Primero va la Educación y después hablamos de Revolución.

El debate surge con mis pares de la Academia. Y es que uno es comunista, bien comunista, hasta que se topa con alguien más comunista que uno. Entonces te das cuentas de la ceguera, del argumento que es más emocional que racional. Y es que los comunistas de Iberoamérica son gente buena, sobretodo los del Caribe, los de Puerto Rico. No reniego de la buena voluntad de los hermanos revolucionarios puertorriqueños, pero sí difiero.

El comunismo en Puerto Rico es académico, siempre lo ha sido, salvo contadas excepciones que uno puede buscar con lupa aquí y allá para salvaguardar el ego de historiadores, materialistas históricos, que rescatan sus propias “figuras de barro” entre los anaqueles del tiempo.

Y es que el comunismo evoca, por naturaleza o maldición, a los más desventajados de la sociedad, y los más desventajados de nuestra sociedad no son trabajadores, son desempleados que en muchas ocasiones ven su condición como la norma y el trabajo como un privilegio. Olvídense de la pendejada esa del derecho al trabajo, que el trabajo es solo un derecho para unos cuantos. Entonces nos llenamos la boca hablando de la revolución de los trabajadores puertorriqueños. Qué fácil es ser  revolucionario cuando se pueden pagar cursos que rondan los mil dólares por semestre. Que fácil es ser revolucionario entre doctores y doctoras que pasan un ratito acá, otro en España y con entrada y salida continua de Nueva York. Y nos sentamos frente  al antiguo ayuntamiento del viejo San Juan y miramos bailar a  la chica coqueta que pide limosna en la plaza, con su danza entre turistas que se tiran la foto con Cortijo. ¡Qué bella es la revolución insular! Llena de mozuelas hermosas, que por fusil, cargan una flor y no hace falta más discurso que el de su pelo planchado, a lo boricua, encantador.

Y entonces cuando digo que primero viene el trabajo y después la conciencia del trabajador me tildan de traidor. Entonces cuando digo, que primero tenemos que trabajar en la educación y después en la revolución, me tildan de traidor. ¿Es acaso posible una revolución de trabajadores, sin trabajadores? ¿O es que ustedes han seguido repitiendo un discurso simpático de los setenta? Sin mirar pal lao. Sin adentrarse en la sub cultura de la Subcultura. Puerto Rico sí vive una guerra civil hace décadas, pero no la encabezan guerrilleros comunistas, la encabezan “bichotes”. Aquí si hay jóvenes dispuestos a morir por un ideal, es más lo hacen todos los días, sin mucho ruido sin mucho son. Nos sobran fusiles, pero nos falta conciencia, nos sobran ánimos, iniciativa pero nos falta educación. Entonces hablemos de educación primero y después de revolución, hablemos de trabajo y después de conciencia obrera, de castas, clases sociales, de capital y de plusvalía, de Marx, de Engel y de lo mala que es la religión. Porque mis monjes franciscanos hablan y viven su misión, mis hermanos pentecostales se meten donde ustedes no se meten y rescatan al que usted ni siquiera miró. No me hablen mal de Jesucristo, que conspiró contra el Estado, antes de ustedes supieran lo que es conspiración. No hablen mal de mis santos católicos, de la verticalidad del espíritu, cuando le dan palabras al que necesita pan y le ofrecen mutismo al que necesita voz.

No me hablen de romper el orden social, cuando primero no se ha aprendido el orden, o es que podemos ser objetores de conciencia sin conciencia. Por eso primero va la educación, holística, en todo el sentido de la palabra. Primero va la identidad y el sentido propio de indignación.

Me indigna que los “building” de Vista Hermosa tenga enfrente una barra, un bar en buen español en vez de otro tipo, cualquier tipo de recreación. ¿Por qué nadie habla del maltrato del Estado contra los niños de los residenciales públicos?  O van a salir revolucionarios, de entre las filas de los hijos del ron. Hablemos primero de humanismo, después de comunismo. Hablemos primero de civismo, después de socialismo.

Entendamos primero la pobreza del espíritu de la madre, para después comprender el descuido de sus hijos.  Una revolución sin personas educadas es como un ejercito sin soldados entrenados, disparando al azar, sin ton ni son, que lo mismo matan al compañero que al contrario. ¡Qué viva la revolución sin revolucionarios! ¡Qué viva el comunismo de la Academia! Y es que uno es comunista, bien comunista, hasta se topa con alguien más comunista que uno. Entonces nos damos cuenta de la ceguera y cambiamos de opinión…

Jose Israel Negron Cruz
Febrero 2015

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