Después
de dar vueltas sin sentido en la cama, Carlita decide pararse frente al espejo
e investigar que anda mal. Comienza por mirarse la cara, en ella descubre un
pequeño grano en el lado derecho de su perfilada nariz. Con unas pinzas nuevas
que estaban en su gaveta decide extirparlo. Prepara un pequeño vaso con alcohol,
para desinfectar las pinzas, tal y como había visto en una serie de cirujanos en el canal 3:
“Sala de Operaciones” que pasaban los domingos por televisión local.
Todo tiene que ser perfecto, cualquier error
podría causar una penosa irritación en su bello rostro de adolecente
inconforme. Después que termina de extirpar el grano mira su pelo negro y lacio
y siente complejo por el ondulado al final de la cabellera. Esos risos eran
espantosos, decide buscar el alisador de pelo y estirarlo. Ni una sola onda en
el cabello. Mira sus pechos, no son tan grandes como los de la presentadora
del canal seis. Piensa en utilizar un poco de papel de baño para rellenarlos. Los
colocaría con delicadeza en la parte inferior sostén, no utilizaría mucho, todo
el mundo sabe que los pechos no crecen de un día para otro, pero un poco de ayuda nunca está mal y total en el juego de la belleza femenina, lo importante no es como seas, sino como te veas ante los demás. Así que unos pechos
bien acomodados y apretados de seguro llamarán la atención.
Ahora
era el turno del trasero y lo quería más grande. Pensaba que a los chicos le
gustaban las nenas con traseros enormes y aunque sus formaciones carnosas estaban
todas en su sitio por tanto jugar volleyball, correr patines y bicicleta, no
estaba conforme con esa parte de su cuerpo. Entonces, se mide uno y otro pantalón hasta encontrar el más adecuado.
Aquel que resaltara de forma precisa las curvas naturales en esa zona de su
cuerpo.
A
pesar de ser flaca por edad y naturaleza se sentía gorda. Deseaba un abdomen
semi marcado como el de las modelos de Tele-Villa. Esas chicas que salían
bailando todos los sábados por la mañana en televisión y que dejaban loco
a los viejos verdes del pueblo. Por el momento una blusa taparía su estómago,
pero eso sí, de hoy en adelante iniciaría una rutina de ejercicios abdominales
que la harían lucir más apetitosa, como si de un pavo al horno o un buen pedazo
de bistec se tratara. Quería verse comestible. Era la única manera de levantar
el lívido en Robertito. Que parecía
perdido en el mundo de las hormonas. Decide inicial una rutina abdominal
pertinente. Todos los días realizaría veinticinco abdominales para marcar las líneas de su
estoómago.
Miraba una y otra vez su cara e imitaba todas las técnicas que había
aprendido de su madre: levantar las cejas, apretarse el busto, estar siempre
maquillada y arreglada. Pero todo era imposible con aquel muchacho que parecía
hechizado con Guerra de Pandillas,
aquel muchacho solo le interesaba la consola, estar horas y horas sentado
frente al videojuego que parecía haberle robado el alma.
A
los catorce años, tener novio, es una necesidad recalcitrante para una chica
como ella, pero por el momento, su única opción era Eduardo. Que no era feo,
pero en el fondo no le gustaba. Además, todas las muchachas sabían lo que
Eduardo quería: ¡Sexo! Y aunque el sexo
en si mismo no era un problema, porque ya no se trataba de perder la virginidad,
eso ya lo había experimentado hace un año atrás en un campamento de verano con
Jorge, un chico que vino de intercambio al Caribe, desde las Islas Canarias.
Era todo rubio, buen mozo, alto aunque con un pene chiquito, apropiado en aquel
entonces para el primer acto sexual de una adolecente. Fue menos de lo que
esperaba y en el fondo nunca tuvo mucha importancia, después que terminó el
campamento hablaron una que otra vez por vídeochat y ahí quedó todo. Sin mucho
ruido, sin mucho drama.
La
realidad era que en aquel pueblo no se trataba de lo que hacías o habías hecho,
sino de lo que la gente se enteraba. Y lo del chico de Islas Canarias pasó
desapercibido. En cambio Eduardo era todo boca y de seguro de que si ella hacía
o no algo con él, la gente se enteraría y ese era el problema: ¡los comentarios
de los vecinos! Eran tantas las ansias de Eduardo, por contar una historia a
sus amigos, que ella sería una victima fácil de las malas lenguas del duodécimo
grado. Así que lo mejor era seguir insistiendo con Roberto. Cuando terminó de
arreglarse agarró su celular, puso su mejor sonrisa frente al espejo y una
nueva foto de perfil en su página de internet circularía por las redes. Tenía
la esperanza de levantar el animo en Roberto quien casualmente vio la foto dos
años después…
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