Han pasado quince días desde que todo comenzó. Ahora
tengo miedo de salir a la calle, de tocar a las personas, de enfermarme. He
llegado a la conclusión de que estoy hipocondriaco y alucino síntomas cada vez
que busco un suministro. Siento que regreso enfermo, que estoy sucio, que me
duele la garganta, que he sido contagiado con el virus mortal que ya ha cobrado
cinco vidas en un escenario que para los puertorriqueños apenas comienza. A
veces no sé qué día es, qué hora, como si hubiera una dislocación en el tiempo
y todos los días fueran domingo. Me he sentido perdido en mi propia casa dentro
de esta locura que se me posiciona encima. Durante algunos días no pude
concentrarme, mi mente divagaba en el intento de articular las ideas para
comprender una realidad que solo era posible dentro de novelas como “Los pasos
perdidos” de Alejo Carpetier. Aparecía en un sitio y no sabía para que había
ido allí; de pronto estaba parado en la sala, la cocina, la huerta sin saber
cómo había llegado. Hasta anteayer, no me pude sentar y retomar mi tesis
doctoral, estuve casi diez días divagando, imaginando cosas que a veces vuelven
y se van de mi mente. Articulé conspiraciones políticas y ataques intencionados
por una potencia desconocida, que era o tenía alguna relación con Rusia y
China. No sé qué va a pasar con la fase final de mi carrera académica. A veces
pienso que El Centro de Estudios Avanzados va a cerrar después de esto y nunca
podré hacer la disertación. Pero sigo editando por disciplina, por el placer
enfermizo de encontrar la palabra y forma correcta de exponer las ideas, aunque
siempre me equivoque. En cuanto a la huerta, en estos días he cosechado pepino,
guineos, ajíes, lechuga y plátano. Ya la canasta de sandía Paul Trix tiene
cotiledones y la enredadera de las calabazas se ha tornado enorme. Los
cilantros están muriendo, creo que por el calor y ya trasplanté las judías a su
lugar definitivo. Espero tener habichuelas pronto. La yuca se ha tornado
inmensa y los palos de limón, naranjo y acerola crecen a su paso. No me quejo,
soy agradecido de la tierra y sus bondades. El trabajo docente lo estoy
haciendo desde casa. Me comunico con mis estudiantes por email y estoy
aprendiendo a utilizar otras plataformas como Zoom. Aunque soy maestro, el ser
el tutor de mis hijos ha resultado agotador, me he tenido que forrar de una
nueva paciencia desconocida para trabajar con ellos. Sofía nunca sabe y Urayoán
cree que lo sabe todo. Ha sido duro para mí, no quiero pensar en las
circunstancias de otros padres. Un silencio sepulcral se ha apoderado de la
Urbanización. Los vecinos están ahí, pero no se escuchan, los niños están en
las casas, pero nunca salen. Los perros casi no ladran y se oye el trinar de
los pájaros en la tarde y el cantar del gallo en la mañana. Todo parece tan surreal
que a veces coqueteo con la sensación de que estoy viviendo un sueño en donde
la naturaleza se venga de forma indiscriminada de nosotros, los humanos.
José Israel Negrón Cruz
29 de marzo de 2020
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