¡Pa’ preso,
muerto!
Al grupo de teatro
de la Penitenciaria Estatal de Bayamón.
Mataron a uno de los muchachos en El
Medio, frente a la escuelita elemental del Caserío. Es el sexto muerto esta semana.
Cuando explota la guerra, esto es para hombres. Oí que
fueron tres en un corollita. ¡Lo madrugaron! Pero a mí no me cogen, soy un
jodedor viejo. Tengo diecisiete muertos en las costillas y dos vivos en lista
de espera. Lo
más difícil fue matar al primero, el remordimiento me picaba a cada rato y pensaba que lo iban a vengar en cualquier momento. Me daban síntomas de persecución, miraba a todas partes antes de salir del apartamento. Uno al principio no duermes tranquilo, pero me metía dos pepas y ya tu sabes; se me iba la flojera.
Soy uno de los tiradores de Punto Rojo, trabajo miércoles, viernes y domingo, en turnos de doce horas. El resto de la semana, cuando
no estoy traqueteando, me las busco asaltando, pego uno que otro
gringo en Condado, gasolineras y lo que aparezca en el camino. Si vienen
los azules; ¡nos matamos! Porque pa’ preso muerto, mi hermano, ¡pa’ preso
muerto! Antes
de arrestarme y hacerle tiempo al Gobierno, tienen que buscarme los Panchos. Me gustan las armas cortas, cargo siempre dos, por si una se me tranca, tener la otra “ready”.
Acá
entre nosotros, me llamo Josué, pero en el barrio me dicen la Jota, mañana cumplo
veintisiete, tengo una jeva que vive en el Edificio trece y la mamá de mi nena
que vive en el diecisiete. Amo más que nada a mi hija, Joanerys, la
nena de papi, el que se meta con ella, lo mato. ¡Nadie toca a la hija de un jodedor! Yo no
soy el que la lleva en el Caserío, pero ya mismo me quedo con el kiosko. Cuando caiga Papote, que está más caliente que una pistola glock con serie borrada, el caserio será mío. Sí no lo tumban los de Brisas, lo tumbo yo.
Voy pal Medio a ver a quien le dieron, bajo las escaleras, me paro detrás de los
muchachos, todos esperan el fiscal que siempre llega tarde. Dejame acercarme a ver quien es el difunto. ¡Anda pal cará! Le dieron tantos tiros a ese cabrón que le borraron la cara. Van a tener que verlarlo con la caja cerrada. Los chamacos dicen:
-Fueron
los del Toyota gris (comenta Prieto)
-Ya
era hora que le dieran a ese mamao.
-Yo
me acostaba con su mujer, ese nunca la atendía, tenía un vicio de “perco” y se pasaba asaltando.
-¡Sendo
pendejo! Papote le tiene el ojo echaó a su chamaquita desde que cumplió los trece años y es que la nena salió grande y ya parece una mujer.
Josué
se gozaba los comentarios y sonreía, le gustaban los “bonchinches”. Se acercó un poco más. Ve a Papote que se acerca al muerto y le quita el dinero de los bolsillos con los que cuatro días después, mandó a hacer un altar cerca de
Punto Rojo, puso una docena de velas blancas y pagó dos o tres rondas de
cerveza que terminaron junto a las velas, debajo de una inmensa fotografía que decía en
letras grandes: ¡La Jota, te recordaremos!
José
Israel Negrón Cruz
24 de
noviembre de 2015
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