Romper es un significante que cuenta con más de
veinticinco significados registrados en la vigésima segunda edición de la Real
Academia Española. Así que de por sí, la
ruptura o el acto de romper representa un problema lingüístico que va a
depender siempre del contexto en el cual se utilice la palabra y con los cuales
trabajaremos en este ensayo, que pretende demostrar que ese verbo, que esa
palabra y acción; la ruptura, es la causa principal o motor de la poesía en sus
diferentes acepciones y dimensiones.
Escribí mis primeros versos a los doce años, la
separación de mis padres había roto el imaginario de lo que había construido y
definido como vida; aquel espacio rudo de la infancia, malamente apiñado, en un
instante, se desmoronó. Había montado durante poco más de una década, aquella
bicicleta sin frenos, que descendía de forma acelerada por la loma empinada de
los días de infancia, que terminaron desbaratados en un instante repentino con
la pared de la “realidad” inmediata y todas las realidades inimaginables hasta
ese momento. Aquel choque con la vida, me deshizo en pedazos, fragmentos
deformes que en la mayoría de los casos, me eran irreconocibles, pese a ser parte,
en esencia de un mismo Yo. La
reconstrucción de esos pedazos me llevó a los versos y quizás a la poesía. La
fuerza del desprendimiento y los esfuerzos de reconstrucción existencial, produjeron
ciertos constructos que nunca hubieran sido posibles en mi vida sin aquel
momento de ruptura. Porque no se puede hacer poesía desde la plenitud; el poeta
es siempre un ser roto, fragmentado e inconcluso que busca rehacerse,
encontrarse y reconstruirse por medio de las letras y representaciones artísticas
que este elabore. La poesía es siempre el ejercicio de esa reconstrucción y está
en constante cambio ante el ejercicio de cada nueva mirada, ante la dialéctica:
poema-lector.
Después
que el poema es liberado de la esencia del escritor, deja de pertenecer a este
y se convierte en un agente libre, que se puede hacer y deshacer ante la mirada
de los receptores. Que rompen de manera recurrente con la miradas anteriores al
poema, esa ruptura de lector a lector crea una nueva poesía. En la carta que Mallarme escribe a Henri
Cazalis en 1868 acerca de su acercamiento al poema Herodías expresa:
“estoy
inventando una lengua que necesariamente tiene que brotar de una poética muy
nueva y que podría definir en dos palabras: Pintar no la cosa, sino el
efecto que produce”.
Mallarme está consciente que debe interpretar el poema ante una nueva
poética, que lo conduzca por lo caminos de la poesía. Su función como lector es
tan o más importante que la del escritor. Acercarse con una nueva poética a Herodías
lo dotará de una innovación efectiva como lector. Pero debe romper primero con
la poética anterior y valerse del imaginario para el ejercicio de reconstrucción.
Debe tomar en sus manos el poema y decodificarlo con una nueva intención, para
poder descubrir una poesía dentro un poema ya acariciado por otros lectores.
Pensar que el poeta construye algo
enteramente nuevo, es un absurdo, un acto de pedantería grotesca, que algunos insensatos
han intentado atribuirse. La innovación poética no es otra cosa que un acto de
ruptura y reconstrucción. El poeta pertenece a grupo social, que para facilitar
el ejemplo diremos que es de habla hispana y adquiere primero las palabras de
su idioma, se inserta dentro de las tradiciones sociales-culturales que lo llevan
a los versos. El poeta construye y reconstruye de manera consiente o inconsciente
un lenguaje nuevo, al que llamamos poesía. Pero este espacio, no sería posible
sin la materia prima, que se vio obligado a conocer en la mayoría de los casos,
a reconstruir y recrear de una forma distinta. El trabajo del poeta es reconstruir, darle un
nuevo enfoque a algo que ya posiblemente existía. Un buen poeta debe conocer la
tradición poética, para remitirse a ella y estar consiente en que momentos
ocurre la ruptura que lo pone en contacto con la poesía, en que momento rompe
con la tradición y provoca una mirada mirada hacia algo ya existente. Por lo
tanto el poeta no crea sino que recrea lo creado.
Tampoco así lo hace el lector; ambos participan del contrapeso que
produce el ejercicio poema-lector, ante las aspiraciones poéticas. Lo primero sería,
inventar la materia, crear el sonido, hacer nuevamente todas las cosas,
palabras y posibilidades. El poeta toma lo ya creado, lo rompe y lo reconstruye
con una forma diferente, con retóricas distintas que resaltan por sus matices. ¡Eso
es poesía! El ejercicio eterno de reconstrucción. Y tanta poesía crea el codificador, como el que decodifica, El
emisor que es poeta, el mensaje que es el poema y el receptor que es lector. En
este contexto el poeta y el lector crean poesía con el poema. Por lo tanto
existe tanta poesía dentro de un poema, como decodificaciones sean posibles.
Siempre que se rompa con la decodificación establecida, habrá poesía. Porque la poesía en un poema no se agota, sino que
descansa, a la espera de una nueva ruptura, de una nueva decodificación, de una
poética distinta que le dé otro matiz, otra dimensión, otra mirada que la
resucite y avive en otro espacio y tiempo.
Los escritores de un periodo se
caracterizan por tener matices similares al momento de escribir, que los sitúa
en grupo que pertenece a un espacio y tiempo determinado. Cuando se comienza a
romper con esos matices se establece una nueva generación de poetas. Es por eso
tan importante la ruptura en el establecimiento de una generación nueva de
escritores, poetas y artistas. Estos puede surgir sin un proceso agudo de ruptura
con la generación anterior y más bien como un proceso de transición de un
espacio a otro. Los rasgos estilísticos que marcan a unos grupos de poetas en
un determinado tiempo y espacio, pueden establecer y delimitarse hasta momento
en que otro grupo de poetas rompe la tradición, renueva forma de comunicarse y
establece una nueva generación. Esta nueva generación no sería posible sin el
punto de ruptura, que establecen los contrastes entre una generación poética y
otra. Estos contrastes son los que hacen posible la categorización de un grupo,
poeta o generación. Siendo el primero del grupo, siempre, el más agraciado. Es
menester remitirnos a Pavese en su texto: El
oficio del poeta donde es categórico en este aspecto:
“En Poesía el
inventor de un género, de un estilo, de un tono, el descubridor de una tierra
desconocida, deberían saber más aun que el precursor y que en realidad
continúan su obra con fácil confianza, y más refinados instrumentos. Ocurre
aquí un hecho que no tiene paralelo en ninguna otra actividad humana. El
primero que echa el ojo sobre un nuevo territorio y se interna en él es el más
eficaz cosechador, y más que un desmonte y una labranza, la suya se diría una
incursión mongólica, uno de esos saqueos sobre cuya tierra no vuelve a crecer
la hierba”.
El poeta que rompe con la tradición anterior suele ser el más agraciado,
ya que establece un modelo nuevo, fresco, que innova en su periodo
contemporáneo. Un poeta aguzado, debe conocer el bagaje poético que le precede,
no tan solo el de la generación inmediata, sino los poetas de toda época y
lugares posibles. Un proceso de ruptura generacional efectivo, va a depender,
en gran medida, del bagaje cultural del que pretende romper lo establecido y
aventurarse en nuevos senderos artísticos. Mientras más culto y ducho sea
el poeta, más efectivo y asertivo será
su ruptura, al mismo tiempo más notable. De lo contrario sería un golpe de
suerte, de una suerte sospechosa.
Un poeta culto, es capaz de romper con
la manera en que se trabaja la retórica poética tradicional, identificar las
coyunturas o espacios que han sufrido desgaste y reconstruirlos. La primera
figura retórica que nos ocupa lo es la metáfora, Esta esta destinada a dos
posibles rupturas. Una es la del tiempo, el desgaste que surge cuando una
metáfora es saturada y eventualmente puede tomar otra significación. La otra,
que es la que más me interesa, es que va acompañada de la intención del poeta,
que consciente del agotamiento de una expresión, la rompe, la inserta dentro de
un nuevo contexto y otorga otra dimensión, con otro remitente. Pudiendo
convertir a modo de ejemplo: “ las perlas de tu boca” de una comparación
grotesca en ves de ser una traslación de una palabra por otra que represente belleza.
Lo mismo ocurre dentro de la retórica con el símil. Pudiera decir ella es como
un cisne, asociarse con algo que tradicionalmente ha sido bello y convertirlo
en una comparación grotesca: “tenía las patas flacas y atrofiadas como el cisne”.
En este segundo ejemplo vemos como el símil se utiliza de una forma distinta.
En cuanto a la prosopopeya ocurre lo mismo. Tradicionalmente asociamos la
representación fonológica del “kikiriki” al canto de un gallo, pero un poeta contemporáneo
podría romper fácilmente con esa onomatopeya y decir que kikiriki es el sonido
que hace el celular cuando recibe una llamada o la alarma de un reloj
despertador y romper con la asociación original. Esto ocurre con los demás elementos
de la retórica, se crea poesía mediante la ruptura de los paradigmas
establecidos.
En el texto El Reino de la Imagen de
José Lezama Lima que se construye por medio de un coloquio entre las voces X y
XX. Se plantea lo siguiente por parte de XX:
“Es imposible
representar la corriente del devenir que choca con la discontinuidad. La
poiesis es la forma o máscara de esa discontinuidad, es la única forma de
provocar la visibilidad de lo creativo”.
En cuanto al argumento del texto de José Lezama Lima,
lo discontinuo es lo que provoca la visibilidad de las cosas. Si uno está en el
océano navegando por el mar y no ser percibe más que solamente agua es probable
que el navegar pase desapercibido ante la vista. Pero en el momento en el que
aparece una isla. Se rompe con la continuidad y se aprecia la Isla. Con este
planteamiento de ruptura de lo continuo, encontramos que encontramos en Lima.
Podemos interpretar que las imágenes son visibles cuando se produce una ruptura
de la continuidad. Más adelante XX expresa:
La
discontinuidad es la única manera de acercarnos a la reaparición incesante… La
más expresiva discontinuidad, la muerte, es como extravío, como si nos decidiésemos
au fond de li’nconu, pero al mismo tiempo, una impulsión indetenible para
reaparecer para diseñar islas después de la paradoja, que más nos cuesta, pero
que es la única forma que puede preludiar la segunda muerte.
Dentro de la poética de Lezama, la muerte representa
el máximo ejercicio de discontinuidad por el cual puede atravesar un ser
humano. La muerte representa la máxima ruptura, el detener aquello que fue
continuo durante muchos años, la vida. Por lo tanto la muerte, puede quizás
interpretarse como uno de los momentos en que el ser humano adquiere mayor
visibilidad. Quizás por esta extraña paradoja es que se realizan tantos
homenajes a los ilustres hombres después de muertos, cuando están ausentes,
porque en este momento de ausencia, de ruptura es cuando se pueden apreciar con
mayor lucidez. Para que algo sea visible tiene que tener matices, si se está
todo el tiempo en plena luz, las imágenes no se perciben al igual que en plena
oscuridad. Tiene que ocurrir la ruptura, la discontinuidad, los matices para
que la imagen poética sea visible.
Mediante los argumentos antes
expresados deseo aclarar que no toda ruptura crea poesía, pero que sí, a toda
poesía le antecede algún proceso de ruptura para que esta sea posible.
2 de diciembre del 2015
José Israel Negrón Cruz
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