Durante la primera etapa de la colonización de España a Boriquén, los invasores esclavizaron a los habitantes de la Isla. Los taínos creían que los españoles eran dioses inmortales y toleraban sus extremos atropellos.
El cacique Urayoán, molesto por las violaciones de mujeres, el maltrato de niños y el sometimiento a trabajo exhaustivo a los varones de su tribu; se ingenia una hábil forma de comprobar la mortalidad de los españoles: los indígenas ahogarían a un español.
La victima fue un joven colono, Diego Salcedo, quien les permitió que lo pasaran en hombros al otro lado del río Guaorabo (Añasco), para no mojarse la ropa. Los indios lo cargaron hasta llegar al medio del río donde lo dejaron caer y lo mantuvieron debajo del agua durante un tiempo que excede las capacidades humanas. Después lo sacaron a la orilla y lo velaron por varios días. El español había muerto.
Una vez corroboraron su muerte, los taínos también corroboraron la no divinidad de los demás españoles. Enterados los caciques de la isla, deciden declararles la guerra.
Bendiciones a todos,
José Israel Negrón Cruz
14 de febrero del 2016
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