«Porque
todo oficio, carrera, profesión o función social requiere un número determinado
de deberes, que se cumplen tanto menos cuanto mayor es la repugnancia con que
los reconocemos, y toda vocación extraviada impone deberes repugnados.»
«Pero
eso, en último caso, será un mal para el extraviado de su vocación.»
«Para
él, para la familia, para sus convecinos, para sus comarcanos, para su patria y
para la humanidad entera”
La moral social y las profesiones (1906)
Eugenio María
de Hostos
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En
un lugar de América, de cuyo nombre no puedo acordarme, vivía una comunidad de
zorros pardos. A mitad del bosque, entre dos ríos que fluyen sin encontrarse,
nació Celestina. Como sus antepasados, tenía un reloj que marcaba de los quehaceres
de la vida. Cada pardo tenía una función en la comunidad. En la juventud, recogían
la Piedra Vocacional. Era el momento en el que zorros y zorras encontraban su
talento, con el cual contribuirían a sus pares.
Llegó
el día para Celestina, el momento de encontrar su vocación mediante el Gran Rito Paso; jóvenes desfilaban con
sus colas erguidas en medio de la Aldea, se detenían en un pedregal, recogían
una roca y en el silencio de su hogar leían su destino, escrito en el interior
de la roca con la sangre de sus ancestros. El primero en acercarse al pedregal fue
Séneca, levantó su cola, tomó la roca y se hizo filósofo, la segunda fue Julia,
la pobre tenía un tuco por cola, nadie la miró, recogió su piedra y fue
poetisa, el tercero era de baja estatura y cola pequeña, se llamaba Bolívar,
después de varios intentos logró ejercer la complicada tarea de libertador, al
cuarto le decían Gabo, aunque nunca tuvo cercanías con el tercero, pudo ejercer
su vocación y se convirtió en novelista, el quinto lo fue Charles y descubrió
que la evolución era producto de la adaptación, el sexto, Leonardo, un joven
ambicioso que tuvo la dicha de encontrar en el interior de su piedra, una multiplicidad
de talentos de los cuales hoy en día, no se tiene constancia completa. La
última era Celestina; nerviosa, miró su reloj, comenzó a caminar con paso
compasado e igual que sus predecesores, levanto la cola. Todos quedaron
embelesados con su belleza, una brisa plástica golpeó el rostro de la
Comunidad. La cola majestuosa levantó una multitud de elogios. Al grupo de
espectadores se incorporaron, pavos reales, guacamayos, mariposas y toda especie
animal que se encontraba en la zona, se detuvo ante la hermosura del pelaje de
Celestina. La vanidad le nubló la razón. Buscando alargar aquel momento de
gracia se deshizo de su reloj.
En el hogar, su padre le preguntó
por la piedra.
-Más tarde lo
busco, yo sé cual es mi talento.
-¿Cuál?
-Tener la
cola más hermosa de todas las zorras.
El comentario de Celestina preocupó
a su padre y le llevó su inquietud a Socrates, quien le advirtió a la
jovenzuela.
-recoge tu
roca, es tiempo, mira tu reloj.
Ella lo ignoró, prefería los halagos. Levantó
el rabo y Socrates enmudeció y le llevó la preocupación a Leonardo. Quien se
acercó a ella y le recordó:
-es tiempo de
que ejerzas tu vocación, necesitamos tu talento en la tribu.
Celestina
remeneó el rabo y su belleza quedó plasmada en una pintura Leonardo realizó
días después. El maestro Rafael había notado lo que sucedía con la hermosa
joven e intentó persuadirla:
-hija, la
belleza de tu cola es una cualidad, no un talento, debes ejercer tu vocación.
Celestina levantó
el rabo y continuó su andar presumido. Aquella noche, entre la maleza, una culebra confundió la piedra de Celestina con
un sapo, abrió sus fosas y la devoró.
Pronto llegó la nueva camada de
pardos, cincuenta hermosos zorros se unirían a la comunidad. ¡Todos celebraban!
Pero la alegría duró poco, Días después de nacidos, por falto de cuido, la
camada falleció. Nació una segunda,
tercera y cuarta camada, una detrás de la otra falleció. La población
envejecida, se diezmaba mes tras mes. Celestina había perdido su pelaje, su
condición de vida se había reducido a los vestigios de un pasado halagador. En
ese momento, desesperada buscó su reloj; en los más alto de la montaña, en las
inmensidades de la pradera, entre las rocas del río, pero no apareció.
Vieja y cansada, Celestina, sentada
entre los matorrales donde jugaba de niña, halló los restos de una culebra
muerta. En su vientre, estaba la roca, su piedra vocacional, la levantó temblorosa
y la rompió cautelosamente contra el suelo. En su interior, escrito con la
santa sangre de su predecesora decía: “cuidadora de crías”. Más adelante
encontró su reloj. Apresurada Celestina quiso reponer el tiempo perdido, todo el
daño que había causado a la sociedad parda, pero ya era tarde. El tiempo nunca
se detiene y su momento había pasado. Celestina asustada, arrepentida de haber
botado el tiempo, miró como este marcaba la hora final; ese momento inevitable
que a todo ser vivo le llega. Celestina, la gran zorra parda, sola y lampiña,
se desplomó, cayó al suelo, miró al cielo y pidió perdón, nadie la escuchó…
Avergonzada y arrepentida murió y con ella, la última zorra parda, aquella
extraña especie animal, se extinguió.
José Israel Negrón Cruz
(febrero del 2015)
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