La idea fue de un monje franciscano, esto de ser misionero en mi propia comunidad.
Acá les explico con calma, resulta que hace unos meses estaba desgastado
emocionalmente, no encontraba mi lugar en Puerto Rico. Me quería ir pa’ Texas,
luego de misionero al Africa, pensé en Haití y se lo comenté al monje. Entonces
me dijo: “¿quieres ser misionero? Todo el mundo cree que los misioneros siempre
van al Africa o Haití como me comentas, pero la realidad es que ser misionero
no es una cosa tan complicada como piensas. ¿Acaso no hay alguien en tu
comunidad que te necesite? Pues si ayudas a alguien en tu comunidad estás
siendo misionero” y entonces mi cabeza hizo clic, empecé a buscar entre mis
vecinos quien me necesitaba. Y encontré a María Eugenia. Ella me necesitaba y
hoy estuve de misión. Como la hermana está encamada, no puede limpiar el hogar.
Aquí entro yo, en mi faceta de misionero y hago la mejor limpieza de mi vida. Sé
que no hay dinero, lo sé de antemano, que es lo más gratificante y cuando ella
me dice: “sabes que no tengo como pagarte” Le digo ya usted me pagó, por
adelantado y Sofía me mira: “¿Cuánto te pago papá?” María Eugenia fue
trabajadora social y los trabajadores sociales son seres enviados por el mismo Cristo a prolongar su
tarea en el planeta tierra. Ella me pago con su vida, trabajando con los pobres
de mis comunidades de San Juan, mucho antes de que yo hubiera nacido. Aparte de
eso, me ha enseñado mucho durante estos últimos años, ella tiene casi cien y me
ha atajado mucho conocimiento en la vida con sus sabias palabras y sus relatos.
Así que nada, ese fue mi relato autobiográfico, me siento muy feliz por lo que
hice y quería compartir mi felicidad un poco y el consejo del monje. Échale un
vistazo a tus vecinos, quizás alguno te necesite y puedas ser un misionero en
tu comunidad y sentirte feliz de dar amor y compartir tus capacidades que es lo
más importante. Ahora a trabajar un rato en mis tareas como docente, ya saben,
prontuario, planes, clases, remirar los mapas curriculares y todo lo demás. ¡Qué
Dios los guarde! Amén.
Autor: Jose Israel Negron Cruz
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