La construcción de la identidad puertorriqueña en Luis Llorens Torres y otros autores nacionales.

Crisis de identidad a principios del siglo XX.
Al comienzo del siglo XX, los puertorriqueños enfrentaron una crisis de identidad sin precedentes en su historia. De haber sido un pueblo con una cultura hispano ibérica[1] con matices afroantillanos, se intentó transformar por medio de la fuerza militar y el discurso moderno de la industrialización norteamericana, en un País de habla y cultura anglosajona que respondiera a los intereses económicos y militares del nuevo administrador de la Colonia.  Era el 1898,  recién finalizaba la Guerra Hispanoamericana y España había cedido el territorio de Puerto Rico a los Estados Unidos de América. Estos representaban un paradigma culturalmente distante a lo establecido a lo largo de la colonización española, en particular en el periodo decimonónico, donde la semilla de la identidad puertorriqueña ya se vislumbraba como un frondoso árbol. El cambio de soberanía fertilizó el terreno para trabajar la construcción del discurso literario de la identidad con mayor intensidad y efectividad en los grupos e individuos que deseaban la independencia de Puerto Rico.
La imposición del inglés como idioma oficial, las leyes de cabotaje que estrangulaban la economía maltrecha de la isla, las reformas educativas dirigidas a un proceso de transculturación agresivo y castrante fueron razones sólidas para que la voz de  Luis Llorens Torres se uniera en protesta a la de otros escritores de la época, siendo Este, el más enfático al momento de crear un Otro demonizado en los nuevos colonizadores. Si Pedro Albizu Campos[2] fue el mayor detractor de la Intervención Norteamericana en el mundo político. Luis Llorens fue el más ferviente detractor dentro del discurso poético-literario.
El legado de Manuel Alonso para Luis Llorens Torres.
     Las construcciones de identidad elaboradas por la elite económica, política e intelectual del Puerto Rico de mediados y finales del siglo XIX, apuntaban a una base occidental, con nociones “universalistas”. Uno de los primeros escritores, en intentar definir lo que son los puertorriqueños es Manuel Alonso. Su obra El Gíbaro es uno de los primeros trabajos literarios que pretende definir la identidad puertorriqueña en la literatura nacional. Su mirada a las costumbres locales es uno de los legados más importantes de las letras autóctonas del siglo XIX.
Manuel Alonso, se acerca al puertorriqueño, elaborando un conjunto de estampas que se destacan por un acento occidentalizado. Este precursor de la Obra Poética de Luis Llorens Torres, abre un camino españolizado. Establece un sendero paradigmático por el cual Llorens recorrerá. La españolización de las costumbres campesinas reconstruidas por medio del discurso literario, marcan el inicio de las construcciones occidentalistas en los escritores puertorriqueños. El Autor confirma sus intenciones dentro de su prólogo:
he reunido aquellas escenas que juzgo más á propósito para dar una idea de las costumbres de nuestra Antilla, procurando ser exacto como narrador, indulgente o severo según las circunstancias y teniendo siempre la mira de corregir las costumbres deleitando. ¿Habré logrado mi propósito? [3] (8)
            Interesado en hacer un acercamiento a lo que son los puertorriqueños de la Isla y sus condiciones; convierten su trabajo en una referencia medular para entender la poesía de Llorens que resalta por las imágenes costumbristas y el discurso de la ruralidad. La puertorriqueñidad españolizada, con énfasis en el campesinado es la mayor aportación que realiza Alonso y sirve como modelo fundacional a los escritores de principio del siglo XX. En el poema El viejo Alonso de Llorens, se reconoce la aportación e influencia de este, de la siguiente manera:
Describió el rancho de yaguas,
Los aguinaldos de enero,
las costumbres del gallero,
y con estos y otros cromos,
publicó el Jíbaro un tomo
que será imperecedero. (3)
El reconocimiento de Alonso en la voz poética de Llorens nos sugiere que este fue una de sus influencias literarias y que lo toma en cuenta al momento rendir homenaje a su legado literario caracterizándolo como “imperecedero”. Cuando nos acercamos a la obra poética de Llorens podemos leer mucho de Alonso en ella.
            El autor de El Gíbaro nos presenta desde la primera escena de su Obra; Espíritu de Pronvincialismo, hasta la última; La linterna mágica, una antilla blanqueada, de costumbres similares a las que se pueden apreciar en la metrópolis en donde lo católico-español sobresale y se ocultan las raíces y tradiciones negras[4]; las excluye, por medio del silencio. Una técnica la cual Llorens replica con magistral desempeño en su poesía. La noción de lo que debe ser la educación académica es uno de todos los indicadores de su inclinación españolizada. La Escena III, sugiere al lector como debe ser mejorada la instrucción en las diversas disciplinas de mayor ejecución por parte de los puertorriqueños. La voz del texto nos permite apreciar cómo percibe lo que debe ser la educación en Puerto Rico y propone un plan educativo para mejorar lo ya establecido. El plan pretende aumentar nuestra formación occidental. Tomando, por ejemplo; los estudios en Teología, Manuel Alonso los desglosa de la siguiente manera:
1 año: Fundamentos de la Religión. -Lugares teológicos.
2 año: Teología dogmática (parte especulativa).
3 año: Teología dogmática (parte práctica).  Lengua griega.
4 año: Teología moral. -Lengua hebrea.
5 año: Historia y elementos del Derecho canónico-Oratoria sagrada.
6 año. Sagrada Escritura. -Lengua griega (2. curso)
7 año. Historia y disciplina general de Iglesia y particular de España. -Lengua hebrea (2. Curso)
            Se necesitan por consiguiente siete profesores distintos, y que el alumno curse siete años para ser teólogo, y en Puerto-Rico todo se hace en tres con un solo profesor: a mis lectores dejo deducir la consecuencia. (36-37)
            La mirada y sugerencias de Alonso para los estudios teológicos y todas las áreas del saber en Puerto Rico se conciben hacia una occidentalización, buscando adentrarnos más en esta “cultura universal”,  por medio del señalamiento de la incrementación de  la enseñanza de la legua griega y los estudios de la iglesia (católica-romana) de España en Puerto Rico. Todas las sugerencias responden al mismo patrón; aumentar los estudios en mira de asimilarnos, parecernos o ser iguales a España en el plano educativo y cultural. La norma que establece Alonso es, que, mientras más nos acerquemos al occidentalismo español, más civilizados seremos. Este modelo, de lo que debe ser el puertorriqueño, cimienta las idealizaciones construidas en  el discurso poético literario de Luis Llorens Torres. Aunque la línea de pensamiento de Alonso y Llorens parecen coincidir en la mayoría de los aspectos, existe una diferencia crasa distancia ambas concepciones del puertorriqueño y es que para Alonso este debía occidentalizarse más; buscando la manera de parear la cultura española con la local. Desde la perspectiva del  discurso de identidad en Llorens; el puertorriqueño ya está occidentalizado, tiene todo lo necesario para autogobernarse y posee el “don” de una herencia cultural poderosa y superior a la norteamericana. En este análisis no debe de perderse nunca el contexto histórico desde el que ambos se realizan. Alonso habla desde una coyuntura y posición que busca la incorporación de Puerto Rico a España como Provincia y por lo tanto intenta establecer aquello  que nos hace falta para adentrarnos más en la españolización y poder lograr la asimilación. Mientras que  Llorens elabora un discurso-respuesta a un proceso de recolonización de Puerto Rico donde este establece que ya éramos civilizados, cultos y la norteamericanización nos está vuelve incivilizados y representa un retroceso cultural para los puertorriqueños.  
Nacionalismo anti urbano y sentido de pérdida 
 En la literatura nacional, el paradigma Alonsiano[5], sobrevivió hasta mediados del siglo XX. Este construye la puertorriqueñidad desde los espacios y tradiciones rurales. Este modelo es referente, primero para Llorens y posteriormente a escritores como Enrique Laguerre y René Marqués para establecer un nacionalismo anti urbano que podría encontrar sus bases en las estampas alonsianas del periodo decimonónico. La idealización del discurso de la tierra, del campo, sirvió como antítesis a una de las obras más reconocidas del Estado Libre Asociado de Puerto Rico: Proyecto Manos a la Obra.
El gobernador Luis Muñoz Marín en contubernio con los Estados Unidos de América emprendió una agenda industrializadora, desmedida, que trajo los cambios más notables del siglo XX en Puerto Rico. En el ensayo: La nación más transparente: René Marqués y La Dama de Occidente[6] Rubén Ríos Avilés establece dos posibles vertientes por las cuales transita el nacionalismo puertorriqueño. La primera es la radical, encarnada en la persona de Pedro Albizu Campos. Esta se caracterizó por la confrontación directa con el gobierno de los Estados Unidos de América. La segunda vertiente es lo que Ríos Avilés denomina como el nacionalismo cultural y este se encarnada en la figura de Don Ricardo Alegría Gallardo. Este se caracteriza por ser uno más discursivo e ideológico. Lo que provoca una menor confrontación entre las fuerzas de la independencia y los Estados Unidos. Esta característica le resultó viable al Estado Libre Asociado de Puerto Rico y los intereses de Muñoz Marín que respaldó este ejercicio por medio de la fundación del Instituto de Cultura en las manos de Alegría.  
Marqués y Llorens recurren a las tradiciones y costumbres campesinas, igual que Alonso para establecer una identidad nacional que defina lo que son y aspiran a ser los puertorriqueños. Cada uno construye su puertorriqueño acorde a las necesidades históricas y personales que les aquejan. Si bien Alonso responde a un sector político-militar que desea incorporarse como provincia a España y René Marqués construye su discurso como defensa ante el proyecto de industrialización implantado por el gobernador Muñoz Marín, Luis Llorens Torres responde al proyecto político, económico y cultural implantado por los Estados Unidos de Norteamérica   a principios del siglo XX[7] en Puerto Rico. Este representó para él, un retroceso en la cultura y un ataque a la identidad establecida y definida de los puertorriqueños. Este argumento, lo comparten otros escritores contemporáneos. Muchos de ellos, conscientes de que no gozaban de las comodidades generales que ofrecía el discurso de la modernidad norteamericana, se ampararon en un pasado idílico, recurriendo a una retórica occidentalista, fundamentada en nuestra ascendencia española.
Conocido y reconocido lo es el argumento de un contemporáneo de Llorens; Antonio S. Pedreira ante los procesos de cambio implantados en la Isla a raíz del cambio de soberanía en 1898. Este plantea en su libro Insularismo en el ensayo Intermezzo: Una nave al garete que:
Todo puertorriqueño que no tenga sus facultades empañadas por antagonismos e idolatrías tiene que reconocer el maravilloso progreso alcanzado en los últimos treinta años. La industria, el comercio, la agricultura, la riqueza pública se han expandido brutalmente y hemos aprendido la técnica de los negocios y el secreto de la economía. Nadie podrá negar que la nueva civilización transformó halagadoramente nuestra existencia y podemos actuar con mayor libertad y mayores garantías que en otras épocas. El cambio ha sido sorprendente, y proverbial el progreso. Tenemos más escuelas, más carreteras que antes.
     Debemos recordar a los lectores que el problema que aquí nos planteamos no es el de la civilización, sino el de la cultura […] Si yo fuera a sumarme al grupo que todo lo define en términos del más y del menos, diría que hoy somos más civilizados, pero ayer éramos más cultos. (75-76)
La propuesta norteamericana de identidad era un atentado a los siglos de labrado y cultivo occidental en nuestra cultura que produjeron un occidentalismo criollo[8] en una elite económica e intelectual capaz de articular sus propios proyectos de nación con unas construcciones de identidad propias; que se vieron interrumpidas por los intereses de los nuevos propietarios del País. Dentro de este panorama histórico-literario se inserta la voz poética de la obra de Llorens; quien construye la identidad de la nación a través de la demonización de la mayoría de los elementos representativos de la cultura estadounidense y la exaltación de elementos rurales, representativos de la puertorriqueñidad. Es por medio del contraste con ese otro norteamericano, que se define con precisión la identidad de lo que es ser puertorriqueño. La modernidad y la industrialización que llega con los norteamericanos provocan un sentido de pérdida en muchos escritores puertorriqueños.
En la obra poética de Luis Llorens Torres se está perdiendo la patria, la identidad, se ha intentado trastocar; la esencia de lo que es ser puertorriqueño, se quiere violentar nuestro “sagrado” pasado y apartarnos de los hermanos hispanoamericanos que comparten un origen similar al nuestro. Esto en reacción ante el cambio abrupto de un sistema pre capitalista; donde la tradición predominaba por encima de lo económico a uno moderno, industrializado y de filosofía liberal. El lingüista Edward Sapir explica en una publicación de 1924 que:
La gran falacia cultural del industrialismo, según se ha desarrollado hasta el presente, es que al poner las máquinas al servicio de nuestras necesidades no ha sabido evitar poner a la mayoría de la humanidad al servicio de las máquinas. (96)[9]
Esto es lo que provoca ese profundo sentido de pérdida que no puede ser ocupado con el discurso capitalista quien nos deja una vida “recortada en fragmentos”. Donde el individuo recurre al amparo de modelos anteriores o simplemente idealizaciones inexistentes, para encontrar un lugar donde ubicarse ante la realidad imponente que lo ha desplazado de ubicación social-cultural. Inventa espacios para saciar las necesidades sicológicas que se producen con la sacudida que provoca el repentino cambio. Llorens Torres encuentra su lugar dentro de la idealización del pasado campesino, la vida de hacienda pre capitalista, exaltando el jibarismo[10] producto del periodo de domino español. Reinventa el pasado como un mundo idílico el cual se está perdiendo y es su deber recuperar por medio, en, y con las letras de su poesía.
El discurso literario como herramienta de batalla y la crítica de Llorens.
La mayoría de los independentistas puertorriqueños, muchos de ellos escritores, en el discurso literario es donde libran su mayor batalla contra el nuevo Imperio. Llorens, aunque peleó livianos combates en el mundo político; ya fuera con la breve intervención del Partido de la Independencia[11] o con su participación como delegado del Partido Unión (1908-1910)[12], de donde se pueden rescatar algunos debates fútiles que sostuvo como representante de la Cámara de Delegados de Puerto Rico con el nuevo Poder; a raíz de la aplicación de la Ley Foraker. Estas peleas, no trascendieron más allá de una controversia entre el colonizador y el colonizado, donde la perspectiva del colonizador siempre prevaleció. Tampoco este se insertó en una confrontación física, donde mediaran las armas y violencia como lo hizo el poeta Juan Antonio Corretjer.
Llorens se destacó en la batalla por la preservación de la identidad dentro del mundo de las palabras. Aun hoy, entre los entendidos de la historia y las letras, resulta difícil que alguien recuerde a Llorens por su faena como abogado o fundador de un partido político en favor de la independencia de Puerto Rico, no así, por su aportación sustancial dentro del mundo de la palabra, donde sus ataques siguen resonando en cada nueva generación.
Es común ver como niños y jóvenes declaman sus poemas en La Semana de Puertorriquenidad[13] Cantantes de renombre local como Andrés Jiménez han musicalizado de manera exitosa su poesía. Esto demuestra que la construcción de la identidad puertorriqueña que hizo Llorens por medio de su obra sigue teniendo vigencia y legitimidad popular en la medida que continúa reproduciéndose su discurso y hallando eco en otras voces que le aportan nuevos matices. Este reconocimiento no ha sido únicamente en el ámbito popular. El sector académico se ha acercado en múltiples a su obra. Lo que convierte la crítica de esta, en una acción muy distante de ser categorizada como nobel. Por el contrario, es menester reconocer que decenas se han acercado a su poesía y la han investigado. Las valoraciones suelen tomar diferentes vertientes dependiendo de la intención del crítico. Algunos transitan por la estructura de la obra poética. Otros buscan en la riqueza de su contenido, algún eslabón perdido de la modernidad puertorriqueña. La temática de sus poemas es variada; lo que convierte a Llorens en un poeta versátil, que cautiva a los lectores tanto con sus poesías de amor a la mujer, a la naturaleza, a Hispanoamérica, como a su Puerto Rico. Tiene una mirada de nuestra situación social particular y su postura ante las nuevas imposiciones norteamericanas, forman una parte sustancial de su repertorio. Llorens construye su puertorriqueñidad amparado en el campesinado y su realidad inmediata. Esta es su propuesta más recurrente.
El valor de Llorens como poeta destacado de una época es indiscutible. Y aunque su obra ha pasado por periodos de susurro donde su voz parecería caminar por el silencio que lleva al olvido de los escritores. Siempre vuelven generaciones nuevas de investigadores; individuos frescos, aguzados, que buscan darle un nuevo enfoque a su trabajo literario, con unos giros innovadores al análisis de su poesía.
Si bien es cierto que la obra poética de Llorens ha sido ignorada por muchos, en ciertos momentos de nuestra historia, ya sea por situaciones políticas no favorables o por descuido de los custodios de su legado. No menos cierto es que la misma también ha caído en los más excelsos periodos de adulación, donde no han faltado los elogios. Críticos que han visto en su escritura cierta grandeza poética que es capaz de trascender su momento e insertarse en el canon de poesía clásica, para el deleite de las generaciones venideras. Entre estas exaltaciones podemos recuperar las expresiones de Valbuena Briones, quien definió a Llorens como “el poeta nacional puertorriqueño”. Arcadio Díaz Quiñones lo describe como un “poeta fundacional”, indispensable para un momento histórico y para poetas subsiguientes como Juan Antonio Corretjer que inspirado en su obra le dedica una extensa intervención en un periódico local[14] para defenderlo y posicionarlo como el poeta más importante de la poesía puertorriqueña”. En el prólogo a la Obra Poética de Luis Llorens Torres[15] escrito por el Dr. Felix Córdova este concluye que:
La importancia de la obra de Luis Llorens Torres ha sido ampliamente establecida por la crítica. Su poesía atrajo a los estudiosos y escritores más agudos de su época y en todas las generaciones posteriores siempre ha habido figuras destacadas que han vuelto a fijarse en ella con el objetivo de revalorizarla. (ix)
 Otros críticos, como Carlos Arce han sido más ponderados este en sus expresiones realizadas al Prologo de Alturas de América, recone que:
Luis Llorens Torres ya es conocido del público, bien por las ediciones originales de sus obras, bien por haber sido incluido en diversas Antologías Poéticas, realizadas en distintas épocas, el agotamiento o rareza de tales ediciones ha hecho que se convirtiera más en escritor nombrado que leído. (9)
            Luis Llorens Torres realiza una autovaloración de su obra, en el poemario Al Pie de la Alhambra en el Prólogo: Estudio Crítico Acerca de Granada y algunos de sus principales literatos. Alude a los versos escritos en el poema Granada y de forma mesurada nos deja ver que para él:
            Es, además, necesario que yo exponga las razones que he tenido para abusar del público atreviéndome dar a luz un libro de versos que no tiene otro mérito que el haber sido escrito por mí. Yo, poeta y autor de un libro de versos, yo, que siempre juzgué cosa muy fina eso de buscar consonantes y medir endecasílabos. Yo, poeta. ¡Ser poeta! Esta es una idea que halaga y saca de su quicio al más pintado; y a mí, que no soy menos que nadie, tenía que seducirme también. (3)
            Llorens valora de manera positiva su trabajo, aunque, es menester, reconocer que no alardea de él, por el contrario, tiene una mirada precavida, sencilla, pero clara de sus intenciones como escritor. Guarda el espacio de la adulación para otros críticos, que como ya discutimos, cumplen con esa encomienda.
La poesía de este escritor ha pasado de la palabra escrita a la musicalización; Llorens está presente en los festivales de música campesina, viven sus versos en las voces de múltiples trovadores, orquestas reconocidas de salsa como el Gran Combo, cantantes de música jíbara, puertorriqueñistas que resucitan con sus aportaciones melodiosas a que se perpetúe el Poeta. Por tanto, independientemente simpaticemos o no con la obra poética de él, este es un autor medular en nuestra cultura, que amerita ser analizado a la saciedad,  y poder comprender a los puertorriqueños, lo que son, o al menos una de las más notables construcciones de ellos.
La construcción de la identidad por medio de la ascendencia ibérica y las otredades.
En la poesía de Llorens, se encuentran constantes referentes que miran siempre hacia occidente. La voz poética busca una occidentalización tanto en el lector como en la construcción de la identidad puertorriqueña. En su discurso poético-literario se construye la identidad por medio de la ascendencia ibérica, rebusca en los cimientos españoles que le dan forma a lo que somos: hispanoamericanos. Esto produce una sólida base discursiva que contrasta con esa otredad cercana, territorialmente, pero distante, culturalmente; ajena a la idealización campesina que nos representa en Llorens.
Esta profunda cultura occidental la heredamos por vía “materna”, en palabras de Llorens de la “vieja madre España”. El Autor construye constantemente una alegoría a la familia. Metáforas, símbolos, imágenes que nos remiten a una España que se posiciona como progenitora, donde Puerto Rico y las otras repúblicas hispanas de América son hermanas pertenecientes a una misma estirpe.  
Para ejemplificar esta construcción discursiva nos acercaremos al soneto Pancho ibero, donde se aprecia como Llorens construye esta alegoría de la familia de forma hábil y rica: 
            ¡Pancho Ibero! Tronco de honda raíz ibérica
y encarnación de la América española.
Una ola te trajo a las playas de América.
¡Pancho Ibero ¡Bendita sea la ola! (108)
El simbolismo de la raíz que nos remite nuestro origen como pueblo, ese espacio de donde procedemos que representa uno de los pilares de la identidad. En esta procedencia ibérica se forman las bases culturales de cada pueblo. Los hispanoamericanos, encarnan el personaje de Pacho Ibero que indiscutiblemente tiene una relación familiar con su madre en España. La alegoría de la España madre y la América Hispana se aprecia con prontitud.
¿Quiénes somos los hispanoamericanos para la voz poética en Llorens? Evidentemente hijos de España, una familia, donde los Estados Unidos de Norteamérica siempre serán ajenos a nuestra ascendencia, cultura, sociedad y representará por lo tanto el Otro; aquello no somos ni debemos ser, pero necesitamos en muchas instancias para identificarnos por medios de las diferencias que tenemos como pueblos.
Contrario a la manera que se proyecta la otredad española donde esta es representada en Manuel Alonso y en Llorens como parte de nuestra familiar; un modelo paradigmático que representa aquello nos formó y también aquello a lo que aspiramos en cierta medida a ser: en el caso de Alonso, convertirnos en Ellos, en el de Llorens ser como ellos: independientes y soberanos. Desde el enfoque de Alonso por medio de la incorporación de Puerto Rico a España. Desde la mirada de Llorens, rompiendo el lazo con los Estados Unidos de América en insertándonos en el grupo de naciones libres e hispanas de nuestro continente americano. Para ambas aspiraciones, España es el referente y modelo a seguir.  Así que mientras por un lado se demoniza el otro norteamericano por otro lado se exalta y se trata con mucha benevolencia el otro español.
El siquiatra Frant Fanon plantea en su libro: Pieles Negras, Máscaras Blancas que el complejo de inferioridad generado en los colonizados (negros en su estudio) intentará apropiarse del código cultural del colonizador. Esta inclinación se agudiza en las personas más ambiciosas y educadas de la sociedad colonizada, que pueden tener un mayor acceso a la cultura del colonizador blanco. Ejemplo de esto lo fue Llorens Torres, quien por capacidades económicas y educativas tuvo un mayor acceso a la cultura y el mundo del colonizador español y sus aspiraciones estaban muy cercanas de lo que este representó. Es evidente que los puertorriqueños negros, mulatos, mestizos y blancos de todos los estratos sociales no escapan de las conclusiones investigativas en Fanon, que explican cómo después de cuatrocientos años de colonización, aspiramos a ser como el colonizador, vestir, pensar, educarnos y formarnos como ellos.
El discurso literario dentro de la poesía de Llorens se inserta en esta construcción de realidad, que nos mueve, nos incita abiertamente a una españolización por medio de la independencia. Esta traerá de regreso, la gloria perdida con la colonización estadounidense.
El silencio del negro puertorriqueño
Los silencios en una obra, pueden decir más que los ruidos, las palabras, los sonidos… Uno de los grandes silencios del Autor, que a veces, por momentos, se convierte en un murmullo es el negro; su tradición y su injerencia en la construcción de la cultura puertorriqueña. La figura del negro se torna nula, es excluida de nuestro linaje.
Sí Manuel Alonso ignoraba la existencia del negro y su cultura dentro de la construcción de lo que es ser puertorriqueño. Es porque su perspectiva estaba fundamentada en qué tanto nos parecemos al español. En cambio, el discurso literario de Llorens, aunque no ignora al negro por completo; lo soslaya, lo echa a un lado y cuando lo presenta, lo acalla; transfigurándolo por medio de la mulatés. El negro no encaja dentro de la construcción occidentalizada, blanca, del puertorriqueño llorensiano. Nuestra ascendencia africana es fusionada por la voz poética en sus versos, silenciada ante un pasado evidentemente elocuente. Este racismo mongo de nuestra elite letrada se puede apreciar en otros escritores contemporáneos de las primeras décadas del siglo XX. Si repasamos los argumentos de Tomás Blanco en su ensayo: Elogio de la Plena (Variaciones boricuas) para sostener las razones por las cuales los puertorriqueños esconden la plena. Encontraremos que la primera y la principal es que la plena es:
Cosa de negros salvajes. En esa creencia estriba, a mi ver, el secreto de nuestra timidez frente a la plena y ante extraños. […] Creo que nuestro prejuicio racial, en la mayoría de los casos se reduce exclusivamente a un horror irrazonable de ser tomado por mulato. […] Se diría que vivimos subconscientemente asustados de ser pasados por negros bozales... (222)
Si bien Tomás Blanco identifica y describe nuestro racismo autóctono como uno inofensivo e irrelevante, este al igual que Llorens no escapa de él. Por medio del discurso literario esto escritores de principio del siglo XX blanqueaban a los puertorriqueños:
Y sin embargo, ni somos salvajes, ni somos negros tampoco; que es cosa muy aparte también de ser salvajes. A pesar de lo que matemáticamente pueda aseverar el censo oficial, creo que ningún observador cuidadoso negará que, entre nosotros, casi no existen negros puros […] En general debe parecer evidente a todo el que tenga ojos y haya considerado el asunto con alguna objetividad, que Puerto Rico es la más blanca de todas la Antillas: que casi no tenemos negros puros… (223)
La construcción discursiva del puertorriqueño de Blanco se distancia de la de Llorens, pero, ambos convergen en el blanqueamiento de nuestra etnia por medio de la palabra. Se pretende disimular lo negro, omitirlo o transmutarlo. Si nos acercamos a la primera estrofa del poema Puerto Rico de Llorens, vemos como el negro es blanqueado:
El África fue tuya. Fue tuya en las esclavas,
que surco roturaron, al sol canicular.
Tenían la piel negra y España les dio un beso
y las volvió criollas de luz crepuscular. (135)
Llorens y Blanco, caen en la retórica del eufemismo. En los versos anteriores nuestra negritud fue borrada por la madre España, excluida selectivamente por la voz poética de Llorens. El desprecio soslayado por lo negro se hace latente en lo que no dice pero se deduce del verso. Si España convirtió la negritud de los puertorriqueños en “luz crepuscular”, es porque sacó la negritud de una condición anterior de oscuridad. La simbología de la luz, nos remite a lo bueno y la de la oscuridad a lo malo. El racismo sutil de la voz poética se presenta por medio del silencio del negro; los puertorriqueños negros, se tornan criollos. Por consecuente; la negritud en Puerto Rico no existe, para Llorens se convirtió en mulatés.  


Los valores-refugio de Albert Memmi en Luis Llorens Torres
Memmi estableció; que no importa cuán superiores sean las capacidades del colonizado, estas siempre estarán por debajo de las del colonizador. Entonces, qué le queda al colonizado para perpetuarse y sobrevivir. En el subtema Los valores-refugios Memmi nos explica:
Tarde o temprano, se vuelve en consecuencia a posiciones de repliegue, es decir, a los valores tradicionales.
De este modo se explica la sorprendente supervivencia de la familia colonizada, que se ofrece como verdadero valor-refugio. Salva al colonizado de la desesperación de una derrota total. (pág. 108-109)

Los colonizados no tienen más salida que refugiarse en un pasado idílico, fundamentado en unos valores tradicionales. Esta reconstrucción paradigmática, le ayudan a subsistir con una identidad fuera del tiempo que vive. La obra poética de Llorens del siglo XX, mira constantemente hacia atrás, busca en los restos de Alonso y la vida campesina pre-recolonización, una identidad auténtica, pura, sin la “mancha” del norteamericano.
En esta construcción idílica, se reniega de los espacios “conquistados por la metrópolis”; los centros urbanos y la vida creada por la industrialización cañera norteamericana con su estilo capitalista liberal que impone una nueva forma de vida e interpretación del mundo a los puertorriqueños. Llorens descarta todo elemento de la modernidad industrial que sea representativo de la norteamericación en Puerto Rico para desarrollar su utopía.
Este  desarrolla una fobia en su discurso hacia los espacios industriales acaparados por la metrópolis. Recurre al campesinado más elemental; el de la pequeña Hacienda, el de la vida simple y sencilla, pero honrada, digna, de un alto sentido de moralidad y respeto. Un mundo libre del ajoro de los nuevos tiempos, cargada de espacios oníricos que son el resultado del embellecimiento constante del recuerdo campesino. Construye la voz poética mediante la idealización de la vida campesina en Puerto Rico un refugio para sus valores y aspiraciones frustradas por la realidad que se impone.
El campo es un espacio conquistado a medias, donde los intereses de los nuevos administradores de la Colonia no son tan constantes y evidentes. El campesinado libre, su vida y el espacio que habitan, representan un lugar no invadido por las huestes norteamericana, situado en un pasado hermoso, traído al presente por medio la palabra y presentado como proyecto de futuro que se logra únicamente por medio de la eliminación de aquello que no es nuestro, de aquello que representa una amenaza a nuestra identidad formada por siglos de trabajo occidentalizador.
Esto provoca la aparición de ese elemento disociador que nunca tendrá cabida en la construcción llorensiana del puertorriqueño.  Surge el Otro, denominado “Yanki” que no tiene cabida en ningún espacio de la realidad idónea de Llorens, de las realidades posibles dentro la construcción discursiva de lo que somos como puertorriqueños. Pese a que el proceso de transculturación norteamericano encontró simpatizantes, temprano, a principios del siglo veinte y el nuevo régimen había llegado para quedarse. Su opción literaria fue recurrir a ese espacio de sobrevivencia; escondite cultural. Cuando la realidad sucumbe ante la imposición de nuevos estilos de vida y gobernanza, el discurso literario resiste, lo aguanta todo y dispone de un espacio casi intocable para desarrollar utopías, para construir un futuro que mira siempre al pasado de forma romántica. Acerca de este punto, Rafael Bernabé establece en su ensayo: ¿Por qué ahora la palabra…?  la crítica romántica de la modernidad en el siglo veinte:
la historia de Puerto Rico en el siglo veinte XX, se caracteriza por la acelerada imposición de las relaciones de producción capitalista y dos grandes trasformaciones resultantes de dicha imposición (entre 1900 y 1930, y entre 1945 y 1970), ha sido terreno fértil tanto para exaltaciones del progreso como para la proyección de su sombra romántica. Encontramos la segunda en todas partes: en el modernismo y en la generación del 30 (…) No se puede leer Paliques de Canales, “Valle de Collores” de Llorens Torres, La llamarada de Enrique Laguerre, (…), por dar algunos ejemplos sin toparnos con la sensibilidad a la que hago referencia.  (13)
La enumeración de autores que Bernabe inserta en su crítica romántica de la modernidad, se atempera a lo que Memmi denominó como un “sorprendente ejercicio de supervivencia del colonizado”. En la medida que se adentra a cada uno de estos escritores del siglo XX, vemos como desde sus diferentes trincheras literarias, cada uno idealiza un campo-refugio en el cual ampararse y desde donde atacar con las palabras.
Llorens en el poema: “Valle de Collores”, construye su trinchera en la idealización del mundo campesino, el cual lo reconstruye con descripciones oníricas, de grata belleza. Al acercarnos al poema, observamos, que todas las descripciones que nos remiten a ese lugar de “origen” son placenteras. Vemos como se construye la idealización de un tiempo-espacio. El poema reza:
Cuando salí de collores
fue en una jaquita baya,
por un sendero entre mayas
arropás de cundiamores.
Adiós, malezas y flores
de la barranca del río,
y mis noches del bohío,
y aquella apacible calma,
y los viejos de mi alma,
y los hermanitos míos. (426)
            La voz poética es arrancada de un paraíso, para insertarse más adelante en la urbe perturbada por los males de la vida industrializada.  En una lectura rebuscada, que sigue la alegoría de la familia, pudiéramos extender el “yo” de la voz poética al puertorriqueño o Puerto Rico que fue sacado de su bohío decimonónico, donde vivía previo a la industrialización norteamericana, para ser apartado de sus viejos (padre y madre España) por medio del proceso de colonización norteamericana, y quedaron allí, los   hermanos hispanoamericanos, libres y felices. Esta voz tiene sus raíces en la ruralidad. En un mundo que no responde al tiempo y espacio que se vive, estancado en el tiempo, con una belleza intacta.
La segunda estrofa, siguiendo la línea alegórica, la madre España, sufre la perdida (alejamiento) de uno de sus hijos por las circunstancias.
¡Qué pena la que sentía,
cuando hacia atrás yo miraba,
y una casa se alejaba,
y esa casa era la mía!
La última vez que volvía
los ojos, vi el blanco vuelo
de aquel maternal pañuelo
empapado con el zumo
del dolor. Más allá, humo
esfumándose en el cielo. (426)
En la cuarta y quinta estrofa se aprecia la demonización de la vida urbana. Una caracterización que se puede apreciar posteriormente en la obra teatral de René Márquez con mayor amplitud y que pudiera verse como una continuidad de la construcción llorensiana de lo puertorriqueño. Respecto a este punto Rubén Ríos Avilés argumenta que:
Es la ciudad capital que más adelante, a principios de los sesenta, se convertirá en el espacio protagónico de su colección de cuentos En una ciudad llamada San Juan.  El nacionalismo de alabanza de aldea y menosprecio de cortes de Marqués es de cuño rural, anti-urbano, sospechoso de proyecto de la ciudad que Marqués no puede disociar del ethos industrialista de la Operación Manos a la Obra. La ciudad es una casa tomada por las huestes colonialistas. (305-306)
Estas nociones peyorativas del espacio urbano, tienen un precedente en Llorens Torres, quien establece que describe los espacios urbanos como lugares contaminados con la maldad y los “vicios del hombre”. En las penúltimas dos estrofas del poema Valle de Collores vemos con excepcional claridad la construcción que se hace del espacio urbano. Se recurre nuevamente al silencio, esta vez insertado en la perdida de la memoria, cuando se silencia el recuerdo, ese espacio denominado olvido, para menospreciar, devaluar el contexto un espacio conquistado por el Otro norteamericano. La pérdida de la memoria funciona como una elipsis que resalta lo que no se dice pero se hace notar:
No recuerdo como fue
(aquí la memoria pierdo)
Más en mi oro de recuerdos,
recuerdo que al fin llegué,
la urbe, el teatro, el café,
la plaza, el parque, a la acera...
Y en una novia hechicera,
hallé el ramaje encendido,
donde colgué el primer nido
de mi primera quimera.

Después, en pos de ideales.
Entonces, me hirió la envidia.
Y la calumnia y la insidia
y el odio de los mortales.
Y urdiendo sueños triunfales,
vi otra vez el blanco vuelo
de aquel maternal pañuelo
empapado con el zumo
del dolor. Lo demás, humo
esfumándose en el cielo. (427)
El discurso poético-literario se inventa un pasado perfecto y antagónico con los ofrecimientos de la industrialización y el proceso de aculturación en el que pretende sumergir al puertorriqueño en un sentimiento de pérdida de que aquello que nunca a tenido. La literatura no necesita mayor amparo que la literatura para sostenerse; porque la literatura refiere y es su propio referente. Sobre esta noción del texto autorreferencial Michael Foucault dice que: “la literatura es una especie de lengua que oscila sobre sí mismo”.
            Llorens crea un espacio literario, para llenar el vació que ha traído la fragmentación de la vida de la que nos hablaba Sapir, los vicios de la industrialización encarnados en el Otro, y recurre a este espacio para salvarse, escapar de esa otra realidad, no literaria que lo atormenta. Desprecia todos los encantos del mundo liberal y se refugia en su propio constructo literario, que busca una identidad, como dijo Ríos Aviles que recurre a “El pasado idílico de la hacienda solo pervive mediante la demonización recurrente del American Way Life” o como establece Memmi, un espacio fuera del tiempo que se vive, y que tiene como último recurso los valores y una moral idílica, paradigmática, que está resguardada en sus textos. La invención de esta gran moral, funciona como un muro impenetrable, un excelente mecanismo de autodefensa del colonizado. Una moral que no se deja corromper por la gloria, el placer, la riqueza, el poder y todas las seducciones que ofrece la vida urbana, los espacios acaparados por la industrialización del Otro. En la última estrofa vemos como el anhelo de regresar a este espacio virgen, limpio de la contaminación urbana se materializa:
Ay, la gloria es sueño vano.
Y el placer, tan sólo viento.
Y la riqueza, tormento.
Y el poder, hosco gusano.
Ay, si estuviera en mis manos
borrar mis triunfos mayores,
y a mi bohío de Collores
volver en la jaca baya
por el sendero entre mayas
arropás de cundiamores. (428)
            Siguiendo el pensamiento de Memmi, los colonizadores siempre ven como inferiores a los colonizados, por lo tanto estos son incapaces de gobernarse. Ante esta polémica, entre colonizador-colonizado, donde se pretende menospreciar la capacidad de autogobernarse. El discurso LLorensiano responde en el poema Los grandes analfabetos de América:
basándose en que nuestro pueblo puertorriqueño,
por su treinta por ciento de analfabetismo,
no está capacitado para regir su vida y sus destinos.
Se olvida el periodista norteamericano
de que, en sus Estados Unidos,
hay siete Estados, cuyo analfabetismo
es mayor que en Puerto Rico
según los últimos datos estadísticos.
Siempre al hablar del pueblo conquistado,
El conquistador se olvida de sí mismo.
     La respuesta de la voz de Llorens es contundente y consiente del menosprecio de los colonizadores hacia los colonizados. Se capacita el Nosotros por medio del discurso para la auto gobernanza. Se establece el argumento de que los Otros tienen siete estados que superan nuestro analfabetismo. Nuestro medidor sigue siendo el otro. Que vuelve a ser minimizado ante los valores creados por el discurso LLorensiano:
Lo estúpido en verdad,
es el analfabetismo espiritual,
de los pueblos imperialistas,
que a pesar de la nueva avalancha
de redención social
que se le viene encima
a pasos agigantados
no acaban de decirse
a ser puros y honrados.
     Se vuelve a atacar la ética del Otro caracterizándolo como impuro y deshonrado para resaltar la ética propia creada en ese espacio literario que funge efectivamente como como un lugar de valores-refugio.
La demonización del Otro y sus espacios
El discurso literario de Llorens inventa sus propios valores que se reafirman en la medida en que comparan con los del Otro. En el poema Arenga del Tío Sam se percibe como el valor por preservación de la vida es despreciado por el Otro que sucumbe al poder, el triunfo y los halagos rechazados por la voz poética en la lectura anterior del Valle de Collores. El Otro, empozado en el un Tío Sam, carente de moral, de un valor propio, prefiere el protagonismo antes que salvaguardar las vidas humanas: 
Los pueblos aliados reclaman mi brazo.
Mi brazo desnudo y potente les doy.
La vieja Inglaterra verá sangre nueva,
al ver la del recio american boy.

Mis estrellas pagan la deuda que deben.
Por la noble gota que Francia les dio,
que corran los ríos de sangre de América,
al pie del glorioso francés pabellón. (265)
Otra forma en la que Llorens demoniza es por medio de la caracterización negativa de los espacios urbanos en Puerto Rico donde se presentan al lector como lugares contaminados en la medida que ha sido acaparados por las costumbres culturales del Otro. Un razonamiento lógico nos lleva a pensar que si el otro contamina los espacios que habita es porque viene de un lugar contaminado. Efectivamente no solo se presenta el norteamericano como un ente tóxico sino que sus espacios autóctonos lo son también.
 La poesía de Llorens no se limita a demoniza los espacios urbanos que han sido acaparados por el Invasor, sino que se adentra, recostruye el lugar de origen de este para transfigurarlo. El poema Imperialismo Yanki, reconstruye los paisajes de Norteamérica, de forma desagradable e inhóspita: a Nueva York lo describe como una babilónica[16] llaga con siete millones de microbios, el desierto de Arizona es agrio, las montañas de Rocallosa son rugosas, el potro de Kentucky es indómito, el Capitolio es yerto, el dólar es tonante, los bancos de Wall Street son locos, las fábricas son cenicientas, la maquinilla de Underwood es charlatana, El Metropolitan es sordo, la universidad de Harvard es presumida, el coro de los superdreadnaughts es mostruoso, Dempsey es brutal, pero más brutal es Morgan, mucho más Pershing. La voz poética ha manipulado la caracterización de los espacios, lugares, animales, símbolos y sujetos que lideran el País. El símbolo de águila vuelve a hacerse presente de una manera maligna. Porque el águila:
Que se echa a poner sobre Méjico.
Y cuando está clueca,
el roto de su cola chorrea oro en
la garganta de los veinte presidentes que desde
abajo la miran con tamañas bocas abiertas.
Los presidentes; los líderes de este constructo de nación malvada, donde el afán por el por dinero, los bienes materiales, representados en el oro (excremento) que chorrea el águila por su cola son la prioridad.
Es un discurso sencillo, donde ellos, los norteamericanos son malos, y nosotros, los puertorriqueños, somos buenos, ellos se burlan de nosotros y nos menosprecian porque no reconocen valores y cultura.
Llorens vuelve a comparar para degradar al norteamericano en el Patito Feo. Amparándose en la grandeza de nuestra estirpe occidental. Esta superioridad de la raza hispana se lee de la siguiente manera:
Cisne azul la raza hispana,
puso un huevo ciega y sorda,
en el nido de la gorda,
pata nortemericana.
Y ya, desde mi ventana,
los norteños patos veo,
de hosco pico fariseo,
que al cisne de Puerto Rico,
de azul pluma y rojo pico,
lo llaman PATITO FEO. (272)
            Los puertorriqueños (cisnes), perteneciente a una cultura superior que haciendo un juego de  intertextualidad con el relato del Patito Feo. El Otro, los norteamericanos son patos, inferiores, gordos (de nuevo nos remite a la ambición por los bienes), fariseos (traidores en una intertextualidad bíblica). Y retoma el discurso de superioridad latino ibérica recurriendo a la historia y la religión:
En tu historia y religión,
tus claros timbres están;
que fuiste el más alto afán
de Juan Ponce de León.
Mírate con el corazón,
en tu origen caballero,
en tu hablar latinoibero,
en la fe de tus altares,
y en la sangre audaz que en Lares
regó Manolo el Leñero. (273)
     Luego se retoma la alegoría de la familia latino ibérica: “veinte cisnes como tú nacieron contigo hermanos en los virreinos hermanos de Méjico y el Perú”. De donde y a donde Puerto Rico pertenece y que por su gran pasado, por esa excelsa cultura que posee, no merece ser gobernado por el Imperio Norteamericano.
Crisis productora del Nosotros y el pitiyankismo.
El Nosotros fue producto de una crisis de identidad sin precedentes en la historia de Puerto Rico; que pasó abruptamente de  haber sido una sociedad hispano ibérica con variantes afroantillanas al intentó de conversión de los puertorriqueños por medio de la fuerza militar y el discurso moderno de la industrialización, en un País de habla y cultura anglosajona. La construcción de la identidad puertorriqueña elaborada por Luis Llorens Torres estableció un nacionalismo anti urbano que perduró hasta sus últimos días, en 1944 apareció publicada una décima que resume su proyección del puertorriqueño ideal como uno campesino (jíbaro) que no se deja convencer por discurso del norteamericano. También se nombra al puertorriqueño contaminado por los espacios urbanos y el discurso moderno norteamericano: el pitiyanqui. Que es una figura antagónica dentro de la construcción idealizada del puertorriqueño de Llorens. El pitiyanki es urbano, adulador de la industrialización y de todo lo norteamericano.
Los pitiyankis reproduce el discurso moderno, industrializador del norteamericano para intentar convencer y convertir a otros en pitiyankis. Al acercarnos a esta última Décima, leemos:
Llegó a San Juan
y unos cuantos pitiyanquis
lo atajaron en el parque
queriéndolo conquistar.
Le hablaron del Tío Sam,
de New York, de Sandyhook,
de Wilson de Eliu Root,
de la Libertad y el voto,
de dólar, del habeus corpus…
Y el jibaro dijo: ¡Unjú!  (574)
Para Llorens Torres, la idealización del discurso de la tierra, del campo, de las zonas que no fueron contaminadas por los extranjeros, sirvió como antítesis a al proyecto cultural industrializador de los norteamericanos. Llorens resaltó con gran éxito en su discurso no solo las tradiciones y costumbres campesinas que prevalecían a principios del siglo veinte, sino que exaltó al campesino, a nuestro jíbaro, lo volvió icono y albacea de la puertorriqueñidad. Con mucha habilidad logró demonizar los lugares, espacios y figuras de relevancia de lo que para él era representativo de la cultura estadounidense. Estableciendo así de forma marcada lo era y representaba el Otro. Un ente ajeno del cual dependió para crear muchas de las construcciones del Nosotros, del puertorriqueño. Llorens reinstauró por medio del discurso, los valores de un Puerto Rico pre-norteamericano. Con una técnica excelsa, grata, reproducida por muchos y desalentada por otros. Lo que lo convierte en una figura que levantó pasiones en el mundo político-cultural de ayer y que sigue haciendo eco hoy. Un escritor que fue capaz de crear un discurso poético-literario con el cual podemos estar o no de acuerdo en sus planteamientos de lo que son los puertorriqueños, pero difícilmente podremos ignorar. Las repercusiones de Luis Llorens Torres en nuestra cultura y literatura, son innegables; este, basándose en el Otro pudo definir el Nosotros.
Notas al calce
[1] Puerto Rico fue colonizado por el Imperio Español en 1493. Desde entonces el pueblo colonizador impuso su cultura a los nativos de la Isla y posteriormente a los esclavos traídos del África para servir como mano de obra. Las tradiciones indígenas desaparecieron del quehacer popular y de casi todas las esferas de la vida de los pobladores del Territorio. Las tradiciones africanas sobrevivieron por medio de artificios por parte de los esclavos que las trasmitían de forma oral de una generación a otra. Muchas de ellas se ven representadas en la comida, el habla, los ademanes y la religión.

[2] Pedro Albizu Campos es reconocido como la figura de mayor influencia en la lucha por la independencia de Puerto Rico. Su discurso al igual que el de Llorens estaba cargado de demonizaciones del norteamericano. Este muere en 1965 tras sufrir encarcelamiento torturas por su gesta política.

[3]La obra de Manuel Alonso; El Gíbaro, es el primer discurso literario de envergadura, que se propone de manera consiente establecer y definir lo que son los puertorriqueños a luz de sus semejanzas con la metrópolis española. Previo a este texto, son difusas las referencias literarias que se han hallado en cuanto a las construcciones de la identidad puertorriqueña.

[4] El excluir la figura y cultura del negro en la construcción de identidad que hace Alonso en su obra puede entenderse como la norma si se mira desde un contexto histórico. En 1849 las leyes de esclavitud estaban vigentes y los esclavos, en su mayoría negros bozales, no se consideraban ciudadanos, sino como una pertenencia o extensión de sus amos. En cuanto a los negros libertos, que había para aquel entonces, no representaban un número significativo dentro de la sociedad y sus capacidades y acceso al poder estaban limitadas por su color de piel y los prejuicios sociales y legales que le imponía la Corte. No es hasta comienzos del siglo XX que la literatura comienza a incluir la figura del negro como parte de la cultura puertorriqueña y lo hace de una manera sutil salvo contadas excepciones como la de Luis Palés Matos que establecen miradas afrocaribeñas que tomaron algún tiempo insertarse en el canon literario.

[5] La construcción de la palabra es mía y responde al paradigma del puertorriqueño españolizado.

[6] El texto de Rubén Ríos hace un interesante acercamiento a una obra inédita de René Marqués. Estableciendo que en la obra de Marqués, la identidad del puertorriqueño es una rural, anti urbana, que se ampara en las tradiciones campesinas para sostenerse y contraponerse con el urbanismo propuesto por el proyecto Manos a la Obra del Gobernador Luis Muñoz Marín. Un proyecto caracterizado por el desplazamiento poblacional de los trabajadores del campo a los espacios urbanos y al exterior del País. Donde se abandona la vida campesina por un modelo industrializado. Ríos deja establecido que aunque Márquez idealiza la vida rural, este nunca ofrece una salida a la crisis política que enfrenta el país y se limita a demonizar los espacios industrializados.

[7] Al finalizar la Guerra Hispanoamericana en 1898, España cede el territorio de Puerto Rico a los Estados Unidos de Norteamérica. Produciéndose así un cambio de soberanía. De una colonia española, Puerto Rico se convierte en una colonia de los Estados Unidos de Norteamérica. Tras la implantación del Gobierno Militar de Nelson Appleton Miles, se imponen nuevas regulaciones a la vida de los puertorriqueños. Se establece la Ley Foraker que limita muchas de las capacidades comerciales de Puerto Rico. También se implementa un proyecto de transculturación mediante el sistema educativo del País que pretende imponer su lengua y costumbres. Ante este proyecto reaccionan muchos puertorriqueños de forma adversa, siendo Llorens Torres, mediante su discurso literario uno de los más notables.  

[8] En Puerto Rico, igual que en otros países poseemos la formación greco-romana, el cristianismo católico, y la formación académica típica de los países occidentales con algunas variantes locales, propias de nuestra situación colonial y falta de poderes para insertarnos en la corriente del mundo moderno. 

[9] Este punto fue trabajado con mayor profundidad por el escritor Rafael Bernabe en su ensayo:  Por qué ahora la palabra…? la crítica romántica de la modernidad en el siglo veinte. En este trabajo Bernabe nos presenta como el cambio abrupto de una sociedad pre capitalista a una industrializada provoca un sentido de pérdida que se refleja en los escritos de distintos escritores puertorriqueños del siglo XX. Entre ellos toca la figura de Luis Llorens Torres.

[10] El jibarismo dentro de este contexto puede interpretarse como el conjunto de tradiciones del sector campesino de los puertorriqueños, sus condiciones, estilo vida y valores sociales.

[11] En el 1912 Luis Llorens Torres junto a otros intelectuales puertorriqueños forman el Partido de la Independencia como una alternativa viable a la independencia de Puerto Rico, este solo duró dos años. 
[12] Luis Llorens Torres fue representante de la Cámara de Delegados en Puerto Rico. Esta experiencia agudizo su mirada y perspectiva acerca de las relaciones políticas entre Puerto Rico y los Estados Unidos. Después del 1910, cuando Llorens sale de la Cámara hasta el 1944 es una hace sus más enfáticas críticas al sistema colonial que han implementado los norteamericanos en la Isla. 

[13] La Semana de la Puertorriqueñidad es una festividad programática del Departamento de Educación de Puerto Rico, donde se exaltan las construcciones más populares de lo que es ser puertorriqueño. Entre ellas se destaca el jibarismo, una reconstrucción idealizada de las tradiciones campesinas en Puerto Rico. Los niños se visten con atuendos típicos, recitan versos de poetas destacados en favor de la puertorriqueñidad y se realizan bailes tradicionales de bomba y plena.

[14] Juan Antonio Corretjer publica el 8 de mayo de 1976 en el periódico EL Nuevo Día, un artículo que se destaca por su alabanza a la figura y obra del poeta Luis Llorens Torres.

[15] El Dr. Felix Cordova en el 2010 retoma la Obra poética completa publicada en 1963 por el Instituto de Cultura, le añade algunos poemas que se recopilan de diversos periódicos y revistas literarias y realiza un prólogo donde produce una excelente aportación a la crítica de la crítica.

[16] . La intertextualidad bíblica nos remite a Babilonia, demuestra un claro ejercicio de la demonización de Llorens. Babilonea es reconocido como lugar que fue condenado por la maldad de su pueblo.
Bibliografía
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-Arce Carlos. “Prólogo a la edición”. Alturas de América, edición de 1967: 9
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-Blanco, Tomás. “Elogio de la Plena (Variaciones boricuas)”. En Español. Libro de texto 11. Santillana. Puerto Rico. 2013: 222-224
-Córdova, Félix. Prólogo a la segunda edición. “Un arte nuevo para una nueva época: Las trasformaciones en la obra poética de Luis Llorens Torres.” Luis Llorens Torres. Obra Poética. Instituto de Cultura, Puerto Rico, 2010. (ix)
-Corretjer Juan Antonio. “Un poeta con destino”. El Nuevo Día, 8 de mayo de 1976: 10
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Fanon, Frant. Pieles negras, máscaras blancas.
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-Llorens, Luis. Juan Bobo, 29 de enero de 1916:3
Valle de Collores,La Correspondencia, 10 de octubre de 1924: 1
            El patito feo. El Diluvio, 24 de octubre de 1931:11
            Décima. Puerto Rico Ilustrado, 22 de julio de 1944:26
-Meléndez, Concha y Pedreira, Antonio S. “Luis Llorens Torres, Poeta de Puerto Rico”, Revista Bimestral Cubana, Vol. XXXI, 1933: 347.
-Memmi Albert, Retrato del Colonizador, Ed. La Flor, Buenos Aires, 1983: 108-109.
-Ríos, Rubén.  La nación más transparente: René Marqués y La Dama de Occidente. Escritura en contrapunto. Ed Aponte Alsina, Marta. Gelpí, -Juan G. Rodríguez Castro Malena. Universidad de Puerto Rico. Colombia, 2015: 295-316
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