A mis queridas
comunidades del G8, por abrirme las puertas, educarme y permitirme educar en
diferentes etapas de mi vida, ustedes hicieron esta historia posible, con su
humildad y sabiduría. A los muchachos del caño que siempre prefieren que les
haga un cuento, antes que le dé clases, les dedico este relato, hoy en
particular a Las Monjas por una deuda que tenía pendiente.
JINC
(Maestro)
Había una vez y dos son
tres… en un parque improvisado por una de las comunidades
del G8 en San Juan, un padre como cualquier otro padre citadino, le enseña a
jugar pelota a su hija de 11 años. Como muchos otros padres de Las Monjas,
Barrio Obrero, Buena Vista, Cantera, Israel Bitumul, Marina y La 27, fue un
progenitor joven: tuvo a su prole a los 16 años. Él se llama Pedro, igual que
el abuelo que nunca conoció, que vino de un campito en la Cordillera en el “42”. En una segunda o tercera oleada
después del huracán San Ciprian.
Pedro
(el abuelo) quería llegar a la Perla para trabajar en La Mallorca, en el viejo
San Juan, con su primo, el Lavaplatos. Pero, por una de esas vicisitudes que
siempre le pasan a los pobres, nunca llegó a la Perla y terminó aquí en una casita de madera
improvisada por él mismo, a la brava, de tablón en tablón pidiendo que el agua
no se la llevara en tiempos de lluvia, al borde del caño por el cual navegó
aquel olvidado expedicioncita español en el 1509 y por el cual, el Caño lleva
su nombre: Martín Peña.
Así
catorce años después, con el pasar del tiempo Pedro (abuelo) consiguió un
trabajito fijo en el “56”en la construcción muñocista como obrero de
falasterios (caseríos). La idea era reproducir a Puerta de Tierra por todo San
Juan que recién incorporaba el municipio de Río Piedras en su seno. Así Pedro
(abuelo) ya mayorcito, enamoró Carmen y Carmen dio a luz a Carmen hija la madre
de Pedro (nieto) y 18 hermanos más. De los cuales 9 ya murieron por el síndrome
de sangre azul, otros defectos congénitos, sobreviven 9 en República Dominicana,
Nueva York, Carolina del Norte, Miami, Vista Hermosa, San Fernando, Monacillo,
Las Margaritas, Quintana, Manuel A. Pérez y las Monjas. Carmen le puso Pedro a
su hijo en honor a su padre y Pedro nieto, le puso Carmen a su hija, en honor a
su madre. Así Pedro padre y Carmen hija se encontraban nuevamente a merced del
Caño, como si el tiempo pasara, pero los nombres se seguían repitiendo como los
Buendía de Cien Años de Soledad. Esta vez en un parque de ‘baseball” donde la
pobreza y malas condiciones han quebrado todo: menos la voluntad del pobre.
-¡Carmencita!, coño atiende
muchacha de Dios. Lo primero que debes aprender antes de entrar al parque a
jugar es a esperar.
Carmen
y Pedro miraban a un negrito al bate, que pudo fácilmente ser nieto del negrito
ahogado en el caño por José Luis González. Era un vecino suyo y ya comenzaba a
mirar a Carmencita con otros ojos. Era todo un tiguerazo, el vacano. Era otro
puertodominicano, hijo de padre dominicano que se vino huyendo de la República
Dominicana cuando tumbaron Trujillo y se juntó con una boricua más en Barrio
Obrero, para formar parte de esta cepa nueva de puertodominicanos. Con
costumbres de aquí y de allá, por eso Francisco era tan bueno en la pelota…
-Pai,
ya quiero juegar.
-Todos
quieren jugar, pero como te acabo de explicar la primera regla que debes
aprender es la paciencia. Un pobre sin paciencia siempre comete locuras y por
lo general vive poco.
-¿De
qué hablas Pai?
-Que
la paciencia alarga la vida del pobre; un pobre sin paciencia siempre termina
en problemas: asalta, mata, vende drogas, hace cualquier cosa pa’ conseguir lo
que quiere y antes que Pateque se los lleve, ellos se mueren solitos.
-No
vengas de nuevo con los cuentos de tú y mamá, que eso ya pasó y no me gusta que
siempre me lo andes recuerdando.
Eran
las 5:32pm del sábado 12 de julio del 2014 cuando el jincho pichó el último
“strike” de la novena entrada. El equipo de Canteras se llevaba esta tarde la
victoria gracias a esa ponchada. Francisco maldijo, tiró el bate contra suelo y
salió gritando improperios al padre de Barrio Obrero que servía como arbitro
voluntario. Francisco siguió con un andar jaquetón hacia Las Monjas: La tierra
donde nacen y mueren los verdaderos Lobos.
Hace
cuatro años que la madre de Carmencita: Irene había muerto. Fue antes de que
los federicos atraparan a Mario con dos pistolas glocks alteradas, con peine de
32 en el Outlet de Barceloneta. Iba detrás del Honda Accord de Broco. Conocía
Broco antes de que fuera lindo y tuviera dientes, de la Escuelita elemental Ernesto
Ramos Antonini, donde ambos habían estudiando. Pedro era uno de los gatilleros
de Broco que iba detrás de él, en el Camry dorado del 2002, aquel fatídico 2 de
abril del 2010 cuando lo tirotearon. Una bala se zafó y dio en la cabeza de
Irene en aquella calle de Carolina, Pedro al volante, junto con Irene y dos
gatilleros más no tuvieron tiempo a responder porque lo siguieron de largo para
Centro Médico. Ese día murió Broco un rato después de Irene. La muerte de Irene
pasó desapercibida y no tuvo cobertura en la prensa porque todos estaban
pendientes al cantante de reguetón que había sido herido en la balacera: un
inmortal “Baby Rasta”, con 33 años de edad que cargaba una punto cuarenta desde
los tiempos de The Noise I. Cuando Ramón Ayala le escribía a “Yamillete” en los
pasillos de la Escuela Superior Gabriela Minstral en Puerto Nuevo y Dj Playero
lo remplazaba por el “bla, blanco…ouuuu, shit” en la voz de dos ex cantores
cristianos: Michael y Manuel. Todavía Don Chezina no había sacado su “bien
guillao de Gánster” en la Carolina de los “90”. Cuando Broco y Pedro daban sus
primeros pescozones en la Escuela. Hoy volvía a sonar la voz de Falo (el eterno
rey de Carolina) en los “headfhone” del IPOD de Francisco. Falo esta vez no iba
“pal Cruce”, sino que cantaba el
doblepaso, paso, paso…desde su “tripletera” en Carolina.
-No, hoy no
hablaré de tu madre (responde un Pedro ensimismado ante el recuerdo de aquel 02
de abril)
-Gueno papi,
ya los puppy wolf perdieron el juego, los anormalitos de Canteras le ganaron.
-Sí… bueno,
deja salgan del parque y te sigo explicando las reglas del juego.
-ok, dady.
Irene de forma natural agarra el
bate, todos quieren ser toleteros, antes de aprender a jugar…
-No, no, no…
-¿qué?
-Hoy no
aprenderás a batear, todos quieren batear mi niña pero lo más importante en el
juego y en la vida misma es el “pitcheo”.
-¡Quiero
batiar!
-Hoy
aprenderás a “pitchar” te dije, o recojo el bate y la bola y no hay juego.
Una
malhumorada Irene riposta:
-ta’ bien,
ta’ bien agarro la bola.
-Hija atiende
bien, lo más importante en el juego y en la vida es el “pitcheo” el juego
comienza con un pitcheo y puede terminar con el mismo. Nunca un bateador decide
un juego. El público siempre ovacionará al bateador. No te preocupes por la
fama, es momentánea, preocúpate por mantener el control del juego y de la
situación. Y el control siempre lo tiene el “pitcher”. Por eso hoy aprenderás a
“pitchar”, es más importante que batear. Un buen pitcher siempre llega a viejo,
los bateadores se retiran jóvenes.
Irene no
comprendió el valor de aquellas palabras en el momento, simplemente agarró la
bola y comenzó a “pitchar”. Una y otra
vez hasta afinar tanto la destreza que le salvo la vida cinco años después…
Abril del
2019, después de bajar las escaleras de la recién remodelada Esc. Juan Ponce de
León, frente con frente del “Kentuky Fried Chicken”, en medio de la carretera.
A las 3:03pm se escuchó el grito de Yalesky, una “titerita” de uno de los
residenciales que había edificado el bisabuelo de Irene hace décadas y que hoy
eran criadero de perdición para algunos pocos. La titerita ya se las había
apuntado con unas cuantas muchachas. Cuchilla en mano y con un combo de diez
gamberras más gritó:
-Miren donde
va la pu… esa, a jartarse de pollo.
La calle
estaba vacía, Irene era la única que cruzaba la carretera. Aquel comentario y
aquellas risas burlonas eran para ella. Irene volteó, enseñó medio colmillo y
cerró la boca. Sabía que no podría sola con aquellas diez tigresas. Recordó la
primera lección del juego de pelota: tener paciencia y esperar el momento. Le
tocaba pitchar aquel viernes: toda la Escuela la miraba, la gradas estaban
llenas y ese viernes todos ovacionaron a Yalesky, era su turno al bate y según
lo predijo su padre la gloria fue momentánea. Yalesky decía que Irene le había
corrido el novio. Yalesky había sido un amor momentáneo de Keneth, el novio de
Irene. Una canita sin importancia. Yalesky nunca lo vio así y siempre le dio
demasiado color al asunto…
Irene siguió
caminando y pidió un combo de pollo. Sino lo hubiera hecho hubiera muerto en
una paliza frente a la Juan Ponce de León, no sería la primera ni la
última muerte de un alumno de esa
Escuela, pero la situación hubiera recorrido los periódicos: “Irene; la última
victima del “bullyn” en Puerto Rico” leería la portada del periódico de mayor
circulación. Pero no fue así, Irene conocía muy bien el juego y sabía que lo
más importante era pitchar…
Dos días más tarde una “virá” del corillo de Yalesky
sirvió de satélite. La titera saldría aquel domingo de la última tanda a las
12:00pm. Cuando iba para su corolla rojo del 2015 estacionado en el segundo
piso del multipisos de Plaza, quince lobas salieron de la escalera, colmillos
afuera y listas para devorarla. Irene las lideraba, en ese momento recordó otra
lección de su padre: no al abuso. Esta vez Irene bateaba: se le acercó y le
dijo: “no quiero más problemas”. Había seguido otra importante lección de su
padre, “todo ser humano, merece una orientación primero”. Las catorce lobas que
acompañaban a Irene eran bateadoras de carrera, estaban acostumbradas a dar
palos, pero como el problema era de Irene, ella no lo permitió en ese momento,
sabía que todo que aquí se hace aquí se paga.
Una semana
después, mientras Irene salía de la última tanda en Plaza con Keneth; ocho
lobas devoraron a Yalesky y tres amigas frente a una discoteca en el viejo San
Juan. Las gradas se alborotaron, todos querían ver la sangre de Irene también,
pero ella sabía jugar pelota y se desvinculó del suceso. No en vano se escucharon las voces de los
chotas cómicos, bochincheros de oficio, habladores sin talento: criticando el
juego de Irene: ¡Eso fueron las lobas!
Era cierto,
Papo Lengua “el piragüero” tenía razón, fueron las lobas. Pero Irene solo
enseñó los colmillos aquel domingo en el cine y se retiró. El juego tenía que
continuar con o sin ella y así pasó: Primero Yalesky y sus amigas saliendo de
la discoteca, luego dos lobas fueron asesinadas la semana siguiente y en menos
de dos meses, las otras seis estaban en la cárcel.
Cuando la
marea bajó: se supo la verdad… ella siempre había seguido las reglas del juego
que su padre le enseñó. A tales efectos: Pedro tuvo una primera nieta, que se llamó
como su difunta esposa: Carmen, un segundo nieto que se llamó como su yerno:
Keneth y un tercer nieto, negrito igual que el toletero que tanto le gustaba a
Irene, a este lo nombró Francisco…
Colorín
Colorado, este cuento se ha acabado.
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