valle, en qué podemos ayudarle en la noche de hoy.
-Deseo saber si me depositaron la pensión alimenticia, mi hijo está enfermo  y necesito el dinero para unos medicamentos. 
-En un momento le digo…
-ok
-¿Nombre?
-Fátima Pérez Amador
-¿Teléfono?
-567-457-9765
-¿Dirección?
-Urbanización Buena Vista, Calle Dolores, 1451
-Bien señora, lamento informarle que por el momento no se refleja depósito alguno.
-Ese cabrón del padre de mi hijo siempre ha sido un irresponsable.
-Bueno señora, hasta aquí llegó mi servicio por hoy.
-¡Váyase al carajo usted también, antes de que se me olvidé!

Y en una rabieta clásica, de mujer engreída restrelló el teléfono contra el suelo. Comenzó a maldecir a Pedro, como era posible que no le hubiera depositado el dinero de la pensión alimenticia de Robertito. ¡Qué clase de hombre era ese! Que en vez de pene parecía tener ovarios el muy descuidado. Pero ya se las vería mañana o el dinero aparecía o él iba preso. Una cosa así no se le hace a mujeres de la calaña de Fátima.


            Otro chico que vio la rabieta desde lejos se le arrimó, le echó el brazo y la convidó a entrar al Coco Beach nuevamente. Aquella noche fue toda de copas, bebió hasta poco antes de salir el sol…

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