Confesión

Hay cosas en esta vida que a veces nos preguntamos,
cosas que hacemos  y luego analizamos
y al analizar, una respuesta encontramos.
Pero en el amor no hay pregunta lógica,
ni existe una respuesta verdadera.
He aquí el comienzo de una confesión sincera.
No sé cuando la conocí,
ni el día en que tuve la dicha de verla por vez primera.
Pero ese no es el problema, el problema
es que no la amo, ni siento nada por ella.
Su mirada la percibo vacía, 
sus besos no provocan pasión,
su voz no inspira alegría,
y todo esto por la razón,
de que la mente no manda en las faenas del corazón.


La considero buena,
estudiosa ,humilde,  amorosa…
He hablado con ella,
dándole a conocer que no la amo.
Mucho tiempo ha pasado,
los sentimientos no han cambiado;
en el corazón, en el alma,
en donde comienzan los sentimientos.
Me siento vacío,
a pesar del calor que le brinda tu piel a mi piel,
mi alma se muere de frio.

Pienso que la vida no ha sido justa con este servidor,
no le permite tener a la persona por la cual él siente amor.
Es una lágrima eterna
la cual va destrozando
tu alma interna.
Sinceramente confieso,
que la niña,
la  cual me ha enamorado,
jamás la he tocado,
solo sé, que ahí, dentro de ella,
en lo más profundo de su ser,
tiene algo que me hace estremecer.

Su presencia ilumina todo su alrededor,
sus ojos son como mirar al sol;
ciegan y crean inspiración.
Su voz, incomparable melodía
que llena mi alma de alegría.
Su piel morena, perfecta con el mar,
tibia como la arena.
Su semblante,
siempre deslumbrante,
a flor de labio una sonrisa radiante.
Pienso en ella día tras día.
Pero la vida es injusta,
me la hace prohibida,
y lo más que me hiere,
es que ella también me quiere.

En ocasiones pienso que el destino,
te quita más de lo que te da,
solo quiero quitarle al destino,
una oportunidad,
para compartir con quien me ha robado el corazón,
confesarle lo que siento.
Que siento como poco a poco muero,
muero de soledad,
por falta de su presencia,
la cual me llena de vida,
la cual me llena de felicidad.

Por ella dejaría a cualquiera,
esperaría una eternidad,
por la sencilla razón:
“que la mente no manda el corazón”.  

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