El tedio de tres décadas de mi
vida, se ha venido empozando durante años, los fragmentos de alegría que me
brinda mi hija, algún chiste esporádico de un pupilo en el aula, me alejan
eventualmente de la amargura. Hoy lamento haber perdido tanto tiempo en
actividades de ocio, en borracheras estériles con cualquier licor de cualquier
alambique. Lamento haber desperdiciado tanto dinero en juegos de azar, en
máquinas tragamonedas, apostándole a la suerte, como si el éxito económico
dependiera de azares. He tomado malas decisiones y la estoy pagando con sangre,
como una vez me dijo Pablo, con dolor, con la pesadumbre que traen los días mal
habidos, y la pena de estar consiente, profundamente consiente que he elegido
mal o que no elegí, pudiendo hacerlo, en el peor de los casos. Porque al final,
la vida va dejando de ser, lo que siempre quisimos ser, para convertirnos en lo
que pudimos ser, como víctimas del marullo que nos arrulló, de la época, de la
circunstancias que nos rodearon en cierto momento dado.
Hoy me atrevo a confesar que mi fin, no era enseñar literatura, la literatura
de otros, sino crearla, ser el artífice, ser la voz, no el eco. Me aborrezco
durante buena parte del periodo lectivo, en fin, no hay nada peor, que tener un
manganzón de diecisiete años que no tiene ningún interés en lo que se dice, que
en el fondo sabes que siempre será hoja de azar, a merced del viento, masa
inerte, que hace ruido y estorba, porque no quiere leer y cuando lo hace
tartamudea y solo vive esperando que le llenes los papeles de subsidio, porque
la escuela se ha vuelto para muchos de ellos eso, el ponche a la hoja de
subsidio, un espacio para tener alguna novia, echar chistes y legitimar su
condición de dependencia. Hoy pocos entenderán a Antonio S. Pedreira en su
“Intermezzo: una nave al garete”, porque habla de ellos mismos, habla de
nosotros, y muchos de nosotros, no nos conocemos, por eso no nos entendemos.
Hoy confieso que ya no creo en la educación de masas, al menos al nivel
superior. No todo el mundo está hecho para el aula, para la lectura rebuscada,
para el análisis crítico, algunos quizás sean diestro para muchas otras cosas,
menos para la Academia. También he dejado de creer en la democracia abierta, en
el llamado sufragio universal. Deben haber unos criterios más estrictos para
estos fines y no hablo de discrimen por raza o género sino por capacidades,
simplemente hay personas que no están capacitadas para votar, que nacieron
claque y morirán claque, esperando algún trabajito como batatas del gobierno.
Son cotorras de partido, con mucho pico y poco cerebro, que van pululando por
las emisoras de radio, en los canales de televisión, en las oficinas de
gobierno, repitiendo el mismo discurso trillado, aburrido, desgastado de sus
“lideres”.
Comprendí que no todo el mundo sirve para tener relaciones de pareja, para
casarse, para caer preso de las mieles del amor. Para algunos, la miel se va
volviendo cítrica, tanto así que hace parecer dulce, el limón más amargo. Las
mujeres, algunas de ellas, no parecen comprender el papel que interpretan y entonces
vemos madres que se creen esposas, viven con sus hijos, le cocinan, le planchan
y le lavan la ropa a los treinta años. Le espantan las pretendientes como la
peor de todas las esposas celosas. Otras que sí son esposas, se creen madres.
Te regañan y manipulan, te salen a buscar a los sitios cuando “te portas mal”,
hacen espectáculos vergonzosos, como quien quiere abochornar en forma de
reprimenda a un adolecente descarrilado, te infantilizan, te hacen sentir como
el nene que se porta mal, siempre quieren tomar las decisiones en los
quehaceres del hogar, en la vida cotidiana, todo a su favor, a su criterio. En
el segundo grupo, se encuentran las que me han tocado. Son expertas en ser
jurado de lo que no corresponde, siempre serás un mal papá porque no haces esto
o aquello, como si el juicio de la paternidad fuera cosa de madres y no de
hijos. Son todólogas por definición, manejas de forma incorrecta, porque ella
se cree oficial de tránsito, malgastas tu dinero, ¿es economista?, friegas mal:
tiene un “master como diwasher”, no cocinas bien: es chef también, en todo lo
que hagas ella tendrá una opinión, porque no le enseñaron a callar, emiten
juicio de todo, aunque no cuente con los elementos necesarios para el mismo. Lo
peor de todo es que su criterios los limita a la terminología cristiana de
bueno o malo. ¡No hay matices! Un día te levantas y la vez acostada al lado
tuyo y te darás cuenta de que estás encajonado, en tu jaulita, bajo las garras
de una fiera leona que manipula tus cuentas de banco, revisa tu celular y
piensa que tiene derecho a cuestionarlo todo y te llama su marido como si tu
fueras una propiedad suya. Y te amparas en el recuerdo de la gatita que fue una
vez, para engañarte y no reconocer la fiera que tienes enfrente.
La paternidad se vuelve un chantaje, un para ser siempre hijos, porque las
mujeres, las que me han tocado, siempre recurren a la retórica maternal, al
tono cacofónico, molestoso, donde pasan juicio de las acciones de uno, no de tú
a tú, sino de madre a hijo, utilizando términos bueno o malo, como si se
tratara de una evaluación religiosa y no de un proceso de dos seres humanos que
se entienden.
Por eso he decidido hacer odio sordo, vagar por instinto, cumplir mis metas a
corto y largo plazo, porque a los treinta pasamos de ser muchachos a
convertirnos en un Señor.
Autor: José Israel Negrón Cruz
Escrito en abril del 2013
Revisado el 10 de enero del 2015
Comentarios: Al llegar a los treinta años, comencé a replantearme la
vida, mis metas, mis fracasos y a buscar una manera más eficiente de vivir.
Este ensayo surge como parte de un momento de frustración, que luego desembocó
en nuevos estilos de vida más sanos y eficientes.
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