La novela Sab de Gertrudis Gómez de Avellaneda se destaca por la
descripción detallada y precisa de sus paisajes
y personajes. Gómez de Avellaneda demuestra una admirable destreza en el manejo
de la palabra, con la que logra caracterizaciones admirables. Aunque la
creación de todos los personajes principales es una bien lograda, ocupa
particular destaque; la de la figura de Enrique Otway quien funge como
antagonista de los valores de libertad humana, espíritu noble y bondad que nos presenta
la obra. Este sirve como antagonista del personaje principal del relato: Sab.
Enrique Otway es una pieza indispensable en la novela, para que esta
posea solidez y cohesión. Permite que los rasgos románticos que se pueden
apreciar en Carlota, su prometida, se acentúen en las escenas donde este se
encuentra ausente o en la ocasión que sufre un agravio por la caída de un
caballo. Enrique hace que la trama fluya y se torne atractiva para el lector,
dado que es un personaje “gris”, con matices, a diferencia de los otros, en los
cuales podemos establecer predictibilidad en sus acciones, después que estos
son presentados. Como personaje “carácter”
sufre cambios y pasa por momentos de indecisión que sirven de motor al
relato, provocando nuevas interrogantes ante el futuro desenlace de la obra. Los
distintos métodos utilizados para la construcción de este y lo bien elaborado
que se demuestran, son parte de las razones para que la crítica a través del
tiempo, reconozca esta como una de las obras literarias cubanas más relevantes
del siglo XIX e indispensable para el estudio literario del contexto antillano.
La novela gira principalmente en torno a los sentimientos de la figura
de Bernabé; un mulato culto, que era conocido por el nombre de Sab. Este fue un
esclavo protegido de sus amos; los propietarios de Bellavista. Se crió en el
seno de la familia, donde tuvo la oportunidad de aprender a leer y relacionarse
de manera muy cercana con Carlota; una joven con cualidades excepcionales
físicas y espirituales quien pasó a ser la prometida de Enrique Otway; un joven
hijo de un buhonero ambicioso que había visto su fortuna reducida y quería
casar a su hijo con una mujer acaudalada que le proveyera prestigio y riqueza.
Durante el trayecto de la novela se resaltan las flaquezas de carácter de
Enrique quien en algunos instantes parece desistir de la idea de casarse con
Carlota por esta no poseer la fortuna sospechada. Sab se percata de las
vacilaciones de Enrique y entiende que este no la merece. Le confiesa su amor
por ella a la amiga de la infancia y criada como hermana dentro de la familia
de Bellavista: Teresa. Esta intenta persuadirlo de que desista de sus
intenciones e intereses en Carlota. A lo que Sab hace caso omiso y se suicida
el día de la boda de Enrique y Carlota. Teresa termina en un convento y al
final del relato le provee a Carlota la carta que Sab escribió poco antes de
morir.
Enrique es un personaje difuso de
carácter. Aspecto que lo enriquece dentro una obra romántica donde los
individuos suelen mantener una línea clara de su posición. En el caso de Enrique
Otway, sus matices dentro de su caracterización le brindan la posibilidad de
explorar al lector distintas dimensiones de su persona. Las descripciones
iniciales son las de un individuo afable. La voz narrativa lo presenta de una
manera sutil en el trayecto inicial a Bellavista:
…el viajero acortaba cada vez más el paso de su
caballo y le paraba a trechos como para examinar los sitios por donde pasaba, A
la verdad, era harto probable que sus repetidas detenciones solo tuvieran por
objeto admirar más a su sabor los campos fertilísimos de aquel país privilegiado,
y que debían tener mayor atractivo para él si como lo indicaban su tez blanca y
sonrojada, sus ojos azules, y su cabello de oro había venido al mundo en una
región del Norte.
Antes de entrar
en la descripción fenotípica y su posible procedencia norteña, la voz
narrativa nos hace saber que tiene
cierta sensibilidad hacia la tierra cubana y sus paisajes. Es perceptible como
se vinculan los rasgos del hombre blanco europeo con un paradigma de belleza
predominante en la época. Lo que le da
superioridad física sobre su contraparte Sab dentro del relato.
La apreciación de otros personajes sirve para reforzar este paradigma
estético que plantea la voz narrativa en el relato. Cuando Enrique se acerca a
un personaje silueta, la voz narrativa destaca que: “Acaso la notable hermosura
del extranjero causó cierta suspensión al campesino, el cual trajo indudablemente
las miradas de aquel”. Su belleza física recae sobre su ascendencia blanca. A
lo que en el primer capítulo se hace énfasis, creando un contraste marcado
entre este y Sab a quien se describe como:
un joven de alta estatura y regulares proporciones,
pero una fisonomía particular. No parecía un blanco criollo, tampoco era negro
ni podía creérsele descendiente de los primeros habitantes de las Antillas. Su
rostro presentaba un compuesto particular que presentaba el cruzamiento de dos
razas diversas… los rasgos de la casta africana con los de la europea.El traje
de este hombre no separaba en nada del que usan los labriegos en toda la
provincia de Puerto Principe, que se reduce a un cotín de anchas rayas azules,
y una camisa de hilo, también listada ceñida a la cintura por una correa de la
que pende un ancho machete y cubierta la cabeza de un sombrero de Yarey…
Por medio
de los diálogos iniciales entre Enrique y Sab, se puede apreciar cierta
cortesía de parte de Enrique en su hablar, quien a pesar de ser el antagonista
no resulta una figura grotesca:
- Buen amigo tendrá la bondad VD. de decirme que la
casa que desde aquí se divisa es la del Ingenio de Bella Vista. Esto presenta
los buenos modales del personaje.
Un recurso eficiente que se utiliza para la caracterización de Enrique
es la descripción de para denotar su formación y carácter, dejando ver parte de
sus rasgos sicológicos dentro de este proceso. La lectura nos dice que “desde su juventud: no era ya uno de los más
gallardos jóvenes del país era considerado como uno de los más ventajosos
partidos”. Lo que pudiera contribuir a la idealización del lector en este
personaje. Lo encuentra cierto arraigo en el personaje de Carlota del cual nos advierte que “Carlota amo a
Enrique o mejor amó en Enrique el objeto ideal que le pintaba su imaginación”.
En un inicio del relato no solo se idealiza un poco la figura de Enrique dentro
del imaginario de Carlota, sino que pudiéramos decir que dentro de la
percepción de muchos lectores también. Lo que contribuye a darle veracidad y
fortaleza al relato.
Poco a poco
la caracterización de Enrique se va tornando más apática, sobretodo en este
ámbito sicológico que se va tornando la mayor debilidad del personaje y que por
medio de su insensibilidad e idiosincrasia se va dando a conocer. En un diálogo
con Carlota expresa: “-¿Sabes, me agrada
ese esclavo? No tiene nada de grosería y abyección que es común en la gente de
su especie.” Utilizando el contexto de especie como uno deshumanizador que
convierte a Sab, más que en un humano en una cosa o pertenencia ante su
percepción de mundo. Según avanza el relato la construcción de Enrique lo va
arrinconando convertirlo en el personaje insensible del relato, carente de los
sentimientos y las emociones tan exaltadas en el romanticismo. Enrique comienza
a marca una distancia de clases sociales en donde se auto ubica en una posición
de privilegiada superioridad y lo comunica por medio de sus diálogos con
Carlota. En uno de estas conversaciones, después de enterarse de la formación
de Sab por parte de Carlota expresa: “-Todo eso no es bueno para él… ¿para que
necesita educación un hombre que está destinado a ser esclavo?” La visión
esclavista que encierran las palabras de Enrique abonan a su perfil de hombre
blanco, con privilegios y visiones marcadas de los roles y clases sociales de
los individuos de la época y acentúa su falta de sensibilidad como individuo.
En múltiples ocasiones la voz narrativa se vierte hacia el lector y
utiliza este recurso como medio de caracterización y énfasis de lo que intenta
comunicar. Al acercarnos al final del capítulo IV; observamos como esta pasa
juicio acerca de la figura de Enrique:
que hay almas superiores sobre la tierra,
privilegiadas para el sentimiento, y desconocidas de las almas vulgares, Almas
ricas de afecto, ricas de emociones… para las cuales están reservadas las
pasiones terribles, las grandes virtudes, los inmensos pesares… y que el alma
de Enrique no era una de ellas.
Esta forma de caracterización provoca que se encajone la figura de
Enrique como un alma pobre, en el lugar exacto donde lo quiere la voz narrativa.
Cierra ciertas posibilidades a otras concepciones del personajes a diferencia
de las caracterizaciones anteriores que podían dar un espacio a la
interpretación. Con la posible intención de provocar un distanciamiento entre
la “nobleza de espíritu” de Carlota y Sab y la inferioridad de espíritu de
Enrique. La figura de Enrique es
necesaria para crear estos contrastes
donde Sab puede destacarse como poseedor de un alma superior y Enrique
tornarse incompatible con la joven Carlota. Lo que abona a uno de los
conflictos principales de la obra: ¿Enrique merece o no a Carlota? Este énfasis
provoca movilidad e interés en la trama de la novela.
Los matices dentro de la figura de Enrique son quizás el aspecto más cautivador
dentro de su caracterización. Donde a pesar de presentarse como una persona de
espíritu pobre, codiciosa, falta de voluntad y carácter, según la voz
narrativa:
no cabe duda que el amor hacia la hija de don Carlos
era una de las pasiones más fuertes que había experimentado en su vida. Pero
esta pasión, no siendo única, era evidentemente contrastada por una pasión
rival, y a veces victoriosa: la codicia.
La pluralidad de visiones que utiliza la autora para la construcción de
la figura de Enrique es uno de sus “ganchos” más efectivos para el agarre del
lector. Si comparamos su caracterización con la de Sab, Carlota, Teresa o Don Carlos observamos que
estas se tornan trasparentes y predecibles. Los matices de Enrique son los que
mueven la intriga en la novela y su interacción con otros personajes es
indispensable para que estos se complementen. ¿Qué sería de Carlota sin
Enrique? ¿Cómo resaltaría la nobleza de espiritú de Sab sin un entre de
contraste?
Cada personaje
es indispensable para que esta se una bien lograda, pero sin duda alguna la figura
de Enrique es la más creíble, no está cargada de la extrema maldad o bondad que
caracteriza a los personajes románticos de la literatura del siglo XIX, sino
que por el contrario me parece un constructo muy humano y singular que
demuestra una particular pluralidad de matices en su caracterización, lo que lo
convierte, según mi valoración, en el personaje más rico de la novela.
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