La primera vez que vi a Mayra Santos-Febres fue junto a Arturo Pérez-Reverte en la presentación de la novela La Reina del Sur. Fue en el año académico 2002-2003, yo era prepa en la UPR y el profesor Manolo Febres, quien una vez me dijo que tenía un parentesco sanguíneo con la escritora, me había asignado la tarea de ser el anunciante del salón. El trabajo consistía en ir por toda la Universidad “pescando” anuncios para presentárselos a los compañeros de clase. Así fue como me enteré de la presentación del libro de Pérez-Reverte en donde participó Santos-Febres, la autora de Cualquier miércoles soy tuya, aquella hermosa noche en Casa España, cuando el País aún no caía en la quiebra, cuando todavía no había pasado la Ley 7 y ni siquiera se había implementado el IVU. Eran tiempos felices en donde no teníamos problemas de natalidad y había que hacer campaña para que las hembras de la Isla no se embarazan de tanto muchacho desde la adolescencia al ritmo caliente del perreo en las fugas escolares y discotecas. Mayra salió aquella noche llena de vida, risueña, con un cigarrillo en la boca interpretando uno de los personajes de la novela de Pérez-Reverte. Hubo risas, hubo un momento ameno, se dialogó sobre la novela y luego se firmaron libros de $23.95. La gente hizo fila mientras yo comía unos entremeses caros, no recuerdo bien que eran, pero si eran de Casa España, debían ser costosos. Después de eso pasó una década y media hasta que nos azotó el huracán María, nos quedamos a oscuras y Mayra escribió Antes de que llegue la luz. Aquella sería la primera novela (pensé antes de leerla, luego novela biográfica (cuando comencé a leerla) y finalmente lectura biográfica que haría de la escritora. Con ella rememoré las angustias del huracán, me enteré de algunos detalles personales de su vida y se me clavó una pregunta entre ceja y ceja: ¿Por qué los hombres enloquecen cuando muere su padre? No lo sé con certeza aún, pero de qué cuando me tocó, enloquecí, ciertamente enloquecí. Ese libro me lo prestó la profesora Sol Guzmán, junto con La amante de Gardel en uno de esos intercambios no estipulados. Yo le presté uno de Elidio la Torre Lagares y ella me pasó dos de Mayra Santos-Febres. Esta semana le tocó el turno a La amante de Gardel: novela en donde una joven negra ( por supuesto) se enamora… bueno no sé si se enamora, de hecho ni siquiera ella misma, Micaela Thorné, sabe si se enamora de Gardel. De que se lo tira, se lo tira. O tal vez Gardel se la tiró a ella. Gardel, aquel hombre que era el Daddy Yankee de la época, quizás más bien el Ricky Martin… tal vez una mezcla de los dos o en realidad nada que ver con los cantantes actuales. Ella se mete con el cantante guapo y pegado del momento debido a que su abuela bruja, curandera, experta en plantas medicinales, es solicitada para un servicio cuando este llega de gira a la Isla. Esto, metido en el contexto histórico de los años treinta cuando los negros en Puerto Rico no podían entrar por la puerta ancha de un hotel, cuando los niños campesinos tenían lombrices y se quería esterilizar a las mujeres como mecanismo de salida de la pobreza. Esto, cuando Pedro Albizu Campos, un negro letrado con suerte (como dice la abuela de Micaela), le llegó aquella carta de Cornelius P. Rhoads en donde afirmaba que los puertorriqueños eran la peor de las razas y había que exterminarlas. Y él personalmente había inoculado a ocho puertorriqueños con células cancerígenas. İEso lo aprendí en la novela! Eso fue un suceso histórico que Juan Ángel Silen, en mi lectura anterior (Pedro Albizu Campos), no me había enseñado. Al final la abuela muere, Gardel muere (¿o muere al principio de la novela?) y la Dra. Micaela Thorné está en la finca La Doradilla esperando la muerte, cerrando el circulo narrativo “in extremis” con arte y precisión. Ahora, sí ahora, me voy a trabajar en mi huerto como Clementina de los Llanos Yabó ( la abuela de Micaela). İBuen día!
25 de octubre de 2021
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