Quinta divagación en cuarentena por el COV 19


Han pasado quince días desde que todo comenzó. Ahora tengo miedo de salir a la calle, de tocar a las personas, de enfermarme. He llegado a la conclusión de que estoy hipocondriaco y alucino síntomas cada vez que busco un suministro. Siento que regreso enfermo, que estoy sucio, que me duele la garganta, que he sido contagiado con el virus mortal que ya ha cobrado cinco vidas en un escenario que para los puertorriqueños apenas comienza. A veces no sé qué día es, qué hora, como si hubiera una dislocación en el tiempo y todos los días fueran domingo. Me he sentido perdido en mi propia casa dentro de esta locura que se me posiciona encima. Durante algunos días no pude concentrarme, mi mente divagaba en el intento de articular las ideas para comprender una realidad que solo era posible dentro de novelas como “Los pasos perdidos” de Alejo Carpetier. Aparecía en un sitio y no sabía para que había ido allí; de pronto estaba parado en la sala, la cocina, la huerta sin saber cómo había llegado. Hasta anteayer, no me pude sentar y retomar mi tesis doctoral, estuve casi diez días divagando, imaginando cosas que a veces vuelven y se van de mi mente. Articulé conspiraciones políticas y ataques intencionados por una potencia desconocida, que era o tenía alguna relación con Rusia y China. No sé qué va a pasar con la fase final de mi carrera académica. A veces pienso que El Centro de Estudios Avanzados va a cerrar después de esto y nunca podré hacer la disertación. Pero sigo editando por disciplina, por el placer enfermizo de encontrar la palabra y forma correcta de exponer las ideas, aunque siempre me equivoque. En cuanto a la huerta, en estos días he cosechado pepino, guineos, ajíes, lechuga y plátano. Ya la canasta de sandía Paul Trix tiene cotiledones y la enredadera de las calabazas se ha tornado enorme. Los cilantros están muriendo, creo que por el calor y ya trasplanté las judías a su lugar definitivo. Espero tener habichuelas pronto. La yuca se ha tornado inmensa y los palos de limón, naranjo y acerola crecen a su paso. No me quejo, soy agradecido de la tierra y sus bondades. El trabajo docente lo estoy haciendo desde casa. Me comunico con mis estudiantes por email y estoy aprendiendo a utilizar otras plataformas como Zoom. Aunque soy maestro, el ser el tutor de mis hijos ha resultado agotador, me he tenido que forrar de una nueva paciencia desconocida para trabajar con ellos. Sofía nunca sabe y Urayoán cree que lo sabe todo. Ha sido duro para mí, no quiero pensar en las circunstancias de otros padres. Un silencio sepulcral se ha apoderado de la Urbanización. Los vecinos están ahí, pero no se escuchan, los niños están en las casas, pero nunca salen. Los perros casi no ladran y se oye el trinar de los pájaros en la tarde y el cantar del gallo en la mañana. Todo parece tan surreal que a veces coqueteo con la sensación de que estoy viviendo un sueño en donde la naturaleza se venga de forma indiscriminada de nosotros, los humanos.

José Israel Negrón Cruz
29 de marzo de 2020

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