RELATO DEL HOMBRE SINCERO

En un pueblito del cual ya nadie recuerda el nombre, llegó Roberto el sincero: un hombre que era conocido por nunca haber mentido. Su fama había precedido su llegada. Los jóvenes prepararon un comité de bienvenida, mientras los ancianos querían honrarlo con una cena. Las mozas sacaron sus mejores vestidos y apostaban a cuál ganaría la conquista del reconocido soltero. Guapo, alto y fornido, apenas rosaba los treinta años. Por razones que nadie sabía precisar había viajado más que cualquier hombre de su edad sobre la faz de la Tierra. Unos decían que tenía mucho dinero, otros que era un enviado de dios. 
            Entrada la noche del 29 de mayo, cruzó el arco que servía de puerta al Pueblo. Cien años atrás, Don Segundo Gaspar, fundador del poblado, lo había mandado a construir para que futuras generaciones le recordaran e idolatraran a través de su obra. Lejos de lo que se propuso, aquel arco se había vuelto un estorbo para los enormes camiones que no podía pasar por debajo de sus diez pies de altura y tenían que descargar los víveres y bienes en la entrada del poblado. Pese al problema, el líder del lugar, nieto del fundador, se empecinaba en mantener el arco en nombre de las buenas tradiciones, pero en detrimento de las futuras generaciones que cada vez eran más y tenían menos acceso a las mercancías para sus necesidades. 
            Roberto fue recibido por 1,312 habitantes, la mitad de los que vivían Allí. Desde su entrada todos le hacían preguntas:

“¿Te gusta el lugar?, ¿Por qué andas tanto?, ¿Es cierto que nunca has tenido relaciones sexuales?...

            Las preguntas fueron interrumpidas por Gaspar tercero quien le tenía preparada la casa para visitantes. Nunca habían recibido una persona de renombre, pero sí uno que otro transeúnte de mediana reputación. Aquella casa se había construido por su padre antes de morir, para que su nombre fuera más allá de las instancias de aquel pequeño pueblo en boca de los viajeros.
            La primera noche Roberto cenó y conversó muy poco, sabía que la honestidad no era para todo el mundo, en esa etapa de su vida estaba convencido que posiblemente para quien único era realmente indispensable, era para él...
          La mañana siguiente llegó una señora querida por todos, que enfrentaba un problema serio con su pareja, este la había dejado de amar. Ella conociendo de las bondades de Roberto le preguntó la  razón por la cual su esposo la había descuidado. “Le gusta tu vecina” Indignada por las palabras de aquel hombre sincero, Martha sintió que su reputación estaba en peligro y comenzó a blasfemar sobre la reputación de Roberto.
          Un segundo hombre quiso probar suerte poco después y le preguntó las razones por las cuales no tenía éxito en un negocio que había emprendido hace unos meses. “Por grosero”. La verdad le cayó como balde de agua fría al comerciante. Y así poco a poco la mayoría de los pobladores se fueron desencantando con la figura del sincero. Poco a poco fueron deseando que se marchara, que no dijera más verdades. Era más fácil vivir con la mentira que enfrentar la verdad.
          Cansado de las quejas, Gaspar fue donde el invitado para pedirle que se marchara, lo declararía una persona no grata en aquel pueblo. Pero confiado en el fondo de que siempre decía la verdad. Le preguntó: ¿Qué puedo hacer para mantenerme en el poder durante largo tiempo? Roberto sabía que se tenía que marchar pero aun así contestó: “empieza por tumbar el arco de entrada que dificulta el acceso a este pueblo…
          La mañana del 6 de junio mientras El Sincero partía del pueblo; Gaspar ordenó derrumbar el arco de entrada, no sin antes pronunciar unas palabras: “es una pena para mí, derrumbar el arco que con tanto sacrificio construyó mi abuelo, pero pongo por encima de mí, el interés de este bendito pueblo, que sobrepasa mis aspiraciones personales”
          Como de costumbre, aquella noche, los habitantes del pueblo, celebraron una vez más, otra mentira.

José Israel Negrón Cruz

24 de febrero del 2016

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